Diario de Ibiza

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Prats, Xescu

La verdadera prueba fue en Palma

Hace unos días se celebró en la isla la prueba de la industria del ocio en un hotel-discoteca de Platja d’en Bossa, exactamente con el resultado previsto. Más que un experimento con objetivos científicos, nos dio la impresión de tener otra finalidad, ya que tanto médicos como enfermeros y demás invitados de servicios públicos, empresas y comercios de primera necesidad, se comportaron, como era previsible, con exquisita educación y responsabilidad. Justo al contrario que la horda de adolescentes con las hormonas revolucionadas y los cuerpos saturados de alcohol y otras sustancias que se concentraron en la plaza de toros de Palma, donde se convocó un multitudina-rio festival de reguetón. El concierto, aunque también fuera al aire libre, propició un terrible brote de coronavirus que se ha acabado expandiendo por todo el país, con miles de afectados repartidos por distintas comunidades autónomas, y lastrando gra-vemente la imagen de Balears como destino seguro.

Aquella sí fue una auténtica prueba de fuego y no tanto el tranquilo test ibicenco, donde el factor público desatado no se incorporó a la ecuación. Podemos suponer que la prueba resultó útil para comprobar los protocolos sanitarios, realizar test de antígenos, situar al público en las diferentes zonas y organizar las entradas y salidas. Pero un ensayo donde no entran en acción factores que pueden salir mal, difícilmente puede arrojar luz y realismo acerca de lo que ocurrirá cuando el ocio arranque en serio y con todas las consecuencias.

Tras un año en negro, con docenas de empresas que no han podido abrir y cientos de familias sin trabajar, es comprensible que la industria del ocio quiera abrir lo antes posible y además con suficiente público para asegurar su rentabilidad. Pero si queremos saber qué puede acontecer cuando haya desembarcado del todo la marabunta de ingleses y a ellos se sumen otros muchos jóvenes de más nacionalidades, solo debemos fijarnos en lo registrado en Palma. La temporada es demasiado valiosa como para ponerla en riesgo y hay muchos hoteles y otras empresas que ya se la están jugando al abrir las puertas. Los chavales que se concentraron en Mallorca no son distintos a los de otros lugares. ¿Qué imaginan las autoridades del Govern balear y los responsables del ocio que ocurrirá cuando se encuentren 6.000 u 8.000 jóvenes en un recinto de fiesta y se pasen el día ingiriendo copas y otras sustancias? Parece improbable que un equipo de seguridad pueda garantizar que las distancias sociales se respeten en todo momento y las mascarillas permanezcan en su sitio.

Al aire libre, el virus se transmite con dificultad, salvo cuando se concentran mareas humanas como las vistas en la plaza de toros y en los hoteles donde pernoctaba la muchachada de viaje de estudios en Mallorca. Si hay una lección que arroja lo ocurrido es que aún es demasiado pronto para que el ocio vuelva a retomar la actividad con las multitudes a las que estábamos acostumbrados.

Los mismos chavales que ahora son objeto de polémica, por cierto, se supone que tuvieron que llegar con su PCR o test de antígenos hecho, salvo aquellos que se lo saltaron al proceder de Valencia, donde no se exigían por la baja incidencia en esta comunidad, y aun así ha quedado patente que no hay garantías. En consecuencia, la solución de los test de antígenos en las entradas de los locales tampoco aporta una seguridad absoluta. Hasta que la inmensa mayoría de los usuarios del ocio estén vacunados con la pauta completa y no haya variantes tan contagiosas como las que ahora nos amenazan, difícilmente podremos ni tan siquiera aproximarnos a la normalidad.

Sin embargo, a pesar de este grave antecedente, la industria del ocio se ha manifestado partidaria de que sus establecimientos al aire libre abran casi con el 100% del aforo. Todos hemos visto el paisaje humano que se registra cuando llenan y lo imposible que resulta guardar las distancias. También es imprescindible que se redoblen esfuerzos para evitar los macrobotellones y las fiestas ilegales, pues constituyen un peligro inminente.

Imaginemos por un instante que el brote ocurrido en Mallorca, en vez de producirse entre jóvenes españoles, hubiese tenido lugar entre ingleses. El semáforo verde concedido por el gobierno británico revertiría a rojo en un santiamén. Adiós a la temporada y más de media isla arruinada. Puede que la prueba realizada en Ibiza fuera un éxito, pero el auténtico test se hizo en Palma y a la vista está el resultado.

@xescuprats

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