Desde que el Homo erectus anda sobre dos piernas dicen que los apéndices mamarios de los cuadrúpedos se reconvirtieron en algo más que fábrica de leche de las crías para ser también medio de atracción sexual de la especie humana. Su uso sugerente llenó la historia de la política hasta que Cicciolina, aquella actriz porno húngara, llegó al Parlamento italiano con las ubres al aire como argumento máximo.

Tiran más dos tetas que dos carretas, como prueba la concejala de los Yébenes seguidora de Ciciolina en un vídeo porno casero cuyo fin está en su derecho de no confesar. Como lo está en posar como le plazca y mostrar las fotos a quien quiera. Pero no lo tiene a prohibir que sus imágenes provoquen reacciones en quien las ve. Políticos y comentaristas se indignan, contra quienes reaccionaron al caso de la edil, desde esa posición tan al día en lo que concierne al discurso moral que es el lenguaje de los derechos, ahora un derecho a la privacidad y a la intimidad. Pero no se puede ignorar que lo íntimo deja de serlo si se exhibe y lo privado, si se publica. A las contradicciones de la edil acusando en serie a varias personas de divulgar su vídeo, se suma que ella misma filmó voluntaria lo que a todas luces es la incitación al sexo con su persona que luego escapó de sus manos.

Lo que en los años de la Cicciolina era aún escándalo de mostrar lo íntimo ya es moneda corriente. Exhibe sus atributos sexuales cualquiera, un par de golfos ingleses en el avión de Newcastle a Ibiza o la realeza británica, maestra en escándalos de sexo desde que Eduardo VIII se lió con la doble divorciada americana. Los golfos sobre Ibiza gustan de lo que hacen, Ciciolina presume de lo hecho, el príncipe Enrique no dice nada, pero la princesa Kate y la concejala y su cortejo recriminan al que opina sobre lo que es público queriendo devolverlo a la esfera privada perdida. Es evidente que corren tras los hechos y más culpables son quienes no protegen suficiente su intimidad sabiéndose personas públicas que los mirones que las ven en cueros en los medios.

La policía del pensamiento acude al lenguaje de derechos y acusa de moralizantes a otros, mientras ellos no paran de pontificar sobre lo bueno y lo malo. Para no criticar la pornografía, que eso sería moralizar, perpetran la maniobra intelectual de declarar derecho íntimo y privado lo que es espectáculo y público. La pornografía es hoy tan accesible y asequible que el 40% de usuarios de internet en USA ven al menos una vez al mes pornografía; y entre los hombres de 18 a 34 años, el 70%. Pero no es íntima sino anónima, lo que falló a princesas y concejalas que son parte de una institución pública. Es razonable que la edil aconseje no ocuparnos de ella sino «de la imagen deteriorada de la vida pública y de las instituciones», pero ante tanto apoyo recibido dejó de ser consciente de su propia contribución al deterioro.