Conflicto en Oriente Próximo

La Cisjordania palestina: una olla a presión sin futuro ni esperanza

"La gente está muy decepcionada, triste y preocupada por el futuro. Han entendido que Israel busca el genocidio de los palestinos o una nueva Nakba", explica Anas Abu Srur, director de un centro para jóvenes en Aida donde se imparten talleres

Campo de refugiados de Aida, Belén, Cisjodania ocupada palestina.

Campo de refugiados de Aida, Belén, Cisjodania ocupada palestina.

Ricardo Mir de Francia

No hace demasiado tiempo, en los años que siguieron a la Segunda Intifada palestina, cualquier funeral en Cisjordania para honrar a las víctimas de la ocupación israelí era también una exhibición de fuerza de las facciones armadas. Hombres encapuchados con rifles semiautomáticos acompañaban o lideraban el cortejo fúnebre. Las "canciones de la resistencia" tronaban por los altavoces y las distintas facciones pugnaban por apadrinar al "mártir" de turno, un privilegio que se escenificaba envolviendo al fallecido con el color de la bandera correspondiente y pagando los responsos, así como una pensión para sus familiares. Aquellos funerales exudaban dolor y pérdida, pero, sobre todo, rabia, odio y sed de venganza.

Los viejos rituales no han desaparecido del todo, pero han dejado de ser la norma. En el funeral de este viernes en Aida, un campo de refugiados palestino incrustado en el urbanismo de Belén y completamente rodeado por el muro de hormigón israelí, no hay encapuchados, ni armas, ni banderas verdes de Hamás, amarillas de Al Fatah o negras de la Yihad Islámica. Solo hay pequeños banderines con el emblema palestino y una letanía de vecinos cabizbajos que se hablan al oído sentados en sillas de plástico en el patio de un colegio de Naciones Unidas. Más que hambre de revancha, se respira miedo y derrota

Funeral de Mohamed Ali Azia, un palestino de 17 años asesinado por un francotirador israelí en el campo de refugiados de Aida (Belén).

Funeral de Mohamed Ali Azia, un palestino de 17 años asesinado por un francotirador israelí en el campo de refugiados de Aida (Belén). / RICARDO MIR DE FRANCIA

"La gente está muy decepcionada, triste y preocupada por el futuro", asegura Anas Abu Srur, director de un centro para jóvenes en Aida donde se imparten talleres de arte, deportes y formación. "Han entendido que Israel busca el genocidio de los palestinos o una nueva Nakba", añade refiriéndose a la campaña de limpieza étnica desplazamiento forzoso que siguió a la creación del Estado de Israel en 1947 y la primera guerra con los países árabes.

Violencia arbitraria

El funeral en Aida resume parte de lo que está sucediendo en la Cisjordania ocupada desde el 7 octubre, cuando se puso en marcha esta guerra con el devastador ataque de Hamás sobre el sur de Israel. Esta misma mañana, cuando despuntaba el día, Mohamed Ali Azia recibió un disparo en el pecho al asomarse a la azotea de su casa. Tenía 17 años. Le disparó un francotirador desde una de las torretas de vigilancia israelíes que rodean el campo de refugiados. "Era un chaval muy callado que estaba preparando los exámenes para ir a la universidad. No estaba metido en política ni afiliado a ninguna facción", cuentan varios vecinos en Aida.  

Torre de vigilancia israelí asomada al campo de refugiados palestinos de Aida, de la que salió el disparo que mató a Mohamed Ali Azia.

Torre de vigilancia israelí asomada al campo de refugiados palestinos de Aida, de la que salió el disparo que mató a Mohamed Ali Azia. / RICARDO MIR DE FRANCIA

Tras resultar herido en el torso, su padre llamó a una ambulancia para trasladarlo al hospital, pero los militares israelíes no permitieron la entrada de la ambulancia en el campo, según los vecinos. Desesperado al ver cómo su hijo moría desangrado, el padre cargó al niño en el coche de un vecino y pusieron rumbo al hospital. "De camino, los soldados pararon el coche, se llevaron el cuerpo y ordenaron al padre y al vecino que se volvieran a casa", explica Abu Srur. "Una hora después, un oficial israelí llamó para decirle que su hijo había muerto y darle las coordenadas para recoger el cadáver", añade con gesto deprimido.

