En Ibiza acontece el mar todos los días como en pocos lugares del planeta, una pirotecnia acuática de azules en sesión continua visible desde gran parte de su reducido territorio. Ventajas de ser isla pequeña, fracciones sueltas de arcilla y roca desechadas por el continente en su afán de redondear sus imponentes cifras geográficas: cordilleras, ríos, llanuras... De esas fracciones que el mar pulió más tarde en versos sueltos rodeados de peces que llamamos islas, nacieron luego grandes continentes literarios. A causa de la nostalgia que siente Ulises por su esposa y por Ítaca, otra isla pequeña, surge La Odisea. Esta obra de Homero constituyó el punto de partida de la mayoría de las narraciones posteriores dignas de ser escuchadas o leídas. De la exaltación de la libertad individual, en fusión con los valores perdidos de la naturaleza, surgiría también otro relato en los años treinta del siglo pasado que acabaría en mito, el de nuestra isla pitiusa como lugar de acogida de viajeros, artistas e intelectuales ávidos de vestir con alpargatas y bañador su voluble inconformismo burgués.

En Ibiza sucede el mar a diario en todo su esplendor, decía, entre ese ser y no ser de cuanto nos rodea. El mar... un prodigio de colores y texturas que pone rostro a brisas y vientos para que los miremos a los ojos en cada ola, por el cual el pescador ibicenco construyó en su día el llaüt con el que dar testimonio y celebrarlo alimentándose de sus aguas, tanto física como espiritualmente. No ha existido comunión más canónica en la isla, solo comparable a la que vinculaba al payés con la tierra. Cada una con su propia esencia, tan diferenciadas entre sí que acabaron por imprimir ópticas desiguales con las que observar la geografía insular. No es casual que los pescadores y los campesinos ibicencos denominaran a las mismas montañas con nombres distintos, algo que subrayó con interés el filósofo y escritor alemán de origen judío Walter Benjamin en los años treinta en la isla (*).

Sucede el mar en Ibiza como en pocos lugares, sí, pero no es noticia de periódico. Del mismo modo que para un tuareg, por hacer analogía, tampoco lo sería el mero hecho de tener la fortuna de contemplar cada noche en el desierto uno de los firmamentos más sublimes de la tierra. La belleza acaba siempre por desacralizarse cuando se integra en el paisaje de lo cotidiano. El acaecer del mar en Ibiza tan solo es protagonista sucinto en el cuaderno de bitácora que llevan muchos dentro viviendo en una isla que enseña cómo ser robinsones allí en invierno. Ibiza, una placentera escuela de náufragos para aquellos continentales que todavía suspenden en insularidad.

Materia de prensa, en cambio, serían algunas de las maravillas protagonizadas por las criaturas del mar. Noticia fue, por ejemplo, que a principios de octubre la conselleria balear de Medio Ambiente liberó a 26 tortugas en el mar (de la especie Caretta caretta, conocida también como tortuga boba) procedentes de la primera puesta de huevos registrada en Baleares, ocurrida en julio del pasado año en la playa d'en Bossa de Ibiza. Nacieron en incubadoras y fueron trasladadas a varios centros especializados donde recibieron los cuidados necesarios. Llegado el día de su libertad, corrieron en desorden por la playa al encuentro del vasto hogar marino. (Ojalá nosotros fuéramos capaces de hacer lo mismo nada más despegar los párpados, con la cabecita cubierta aún de cáscaras de huevo roto). Una vez en la orilla, aprovecharon la resaca de las olas para adentrarse en las aguas. A partir de ahí, ya invisibles a los ojos de todos los que allí se congregaban para presenciar hipnotizados el acontecimiento, nadaron mar adentro. Dicen que una mayoría de ellas se dirigiría finalmente al océano Atlántico. Como en los mejores cuentos, se supone que su aventura concluiría felizmente.

Por mi parte, quiero soñar que una al menos no abandonó las aguas costeras. Que acabó por llevarle la contraria a las de su especie quedándose en la isla para siempre, obviando las rutas que acostumbran las tortugas en busca de las zonas tradicionales de alimentación o desove. Una isla pequeña como Ibiza da mucho de sí para todos, con tanto mar que celebrar y con tan poco continente que echar de menos en el pensamiento cuando se lleva allí un tiempo. Hay islas que terminan por romper todas las leyes migratorias, incluyendo las del exilio, hayan sido escritas para tortugas, artistas o viajeros inquietos. En ellas sucede el mar de tal manera que acaba por desvanecerse la búsqueda de otros horizontes.

(*) Vicente Valero, 'Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza', ed. Periférica, 2017, pág. 159.