Entrevista | Eric de Bont Maestro de clown

Eric de Bont: «El ‘clown’ es la medicina del alma en estos tiempos»

El prestigioso maestro de clown regresa a la isla, de donde se marchó hace diez años y donde este fin de semana recupera sus talleres

Eric de Bont, con su coche de los ‘bombeiros’ gallegos.

Eric de Bont, con su coche de los ‘bombeiros’ gallegos. / Vicent Marí

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

Son las ocho de la mañana, hace veinte grados y Eric de Bont tiene la chimenea encendida. «Me ayuda a pensar», dice en el salón de la casa en la que vive ahora, en Sant Joan, frente a la que está aparcado su todoterreno, que un día fue de los bombeiros de Galicia. Huele a café y sólo se escucha el balido de las ovejas. El maestro de clown se prepara para el fin de semana de su regreso a la isla, un curso y dos noches de números en junio y un proyecto, centrado en trabajar esta disciplina relacionándola con tragedias humanas, para septiembre.

Eric de Bont, maestro de clown

Hace diez años que huyó de la isla, en la que vivió 17 años, por una «tragedia personal». Se fue a Menorca, donde siguió con su escuela de clown y se volvió ermitaño. Pero la isla le llamaba constantemente. Y regresó. Volvió y se instaló en el norte, donde ha pasado el invierno y donde este fin de semana la escuela empieza a rodar con el curso ‘Esencia de clown’. El 15 y 16 de junio se celebrarán dos noches con números de los alumnos y en septiembre volverán los cursos internacionales. 

¿La gente aún quiere ser clown?

Sí, cada vez más. Es la medicina del alma en estos tiempos. Mira, esto es el clown para mí [muestra el vídeo de un bebé jugando con su sombra]: clown puro, inocencia total.

¿Se puede ser inocente en el mundo en el que vivimos?

Es el gran reto en el clown: volver a la inocencia que hemos perdido, o que estamos perdiendo. La escuela ha dado un gran giro desde Ibiza a Menorca y ahora con el regreso. Vamos a focalizarnos en tragedias humanas y clown, se titula ‘Fons Innocentiae’, la fuente de la inocencia. Si hacemos las cosas desde la inocencia, sin control, sin perfección, la vida es mejor. No hay muchos clowns en el mundo, pero pueden ayudar a lograr un mundo mejor. Lo ves durante los cursos.

¿Qué ve?

Que la gente se abre, se quita las defensas, llega a su propia vulnerabilidad, la comparte con el público y vuelve a su inocencia. Cuando esto pasa se me pone la piel de gallina.

A la mayoría de las personas nos da pánico que los demás vean nuestra vulnerabilidad.

Invitamos a la gente que se desnude y sea lo más vulnerable posible para llegar a su alma de clown, no a actuar de clown, y compartir sus emociones con el público. Cuando compartes eso desde el corazón el público lo siente y participante de la emoción del clown. Es cuando se oye ese «Oooooh» en el público y deja caer una lágrima. El trabajo es llegar a ser tú mismo y, desde ahí, comprender el lenguaje del clown, llevarlo al escenario y compartirlo con el público. Quitar, quitar y quitar… Todas las corazas fuera. Para mí, la esencia del ser humano es lo que irradia el clown, del que a veces se habla mal.

Se usa «payaso» como insulto.

Sí, y se dice que el clown no es arte cuando es arte puro.

Se cree que su objetivo es hacer reír, pero cuando entiendes realmente el clown es cuando uno te hace llorar a mares.

Sí. A veces la gente viene a la escuela con una idea, pero entonces ven que hay otras formas de trabajar el clown, de verlo y de serlo. Me paso el tiempo en clase repitiendo que menos es más. Con una mirada bien hecha en el momento justo puedes tener a todo el público de Can Ventosa tirado en el suelo envuelto en lágrimas. O riendo.

Habla de que menos es más, pero el payaso que nos viene a la cabeza en España es lo contrario: colores, muchos elementos, maquillaje, gestualidad máxima…

Sí, la escuela lleva 40 años, ha pasado por ella gente de todas las partes del mundo y hay diferencias. La gente siempre pregunta cuál es la diferencia entre nuestro clown y los de otras escuelas. Nos centramos en clown, sólo en eso, no lo combinamos con teatro u otras disciplinas, nos acercamos al clown desde la parte artística y buscando esa sanación. Maurice, por ejemplo, era un profesor de canto y actor, pero también psicólogo. En Menorca realmente vino ese cambio en el que ahora en Ibiza vamos a profundizar. Nos centramos en la creación y en las tragedias humanas.

¿Por qué?

