Ha habido que esperar hasta 2020 para que en Sant Josep una calle llevara el nombre de una mujer. Y hay que rebuscar bastante en el resto de localidades de las Pitiüses para encontrarlas. Sólo hay que levantar la vista en cada esquina para descubrir que, salvo contadísimas excepciones (Margarita Ankerman, la esclava María Flores, María Teresa León, Concha García Campoy...), las placas que indican dónde estamos tienen nombre de todo, excepto de mujeres. Las hay con nombres de varón: políticos, obispos, escritores, artistas... Las de comunidades, provincias y ciudades se repiten en casi todos los municipios. Y luego... Luego están las de cualquier otra cosa. Hay más flores y animales en los callejeros de las ciudades de los que serían capaces de estudiar Charles Darwin, Félix Rodríguez de la Fuente, Jacques Cousteau, Carlos Linneo y Gregor Mendel. Juntos. Y en veinte vidas. Una angiosperma tiene más valor, en nuestros callejeros isleños, que una mujer. Da igual que fuera la primera en viajar al espacio, que osara tratar de tú a tú a los intelectuales del XIX, que sus pinceles transformaran en vida el dolor de su columna rota, que nos liberara de los corsés y nos regalara los pantalones, que gobernara un imperio, que descubriera el polonio... Naderías al lado de la heroicidad y la épica de hacer la fotosíntesis. ¡Dónde va a parar!

@Martatorresmol