Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la marina

Miguel Ángel González

Es Mercat Vell i sa Peixatería

El ombligo de Vila en los años 50 no era s’Alamera, era es Mercat Vell que entonces no era ‘vell’ porque era el único que había. Y nadie utilizaba la coletilla de ‘verduras y frutas’ porque estaba de más. La ubicación de la Peixatería era más discreta, al pie de la muralla, a la vuelta de la esquina del carrer de ses Verdures y junto a la bajada del carrer des Carbó. Verdures, peix, carbó… Todo el callejero hablaba de despensa y de fogones. Una payesa vendía leche junto al retén de los municipales que también estaba allí. Vara de Rey era otra cosa. Entonces estaba donde la ciudad perdía su nombre y en los días laborables era un lugar de paso, donde sólo los abuelos hacían de cualquiera de sus asientos de piedra el ‘banc del si no fos’. “Si no fos pel reuma..., si no fos pel mal que em fa la cama…”. Los demás sólo disfrutábamos del Paseo, endomingados los domingos, valga la redundancia, para repetir las idas y venidas de un extremo a otro, los chicos por un lado y las chichas por otro. Y para deleitarnos, eso sí, al pie del General, con los pasodobles de don Victorino.

El Mercado era el foro

de la ciudad, nada extraño cuando allí se cruzan las calles de la Marina, de la Penya, de los muelles y el Rastrillo que baja de Dalt Vila. Al pie del espectacular Portal de ses Taules y del escalonado anfiteatro de la Ciudad Alta, con sus mil ojos sobre la Ciudad Baja, la actual Plaça de la Constitució tenía –y tiene todavía- mucho de escenario por el que pasábamos, antes o después, todos los vecinos. Y también los payeses, que todos los días proveían de género al Mercado. Cierro los ojos y todavía veo carros, caballerías, entoldados sobre los puestos de venta improvisados entre las columnas del gastronómico templo y los árboles del entorno, montones de cestos y todos los colores y olores del campo. Un fantástico bodegón de tomates, pimientos y berenjenas. Un feliz batiburrillo. Una fiesta que aprovechaba Portmany para dejarnos en sus prodigiosos dibujos la viva cotidianidad en sus cartones. La inyección que ahora hace el Consell de tres millones de euros remozará los viejos mercados y debería devolverles la vida. Tal vez sirvan para que nos convenzamos de que existen pocos lugares de la ciudad con más aura y encanto. Sigo sin entender por qué no encuentran rehabilitación los edificios del entorno. Sigo sin entender por qué no resucita la Marina.

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