O no tienes casa porque los alquileres están muy caros y el precio del metro cuadrado por las nubes, o tienes casa pero la convivencia es imposible. La causa de ambas situaciones es el turismo, fuente de riqueza y de dolores de cabeza en la isla. Es difícil conciliar la vida del residente y del turista cuando el segundo invade el espacio del primero y lo hace con una total falta de respeto hacia sus anfitriones. Nunca antes se había mirado con tan mal ojo a los turistas como ahora. Recuerdo ir con mi padre en coche por Torremolinos y pararse correctamente en cada paso de cebra y decirme: «Hay que cuidar al turismo». En Eivissa, el turismo arrolla a sus residentes sin contemplaciones y pone el día a día en la isla en una tesitura difícil de sostener. Hay turistas que no se alojan en hoteles, sino al lado de tu casa, pared con pared. No respetan los horarios de descanso de sus vecinos y piensan que Eivissa es la isla de la fiesta para todos las 24 horas del día. Es el turismo low cost. En el otro extremo está el turismo de lujo. Se alojan en grandes villas y hoteles de cinco estrellas. Parece que no molestan, pero arrancan la posidonia con sus grandes yates y suben el precio de la vivienda en la isla. Quién si no iba a poder pagar las cantidades astronómicas que se piden por cualquier casa de campo en Eivissa. Es muy complicado no querer morder la mano que te da de comer cuando también te castiga.