La amenaza es un concepto muy subjetivo que está relacionado con el miedo percibido. Si creemos que estamos en peligro, nos sentimos amenazados y por tanto activamos ciertos mecanismos de defensa para protegernos. Es un sentimiento necesario para la subsistencia, ya que en el mundo animal las amenazas son constantes y para sobrevivir hay que estar siempre despierto para aprender a evitarlas lo máximo posible. Por supuesto, debe existir un motivo tangible atribuible a la percepción de amenaza, aunque este motivo no tiene por qué ser real, pudiendo existir solamente en la mente del sujeto que lo sufre. Es lo que pasa cuando se tienen delirios y atribuimos a un hecho o sujeto cualquiera la capacidad de hacernos daño, disparando todas las alarmas del miedo, aunque podría tratarse de algo que, visto en los ojos de otra persona, no le incite el más mínimo temor. Hay quien puede creer que la invasión extraterrestre es algo inminente y vive con gran angustia su presente más inmediato, organizando todo tipo de estrategias que le sirvan para minimizar el terrible efecto que ello pueda tener en la humanidad.

En el terreno de la normalidad mental, podemos encontrar gente que tiene miedo de las salamandras, por poner un ejemplo, y que es capaz de vaciar varios botes de insecticida hasta que consiga acabar con el pobre reptil, mientras otros se entretendrán divertidamente jugueteando con él. Implica meterse en la mente de cada uno para analizar la atribución que un hecho objetivo tiene en nuestra percepción de peligro. La imaginería subjetiva pone mucho de su parte y todos somos capaces de generar mundos paralelos considerando diversas propiedades amenazantes a todo lo que nos rodea.

En el caso del virus, existe un convencimiento social prácticamente absoluto de encontrarnos ante una seria amenaza para nuestra salud y que por tanto deben tomarse diversas medidas preventivas para evitar contagios. A pesar de ello, se da la circunstancia que en el momento actual, con el fin de las fases y de muchas restricciones, la percepción de amenaza empieza a ir por barrios y depende de cada uno de nosotros. Los habrá que no se quitarán la mascarilla en todo el día y los habrá que se la pondrán por simple postureo o para que le dejen entrar en los establecimientos, sin que considere que es una medida efectiva contra el virus.

El hecho de que circulen todo tipo de teorías al respecto, permite iguales interpretaciones y aquí es donde entramos en el terreno de la convivencia donde una percepción relajada de la amenaza podría poner en riesgo a aquel con quien se comparte espacio y que por el contrario sí considera necesario protegerse. En general percibo cierta tendencia al relajamiento de estas medidas en la interacción social, exceptuando las normativas en el interior de los establecimientos donde existe el obligado cumplimiento. Cuando seguir protegido depende de la conciencia de cada uno, la cosa cambia y vemos cómo en muchos casos no se respetan las distancias ni se evitan los contactos con las personas, considerando que el peligro es tan bajo que no vale la pena trastocar las convenciones sociales.

Desde esta inconsistencia, va a ser difícil que se articule una buena defensa, quedando expuestos a un comportamiento del virus que nadie sabe a ciencia cierta y que puede implicar diversos rebrotes, como así está sucediendo. Sabemos que la protección total no existe y todos tenemos ganas de relacionarnos con normalidad, así que lo mejor será que se invente una vacuna cuanto antes, si no puede pasar cualquier cosa. Ante todo, deberíamos considerar el respeto al prójimo y si este asume una mayor protección, no hemos de vulnerar su espacio de seguridad con nuestra actitud inconsciente. Es como si nos encontráramos en una fase individual donde cada uno decide hasta dónde se va a proteger, así que mejor será considerar la amenaza como algo cierto y tangible y no olvidarnos de que podríamos volver a la casilla de salida del confinamiento total, cosa que nos sentaría muy mal a todos, tanto para la salud como para la economía.