Porque veía que la gente cada vez más quería contar sus tragedias. Hicimos el primer curso de esta temática en Menorca, con 16 personas. Tras dos semanas de trabajo estábamos todos enfermos. Yo también. No estaba preparado para eso. La gente venía con sus traumas arrastrados desde niños o adolescentes. Lo trasladaban al lenguaje del clown, lo desarrollaban y lo llevaban al escenario, con el público. Estábamos enfermos. Era psicosomático, claro. Pero no te creerás lo que pasó aquella noche. Estaba encargándome de las luces y empecé a sentir cómo la sala vibraba de la emoción. El público. La gente no sabía si reír o llorar, así que reía y lloraba y lloraba y reía. Fue una noche increíble. Sanación para los participantes y para el público. Con el clown se puede trabajar cualquier cosa: abusos sexuales, adicciones, enfermedades, pérdida de un ser querido, alzhéimer… Todo.

Hay tragedias que dejan de serlo con el tiempo.

Sí. Mira, recuerdo el caso de un paraguayo que en un curso explicó que cuando tenía 22 años se empezó a quedar calvo y pensaba: «No voy a poder estar con ninguna mujer en mi vida por esto». Para él era una tragedia. Se escondió, se puso todo tipo de cosas en la cabeza... Ahora tiene 48 años y es un mujeriego. Con el clown puedes trabajar esas tragedias que ya no lo son, claro, pero también otras que se mantienen en tu vida. Y ayuda. Pienso en una mujer de Nueva York que llegó diciendo que nunca, nadie, en su vida, la había visto. Era invisible. De niña, de adolescente, de adulta… «Nunca me han visto», decía. Con 67 años, ella, que era una actriz cojonuda, quería trabajar eso. Y lo hicimos. Hicimos un número.

«El ‘clown’ es medicina para el alma en estos tiempos»

Eric de Bont, con su coche de los ‘bombeiros’ gallegos. / Vicent Marí

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¿Cómo fue ese número?

La noche de Año Nuevo, en Nueva York, todo el mundo festejando. Todos van de gala, ella es la única vestida de clown. El clown siempre quiere participar, siempre va donde está la fiesta, quiere imitar al ser humano, pero tiene éxito donde no quiere: en el fracaso. Alguien va a brindar y pasa de largo, la gente la ignora para bailar y, tras la cuenta atrás al Año Nuevo, todo el mundo se abraza, pero a ella, por más que abre los brazos, no la abraza nadie. La fiesta se acaba, se queda sola en el escenario. Y el público siente tanta pena… De repente, suena un móvil. Un mensaje: «Querida Lisa, quiero desearte un feliz Año Nuevo». Mira al público, ilusionada. El público la observa, derretido. Y ella sigue leyendo: «Vo-da-fo-ne».

El «Ooooh»...

Exacto. La inocencia.

¿El clown puede ser falso?

Hay muchos que para mí lo son, pero ellos creen, con todo el derecho del mundo, que es su clown. Hay muchas verdades en el clown: mimo, teatro, pantomima, circo, social… Y hay muchos profesores, y cada uno tiene su propia verdad. Llevo 40 años, y aún estoy aprendiendo. Cada fin de semana, con cada grupo, vas desarrollando una verdad, la mía. Están Jango Edwards o Johnny Melville, grandes clowns de otros estilos, que también enseñan, pero el reto, en tu viaje, es destilar tu propia verdad, qué es el clown para ti.

¿Como es el clown de se escuela?

Es un personaje asexual, todo lo relacionado con el sexo no entra en el guisante extrafino del cerebro del clown. No lo entiende. No sabe qué es un orgasmo. Si pasa por una habitación y escucha uno, copiará los gemidos sin saber qué son. En los espectáculos de Jango Edwards, gran amigo que ya murió, en cambio, el 85% estaba relacionado con el sexo. Mi clown es tonto, pero con un gran corazón y tiene un vocabulario muy pequeño. Virginia Imaz, en el País Vasco, hace un clown muy inteligente, que busca la risa con palabras. Desde mi humilde opinión, creo que eso cruza la frontera entre el clown y el cómico, pero cada uno tiene que hacer el clown que quiere hacer.

¿Todos llevamos un clown?

Sí, todos. Sin ninguna duda.

¿Y cómo lo sacamos?

Mira, uno de los primeros ejercicios que pido a los alumnos es que me cuenten un fracaso de sus vidas. Algo que vivieran que en ese momento les hizo sentir fatal, pero de lo que unas horas más tarde se rieran. Yo, por ejemplo, hace mucho tenía una novia de Barcelona, de una familia catalana muy rica. Me invitaron a su casa, pero no sabían que su hija y yo éramos novios y, como un día se iban de excursión, cuando me levanté me fui a buscarla. Escuché la ducha. Entré. Estaba lleno de vapor, me desnudé me metí en la ducha y dije «bon dia!»… Aún recuerdo el grito. ¡Era la madre! En dos horas estaba en la calle y con una vergüenza… Pero por la noche llamé a mi mejor amigo en Holanda y nos reímos. Fracasar es una palabra muy sucia en esta sociedad. Todo está asociado al control, a la perfección, al éxito. No podemos fracasar. La gente tiene miedo, pero el clown puede hacerlo, puede fracasar, con todo el placer del mundo.

