El jueves, con apenas unas horas de diferencia, recibí tres noticias heladoras. La primera en el primer mensaje de la mañana. Un amigo de toda la vida, casi mi hermano, me comunicaba la muerte de su madre. Mari Carmen era una mujer luchadora. Hace tiempo que un cáncer y luego el párkinson y una demencia la habían vencido, pero siempre la recordaré llena de vitalidad, envuelta en ese maravilloso olor de su peluquería. Puro nervio. Por la tarde me comunicaron el fallecimiento de los padres de otros dos amigos. Los tres tenían dolencias previas y el Covid terminó el trabajo, pero al menos los dos últimos ni por edad ni por situación deberían haberse ido tan pronto. Para la mayoría son solo tres de los casi 200 muertos que se produjeron el jueves en España tras dar positivo o con síntomas compatibles, porque parece que ya nos hemos acostumbrado y que esas cifras han quedado en un segundo plano entre la maraña de informaciones sobre el bingo de las restricciones y los confinamientos en las diferentes comunidades autónomas. Nos hemos hecho al dolor. Supongo que es una reacción humana, que tenemos que seguir comiendo, riendo, creciendo, trabajando, viviendo. Pero no debemos olvidarles.