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Bares del demonio

Sorprende salir de la isla y comprobar cómo, en lugares con una incidencia del covid muchísimo mayor que la de Ibiza, Barcelona o Madrid sin ir más lejos, es posible comer desde hace meses en el interior de los restaurantes sin que las fuerzas del orden echen a los comensales a gorrazos. Mientras en prácticamente toda España cualquiera puede tomar su cafelito o su menú a resguardo de las inclemencias del tiempo, en Ibiza hay que permanecer fuera aunque bajen las temperaturas o caigan chuzos de punta. Por lo visto, el interior de los restaurantes de la isla da más miedo que el Pasaje del Terror de los parques de atracciones y es, siempre según el Govern, donde el coronavirus se hace fuerte. Me sorprende que Armengol aún no nos haya prohibido comer en casa, con la de contagios en los domicilios y brotes familiares que se registran. Cualquier día nos obliga a sacar la cabeza y el plato por la ventana y comer así. Me pregunto cómo explica este Govern el caso de Francia. Con los bares y restaurantes del país cerrados a cal y canto desde finales de octubre, arrecian los contagios y los ingresos hospitalarios. Al menos, allí los negocios afectados reciben dinero suficiente para soportar el cierre. Aquí agonizan ante la indiferencia más absoluta.

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