Está visto que si no entras en una marina deportiva camino al yate con un Ferrari y una despampanante mujer como su madre la trajo al mundo (llorando no, no sean inocentes) sobre el coche como una suerte de espolón macarril, no eres nadie. Yo, que no tengo ni coche (de hecho, ni carné), ni dinero ni amiga que se preste a hacer el ridi subida en un Aixam, que es lo máximo a lo que puedo aspirar, nunca podría pisar esta isla como turista de verdadero postín. Tendría que contentarme con disfrutar de las maravillosas playas del pantano de Orellana, en la exuberante Badajoz, porque no paso el corte ibicenco. Los pobres tenemos que conformarnos con asistir ojipláticos al desenfreno de nuestros congéneres con posibles. Pero más allá del ejemplo de ordinariez que nos han dado los protagonistas, el vídeo (que corre que se las pela de móvil en móvil) demuestra una vez más que en esta isla todo está permitido. Con cuatro duros en el bolsillo eres el rey, tienes permiso para hacer lo que te dé la gana porque, así son las cosas, lo que pasa en Ibiza se queda en Ibiza. Y el problema es que esta isla se ha especializado en los extremos. De un lado, el turismo de lujo y, del otro, el de botellón y tentetieso. El familiar, el que deja dinero en el comercio local y que ha representado siempre una apuesta segura para el turismo pitiuso, se está arrinconando y huye en cuanto contempla semejante espectáculo. El vídeo se ha replicado en todas las televisiones nacionales, dando una vez más un ejemplo estupendo de la oferta cultural, gastronómica y deportiva de la isla. Una promoción impagable.