Ahora que alguna gente recuerda tanto, tanto, 1936, he recordado yo que en la primavera de aquel año Luis Cernuda publicó la primera entrega de 'La realidad y el deseo', título bajo el que iría reuniendo su poesía hasta la definitiva edición de 1963, un año antes de su muerte. Siempre se movieron ahí, en esa frontera, el poeta y su obra, en la distancia a veces insalvable, a veces maldita, que existe entre la realidad y el deseo, entre lo que hay y lo que queremos. «Entre los otros y tú, entre el amor y tú, entre la vida y tú, está la soledad», dejó escrito.

Algo de esa soledad, de ese vacío, cató Pedro Sánchez cuando prometía como presidente del Gobierno. «Ocho meses para diez segundos», dijo, un poco desencantado, a lo que el Rey le respondió: «el dolor viene después». Es evidente que Felipe VI conoce el viejo proverbio, atribuido a todas las culturas antiguas, desde los chinos a los árabes, que nos recomienda tener cuidado con nuestros deseos porque pueden convertirse en realidad.

«Si las cosas que uno quiere se pudieran alcanzar€», dice el viejo son, luego transformado en bolero. Y es que cuando se alcanzan las cosas que queremos es cuando comprobamos que no son lo que queríamos, con lo que el resultado final es, evidentemente, que no se puede, que el deseo y la realidad son universos contrapuestos. La transformación de lo deseado en real conlleva una merma, una pérdida, un desengaño. Hacer realidad un deseo equivale a despertar.

El deseo es una fuerza natural que nos impulsa y que, al mismo tiempo, nos confronta con la realidad. El conflicto entre ambos origina la tragedia íntima de cada ser humano. La realidad es efímera e imperfecta, mientras que el deseo es duradero y perfecto. La única alternativa posible es intentar fijar la realidad del deseo en la obra, cada uno la suya. Yo, que soy el ejemplo que siempre tengo más a mano, trato de acomodarla en un verso, en una columna, en una novela, captar ahí el instante fugaz y eternizarlo a través de la palabra. Pero ni siquiera así alcanzo lo deseado. Es solamente lo que queda de él, es solo su reflejo, su poso. En el trágico conflicto de la realidad inalcanzable y el deseo insatisfactorio se nos consume la vida. Y si finalmente el deseo concluye en realidad y vemos definitivamente la cara de la frustración, qué otra cosa podemos desear sino el olvido.