Tengo una mala noticia para todos aquellos que aún no se han recuperado de la resaca de San Valentín: hoy, 15 de febrero, es el día que más rupturas se producen. Junto a la vuelta de las vacaciones. No lo digo yo, ni el Instituto Nacional de Estadística, que esos solo recogen datos de divorcios y cambios de domicilio y en época de crisis, es un lujo que muchas parejas hechas añicos no pueden permitirse. Quien más sabe de estas cosas del corazón es el santo Facebook. La red social acumula estos días su máximo de cambios sentimentales de 'en una relación' a 'es complicado', o incluso, al temido 'soltero', aunque muchas veces este 'fulanito ha cambiado su estado' no se materializa hasta el lunes siguiente, primer día laboral. Que una cosa son las prisas por anunciarlo y otra muy distinta, las ganas de trabajar. Así pues, si el lector vislumbró ayer, quizá, una leve decepción en los ojos de la persona amada al abrir un regalo; si unas 'gracias' no le sonaron convincentes, quizá está aún a tiempo de encargar unas flores, una tuna. Que más vale, en la salud y el amor, prevenir que curar. Aunque si el amor se rompe, no puedo evitar preguntarme? ¿De verdad era amor? Vaya por delante que no hay nadie menos indicado para hablar de amor que servidora que hace ya veinte años de la muesca en el revolver de mi último divorcio. Y aquello duró lo que a Sabina: lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, o lo que tardamos en darnos cuenta que un matrimonio mediocre no valía arruinar una bonita amistad. Así que cuando me encontré, rímel corrido, junto a las terapeutas de mis amigas, maldiciendo el escurridizo amor, juramos que solo el amor, asido a manos llenas, merecía todo el trabajo que da un matrimonio. Mirad si me mantuve firme en mis convicciones (o si se esconde profundo eso que llaman tu otra mitad) que en veinte años, no me volví a casar. En mi defensa diré que, lejos de ser agnóstica, para mí el amor lo que tiene de octava maravilla es precisamente lo que tiene de coincidencia y, no se dio: el momento con las fuerzas, con las ganas; no se dio el querer y que te quieran. Eso podría poner mi epitafio cada 15 de febrero: «Surcó mares y continentes, pero coincidir, lo que se dice coincidir? no coincidió».

Y como hace ya mucho que aprendí a cambiar una bombilla, una rueda, a poner pladur; que me largo al cine, a cenar, de viaje o a tomarme un vino a la barra de un bar ¡Sola! Como hace ya mucho que me recuerdo yo a mí misma que toca presentar la declaración o que hay junta de vecinos; que cocino para uno y tan ricamente; que no tengo gato por el puro egoísmo de no renunciar a la posibilidad de irme mañana a Australia por darle de comer, pues aquí estoy, siendo una naranja completa y oiga, que ni tan mal. Y como me parecería pero que fatal quedarme con un señor solo porque es guapo y buen tipo (que sería lo mismo que rendirnos los dos); como respeto, pero no practico, las confianzas de quienes se bajan los pantalones antes que los miedos y lo que de verdad me pirra es el calorcito de dos cuerpos que se aman, que es cuando tus demonios se ponen a jugar con los míos y por un rato, no molestan, pues ahí sigo: con esa tonta costumbre de preferir deshacer la cama con alguien a quien conozco y conociéndole, además va y resulta que le quiero. Que confieso que mi momento preferido de besar a un príncipe es cuando ¡por fin! se convierte en sapo. Y al verme sapa, en lugar de irse por ancas, va y se ríe, porque qué pereza ser princesa todo el rato, que las diademas tienen ese no sé qué que se te clavan y que la vida es tan efímera y a la vez, ¡tan frágil! Que, por supuesto urge querer y que te quieran, pero mucho. Pero de veras. Y el amor a lo mejor no es como nos lo pintan. El amor, a lo mejor, va y resulta que se lo inventa cada uno, o mejor aún: cada dos. Y yo creo que se acaba amando según se vivió y aún más grave, probablemente se acaba viviendo según se amó.

Así pues, el lector vislumbró ayer, quizá, una leve decepción en los ojos de la persona amada al abrir un regalo; si unas 'gracias' no le sonaron convincentes, quizá es que en el fondo? no era amor. Y si engrosa hoy a su pesar la lista de solteros de Facebook, mira tú qué suerte. Habrá que seguir jugando.

Barbra Streisand convertida en profesora de literatura en 'El amor tiene dos caras' les explica a sus alumnos: «Hace tiempo leí un artículo que decía: 'Cuando nos enamoramos oímos a Puccini en nuestra mente'. Me encantó. Creo que es porque su música expresa por completo el ansia de pasión que hay en nuestra vida. Y de amor romántico. Y mientras escuchamos 'La bohème', o 'Turandot', o leemos 'Cumbres Borrascosas', o vemos 'Casablanca'? un poco de ese amor también vive en nosotros. Así que la cuestión final es: ¿por qué la gente busca el amor cuando este tiene una caducidad limitada y puede ser aniquilador? Yo creo que es porque, como algunos de vosotros ya sabéis, mientras dura? te sientes de puta madre».

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