El domingo un viejo compañero de trabajo colgaba en las redes una fotografía del cierre de su tienda y escribía «desmontando un sueño», una frase que expresa terriblemente bien la dureza del trance. Los ahorros invertidos, las jornadas interminables para sacarlo adelante, sin festivos ni vacaciones, las ilusiones y esperanzas depositadas en ese proyecto... La desoladora historia de tantos autónomos doblemente golpeados, por esta crisis y por la exasperante lentitud de las administraciones en articular planes de rescate para frenar la ruina de sus pequeños negocios, incapaces ya de seguir arrastrando pérdidas a la espera de ayudas que no acaban de llegar o que son migajas para su festín de obligaciones y pagos. Gente que en muchos casos ha hipotecado hasta su propia casa para salir a flote y que, cuando quiebra, se lleva como ‘patrimonio’ las deudas. Los restauradores de Ibiza denunciaron hace días que el Govern «sacrifica» a quienes dan servicio todo el año, con unas restricciones desproporcionadas para la situación sanitaria de la isla, con el fin de que «las grandes empresas puedan abrir en verano», y no les falta razón. Aquí lo han fiado todo a una temporada incierta y, mientras la esperamos, cada vez son más los amigos y vecinos que van quedándose en el camino, y dejando atrás mucho más que persianas echadas, sueños. Ánimo Moisés y a por el próximo, grande.
