En un ejercicio de masoquismo extremo, he conseguido terminar 'White Lines', la nueva serie de Netflix que supuestamente transcurre en 'Aibiza', que es como pronuncian el nombre de nuestra isla sus trasnochados protagonistas anglosajones. Aquellos ibicencos que sopesen someterse a esta experiencia, deben saber que, tras las casi diez horas de visionado, se arriesgan a padecer acúfenos irreversibles y migrañas crónicas. Y sin sacar nada en claro porque, salvo unos planos sueltos al principio de es Vedrà, el puerto y poco más, la Ibiza real no hace acto de presencia.

Sin embargo, a pesar de su mezquino guion, basado en una sucesión de clichés, y a su irrelevante aportación a la sugerente cultura de las series, 'White Lines' está cosechando un éxito apabullante en toda Europa. Y eso constituye una muy mala noticia para la imagen de Ibiza. Las plataformas de streaming a la carta al final van a acabar dando la razón a esos defensores de la telebasura que llevan décadas justificando la bazofia intelectual que arrojan a diario al abrevadero televisivo, bajo el argumento de que es lo que el público demanda.

En mi caso, transigir con este culebrón lisérgico hasta el final aún tiene más mérito por contraste, ya que la contemplación de sus últimos episodios ha coincidido con la lectura de las primeras páginas de 'A propósito de nada', la autobiografía que acaba de publicar Woody Allen, liviana y desternillante.

El engendro de Netflix es una creación del productor navarro Álex Pina, que ha rubricado trabajos tan exitosos como 'La casa de papel', 'Vis a vis' o 'Los Serrano'. El título ni tan siquiera es metafórico: 'White Lines' (líneas blancas) es una alusión directa a las rayas de coca que se meten sus protagonistas, junto a un arsenal de otras sustancias psicotrópicas. La investigación que emprende una anodina madre de familia sobre la muerte de su hermano dj, ocurrida hace veinte años, sirve como marco para que el espectador asista a la peor versión de Ibiza: peleas callejeras, balconing, sobredosis, porteros de discoteca homicidas, raves, yoguis iluminados, orgías para millonarios, delincuencia internacional, menores desmadrados, prostitución de lujo, traficantes sin escrúpulos, propietarios de discotecas que distribuyen droga en sus locales, urbanismo de pelotazo en parajes protegidos?

Cualquiera de estos ingredientes ya da para una ficción televisiva, pero en 'White Lines' los han juntado todos en la misma coctelera porque esto, señores, es 'Aibiza'. La primera reacción es tildarla de disparate exagerado, pero la realidad es que pocas situaciones aparecen que no hayamos leído en las páginas de sucesos de la prensa local.

Lo peor del asunto es que, además de lo mal parada que sale la isla, tampoco nos beneficiamos de la promoción que implica exhibir nuestro territorio como paraíso ante millones de espectadores. En 'White Lines' se falsean calas mallorquinas como ibicencas, en lugar de casas payesas encaladas aparecen masías de piedra y los paseos en lancha discurren frente a la Sierra de Tramontana en lugar de bajo los acantilados de es Amunts. Y el único plato que se explica al detalle no es un bullit de peix, sino una paella con chorizo al estilo Manchester. Hasta el morbo alentado por la propia productora, al 'ni confirmar ni desmentir' que la familia propietaria de discotecas que coprotagoniza la historia está inspirada en los Matutes, acaba en gatillazo. Una vez presentados su avaricia y poder, dichos personajes se pierden en unas tramas rocambolescas que oscilan entre el incesto y la parafilia.

Puestos a esbozar una visión de 'Aibiza' tan zafia y trasnochada, a los guionistas les ha faltado incluir una caravana de manifestantes como la del sábado, con sus símbolos, sus consignas fachas y su exaltación del odio, en una isla que hasta ahora tenía la libertad como bandera. Que los guionistas vayan tomando nota para esa segunda temporada que, al parecer, ya se está cocinando.

En cuanto a las instituciones pitiusas, una vez ha quedado demostrado que estos desvaríos televisivos se seguirán produciendo aunque no nos gusten, tal vez convendría saber si existe una utilización fraudulenta de la marca Ibiza cuando el 99% de la trama está ambientada en otro lugar o bien negociar con sus promotores para que al menos reflejen algo de la belleza real de la isla y garantizar que el guion introduzca ciertos matices culturales, gastronómicos y patrimoniales.

Vuelvo a Woody Allen, que escribe en su autobiografía: «Algunas personas ven el vaso medio vacío y otras lo ven medio lleno. Yo siempre veo el ataúd medio lleno». Aunque la frase describe el pesimismo característico del cineasta, a mí me parece una buena metáfora del estado que ahora mismo atraviesa la imagen de Ibiza, tras la notoriedad alcanzada por este nuevo despropósito. Como se suele decir, reír para no llorar...

@xescuprats