La número dos de Podemos, Irene Montero, que suele hablar por boca de ganso en la acepción cabal que da Covarrubias de la expresión, decía este martes, hablando de Puigdemont y sin venir demasiado a cuento, que «en España se vulneran los derechos humanos cada día y de forma sistemática».

Esto no es el paraíso, evidentemente, y nuestro sistema político tiene sus defectos inocultables, pero de ahí a la situación que describen las palabras de la política populista hay un verdadero abismo.

El régimen democrático español se construyó como es bien conocido sobre las cenizas de una poderosa e interminable dictadura, en la que se sí se violaban los derechos humanos «cada día y de forma sistemática». Pero precisamente por este aprendizaje, el modelo democrático que nos dimos es sumamente garantista. De los más garantistas de nuestro ámbito occidental, como comprobamos todos cada día y constatan quienes nos contemplan desde fuera.

El problema no es, evidentemente, que un personajillo yerre en sus juicios sino que la portavoz de un partido nuevo, de los que critican a los clásicos por 'carrozas' y aspiran a traernos la modernidad, diga semejantes dislates. Porque si sus diagnósticos son tan erróneos, ¿Cómo podremos confiar en sus propuestas?