Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la Marina

Miguel Ángel González

Del patrimonio enterrado

La extraordinaria fotografía que publicó Diario de Ibiza el pasado 3 de abril con las insólitas trincheras que los púnicos utilizaban para cultivar sus vides y que aparecieron durante la construcción de Mercadona -estructuras similares a las que tenemos en otras zonas de la isla-, nos dicen que Ibiza es, toda ella, un formidable yacimiento que sobrepasa las posibilidades de estudio que nuestros arqueólogos tienen. De aquí la opción de recubrir lo que aflora para conservarlo, a la espera de que en el futuro se pueda recuperar, analizar, poner en valor y pase a formar parte del patrimonio arqueológico visible. Esta decisión del enterramiento, sin embargo, inevitable en yacimientos con contenidos a proteger -caso de los hipogeos con ajuares funerarios, etc-, pierde sentido en estas zanjas de cultivo vacías, pero que en su desnudez son asimismo admirables y dignas de quedar a la vista. Los arqueólogos sabrán la razón de su ocultamiento, pero no se entiende cuando tenemos estructuras más delicadas a cielo abierto y a la vista, caso del sepulcro megalítico de Ca na Costa o el poblado de sa Caleta.

Esta opción de cubrir los yacimientos que puede resultar más cómoda, subraya, en todo caso, el relativo valor que para nuestras administraciones tiene el riquísimo patrimonio arqueológico de la isla que, a la vista está, exige mayor inversión y atención. En las guías turísticas de Menorca se repite un eslogan que viene a cuento y del que los menorquines se sienten especialmente orgullosos: «Toda la isla es un museo al aire libre». Y es un acierto. Porque si el personal no acude a los museos como sería deseable, hay que sacar los museos a la calle. Es, precisamente, lo que, con poco esfuerzo, nos ofrecen los vestigios del pasado que tenemos a cielo abierto en Ibiza, un activo que no sabemos ofrecer porque no lo valoramos. Ni tan siquiera tenemos a mano un mapa arqueológico completo de los yacimientos pitiusos que nos faciliten su visita, siendo que explican nuestra historia más antigua. Vuelvo a mirar la fotografía de las trincheras en las que hace más de dos mil años se cultivaba la vid y confieso que su singularidad y su extensión me sorprenden y casi me emocionan. Será que soy un sentimental, un bicho raro.

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