El fútbol vuelve a estar en el punto de mira y, de nuevo, por culpa de la violencia en los campos. El deporte rey, como se conoce a popularmente al balompié, genera pasiones pero también motivos para avergonzarse de él en muchas ocasiones. El pasado lunes se vivió uno de estos episodios en un partido de alevines en Ibiza, con el intento de agresión de un padre al entrenador de uno de los equipos que estaba jugando el partido en aquel momento. Todo ello delante de unos niños que tuvieron que presenciar un espectáculo bochornoso y que no tiene nada que ver con los valores que promueve cualquier deporte, también el fútbol: compañerismo, juego limpio, deportividad, no a la violencia y un largo etcétera.

Llama poderosamente la atención que los episodios de violencia sean menos habituales, o incluso inexistentes, en otras disciplinas deportivas. No se trata de crucificar al fútbol, pero el problema existe y habría que tener valentía y determinación en las medidas que se llevan a cabo, hasta ahora todas poco efectivas. Se debería tomar ejemplo de lo que hizo el mes pasado el Colegio Santa María del Pilar de Madrid, que retiró de la competición de baloncesto a uno de sus equipos porque sus jugadores se burlaron de los del rival, el colegio Obispo Perelló, en las redes sociales. Eso sí es inculcar los valores del deporte.