Es por las noches cuando la tierra tiembla en Cisjordania. Redadas, arrestos, asesinatos, allanamientos de morada, interrogatorios y tortura, como están mostrando sin ningún pudor los soldados israelíes en las redes sociales. 195 palestinos han muerto allí desde el 7 de octubre y otros 2.500 han resultado heridos, según el Ministerio de Salud en Ramala. Más de 2.600 personas han sido detenidas. "Algunos de los detenidos están metidos en política, otros no tienen nada que ver. Irrumpen en las casas, se llevan a la gente y si no encuentran al que buscan, detienen a sus padres o a sus hermanos hasta que el otro se entregue", cuenta Abu Srur, el activista de Aida. 

La guerra en Gaza también ha ido acompañado del cierre de las ciudades y pueblos cisjordanos. Nadie entra ni sale si no es con permisos especiales concedidos a una pequeña minoría. La economía se está rápidamente hundiendo. Un 28% del empleo se ha evaporado y si la guerra continúa un segundo mes, el PIB palestino se contraerá un 8,4%, según un informe de la agencia de desarrollo de la ONU, un desplome mucho más acelerado que el vivido en Ucrania o Siria. (El precio también está siendo oneroso para la economía israelí, que pierde unos 600 millones de dólares a la semana, de acuerdo con su Banco Central).

Desarme de las facciones palestinas

"La gente no tiene ganas de luchar, pero si esto se prolonga mucho y no hay ingresos, ya no tendrá nada que perder", afirma Marwan Daud, un comerciante de Belén. Solo en un puñado de ciudades como YenínTulkarem, Tubas o Nablus existe algo parecido una resistencia armada más o menos organizada. Pero no son las viejas facciones de siempre, sino una nueva generación de milicias surgidas en los dos últimos años, y perseguidas tanto por Israel como por la Autoridad Nacional Palestina. Las más numerosas son las Brigadas de Yenín, que según el Crisis Gruoup tenían unos 200 miembros antes de esta guerra, y La Guarida del León en Nablus, formada por un centenar de militantes desafectos de Al Fatah y Hamás. Sus feudos están ahora bajo asedio constante de las tropas israelíes, que están destruyendo los campos de refugiados en Yenín o Tulkarem.

La desafección hacia los líderes políticos palestinos es profunda y generalizada entre la población. El presidente Mahmud Abás, que gobierna en Cisjordania, es percibido como un "colaboracionista" de Israel, mientras que Hamás era altamente impopular en Gaza hasta que rompió el bloqueo para atacar el Estado judío. "La gente pensaba que Hamás se había vendido al dinero de Qatar y los permisos de Israel para los trabajadores de Gaza, pero lo que ha hecho le ha devuelto la credibilidad y el apoyo entre los palestinos", asegura el politólogo Asad Abdulrahman.

No es que la calle apruebe necesariamente los métodos atroces que desplegó el 7 de octubre, pero sí su osadía para dinamitar el opresivo estatus quo que asfixia a la población palestina. "La gente no aguanta más la ocupación, quiere vivir con un mínimo de dignidad y libertad", asegura Anas Abu Srur desde el campo de Aida. "Los asentamientos no dejan de crecer, no hay horizonte para una solución política, la economía se deteriora y todos sentimos que vivimos en una prisión al aire libre, particularmente en los campos de refugiados, donde más agresivas son las fuerzas israelíes". Nada ha funcionado en las últimas tres décadas. Ni los métodos no violentos de la Primera Intifada. Ni la guerra y los atentados suicidas de la Segunda Intifada. O los procesos de paz y el espejismo de Oslo. 

La falta de esperanza es siempre el mejor caldo de cultivo para la irrupción de una nueva generación de combatientes. "Particularmente los jóvenes han dejado de creer en la vía política abanderada por la ANP al ver cómo solo la lucha armada es capaz de alterar el inmovilismo", dice Abu Srur. La diferencia ahora es que los palestinos tampoco creen en sus líderes. La calle va por libre y el sentimiento de orfandad --acentuado por el abandono de los países árabes y la comunidad internacional-- es absoluto.

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