El coronavirus ha cumplido las aspiraciones más locas de cualquier pequeño virus: hacerse viral. Viral en todos los sentidos. Lo curioso del caso es que a la mayor parte del mundo ha llegado mucho antes y de forma más arrolladora la viralidad virtual que la real. Hace como diez días que a este medio comenzaron a llamar para preguntar por qué ocultábamos que el coronavirus había llegado a la isla y solo dos diarios después nos acusaban de haber caído en la ola de provocar el miedo para ocultar el resto de males que golpean a la Humanidad. Supongo que algunos prefieren informarse a través de las redes sociales en las que todo, y sobre todo la realidad, es virtual. El problema, creo, es que la mayoría se toma esto como si fuera una cuestión sanitaria. Lo es, pero su expansión obedece más a la moda. Antes que el coronavirus en sí nos llegaron los memes, los videos chorras, las parodias, las canciones y, lo que es peor, sus consecuencias económicas, con los aislamientos, las suspensiones de congresos, las cancelaciones de viajes y el desplome de las bolsas, que hacen que tiemble el negocio turístico. Pero el coronavirus se parece más a la moda de las vacas locas, la lengua azul o la gripe aviar, aunque con efectos multiplicados. Si me apuran, es el nuevo 'Despacito', el 'Gangnam Style' o 'Juego de tronos'. Dentro de unas semanas puede que nadie hable ya de él, o lo haga como se habla de un catarro o un esguince, y en África la gente se seguirá contagiando el sida a cascoporro y muriendo por un simple sarampión.