En la sociedad actual el fracaso está prohibido, la gente finge el éxito, miente, va con mil corazas…

El miedo… ¡La gente tiene miedo hasta de hacer un curso de clown! ¡Porque no quieren fracasar como clowns! Al principio yo también tuve pánico, pero luego ves que en muy poco tiempo el pánico y el miedo se van. Entonces llegan la inocencia y la locura. A veces, por miedo, no dejamos voz a nuestra propia locura. El clown es el representante del absurdo. Deja fluir su ser absurdo sin ningún miedo. En Mallorca desarrollamos un curso, ‘Objetivo, problema, solución’, para trabajar el pensamiento clown, invitar a la gente a ser creadores, genios, personas capaces de crear algo nunca visto.

Póngame un ejemplo.

Mira, el objetivo de uno de ellas era comerse un huevo duro por la mañana. Lo tiene todo preparado en la mesa, pero cuando va a comerse el huevo, coge la sal y… no hay sal. ¿Cómo consigues la sal? Le pide a su madre que le cuente que su perro se ha muerto en un accidente horrible. Empieza a llorar, coge una lágrima con el dedo, enciende el mechero, se lo acerca al dedo hasta que se evapora el agua y pone la sal en el huevo. ¡Es una solución genial!

Lo veo como ejercicio de una gran empresa para detectar creativos.

Sí, tenemos alumnos que vienen de ahí, tienen grandes profesiones en grandes empresas y que hacen clown porque quieren ser más libres. Hay mucho trabajo detrás de un número de clown. Investigaciones, pruebas... Encontrar, por ejemplo, la forma de comerse una sopa de tomate sin cuchara y echando mano de lo que lleves en el bolso. Sacas un peine, pero no te sirve; una cartera, pero tampoco, entonces llegas a una caja de tampones y el público dice «¡Noooo!». Que eso sea sumamente inocente, elegante y sensible requiere muchísimo trabajo. Ese número lo hizo una mujer con una educación tradicional y supuso una liberación. Esa es la locura del clown. Me encanta ese curso porque además del alma y el corazón del clown tienes que entender su pensamiento.

¿Clown para políticos?

He dado cursos a grupos de líderes, de directivos, de curas, de abogados, de enfermos… Cuando aún estábamos en Ibiza vino a uno el gran abogado del duque de Luxemburgo. Llevaba cuatro móviles y estaba todo el rato pendiente de ellos. Los tiempos han cambiado mucho. La gente no está bien, está confusa, tiene muchos problemas, no hay chispa. Los cursos de tragedias humanas y clown atraen a un montón de gente, es una forma divertida de expresar tu miseria, dolor, tristeza, soledad… tus problemas. En Canarias, en Santa Brígida, firmamos un convenio para impartirlo tres veces al año. La gente viene desde toda Europa para el curso.

¿La isla que ha encontrado es la misma que dejó hace diez años?

Me fui con mucho dolor. Me fugué. Siempre sentí que tenía una herida abierta con Ibiza, que no ha dejado de llamarme estos años. He vivido una transformación personal. Por las mañanas era el director artístico de la escuela y por la tarde, un ermitaño. En casa, meditando. Tenía que volver a Ibiza, lo pensaba constantemente. Me decían que esto había cambiado mucho, que no encontraría casa. Pero llegué y un gran amigo, doctor, me ofreció su casa.

Ha cambiado el sur por el norte.

Sí, llegué en enero y he tenido los mejores cuatro meses de mi vida, reencontrándome con la Eivissa 1.0, con la payesa Catalina, con su hijo que mira con amor a esta tierra, con el exalcalde, que es también vecino. He sentido un respeto por Ibiza que no había sentido desde mi primer viaje a la isla, en los 90. Cada mañana cuando abro la puerta no me puedo creer que vivo aquí. Mi herida con la isla está sanada. Leo los reportajes de la gente que se tiene que ir de la isla y veo un cambio brutal. Y en las últimas tres semanas estoy sufriendo un choque.

¿Un clown se jubila?

Sí, oficialmente sí. Quiero encontrar un equilibrio entre la vejez y mis hobbies. He llegado a Ibiza, he cogido unos meses para aterrizar, respirar y conectar de nuevo con la gente de la República Independiente del Fracaso. Nos vamos a centrar en tragedias humanas y clown, el curso está con lista de espera y con unas ganas… En otoño ya comenzaremos con los cursos internacionales. Tenemos el programa cerrado hasta enero de 2025. No sé qué pasará después, sólo sé que no voy a dejar el clown.

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