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Ibiza se rinde a las melodías que nacen en un vertedero de Paraguay

La orquesta de Cateura de instrumentos musicales hechos con materiales reciclados de la basura seducen a más de un centenar de familias en el concierto ofrecido en el auditorio de Cas Serres

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Concierto en Ibiza de una orquesta de instrumentos reciclados de Paraguay. Vicent Marí

Decenas de niños corren hacia el escenario. Favio Chávez, director de la orquesta de Cateura, no ha terminado siquiera su invitación y los pequeños ya se han levantado de las butacas del auditorio de Cas Serres y se dirigen a toda velocidad hacia la escena. Allí les esperan, todos para ellos, los instrumentos que los músicos, apenas unos chavales, han dejado sobre las tablas. Una viola. Un par de violines. Un contrabajo. Un chelo. Una guitarra... «Son a prueba de niños traviesos», insiste Chávez. Y las madres y padres, que temían ya una masacre instrumental al ver a los pequeños dispuestos a hacerlos sonar, respiran, sonríen y a una velocidad apenas un poco menor que la de las carreras de sus retoños, enfilan también hacia el escenario, móvil en mano. Con la cámara ya preparada.

Ibiza se rinde a las melodías que nacen en un vertedero de Paraguay

Ibiza se rinde a las melodías que nacen en un vertedero de Paraguay Marta Torres Molina

A prueba de niños traviesos y también a prueba de viajes. De los muchos desplazamientos que la orquesta realiza al cabo del año para explicar su proyecto. Ése que construye instrumentos musicales con lo que otros tiran a la basura. Ése que ha creado una escuela en el sector al que van todos los desechos de Asunción. «Todos los días llegan 2.000 camiones llenos de basura», afirma Chávez, que relata cómo la comunidad que vive junto a ese vertedero desempeña trabajos relacionados con el reciclaje. Con el material encontrado en la basura levantan sus casas, construyen muebles y diseñan ropa, continúa el director. «La basura fue la respuesta», apunta al narrar la historia de la escuela de música (300 alumnos, 60 de ellos en la orquesta) y la pregunta que se plantearon: «¿De dónde sacamos los instrumentos?».

«A raíz de una necesidad ves la basura de otra forma», asegura. Latas, sartenes, bidones, tuberías, cucharas, tenedores, planchas de madera... Ésos son los materiales con los que construyen los instrumentos. «Primero hacíamos cosas más sencillas, luego fuimos mejorando», reconoce poniendo la atención en Wilson, contrabajista, el adolescente que se encarga de dar vida a todos los instrumentos de cuerda. Él es quien, al llegar a Cas Serres se ha encargado de explicar al técnico de sonido por dónde sale la música. «Nos dicen que nunca han amplificado latas», justifica Chávez durante el concierto-taller, organizado por el departamento de Gestión Ambiental del Consell y la Asociación Proyecto Paraguay.

«¿Tocan alguno?», dispara al público. Y un montón de manitas se alzan por encima de las butacas. Entre el público hay pequeños violinistas, pianistas, guitarristas, chelistas, teclistas, saxofonistas... «La mayoría son músicos... ¡Qué compromiso para nosotros!», bromea el director, cuya guitarra, explicará más adelante, está hecha con dos latas de dulce de batata: «Una de chocolate y otra de vainilla. ¿Sabén cuál es su problema? Que tiene fecha de caducidad».

Tras la primera interpretación de la banda, ‘Libertango’, de Astor Piazzolla, todos en el patio de butacas comienzan a entender lo que Chávez ya ha explicado. De la basura puede surgir belleza. Magia. Ilusión. Melodías. Una lata de pintura, un tenedor, una cuchara... Son algunos de los elementos de desecho que forman el violín de Arami (pedacito de cielo, en guaraní) y que, en sus manos, nadie diría que son basura. «Pensamos que las cosas cambian a las personas, pero son las personas las que cambian las cosas», comenta chávez antes de que con ese violín de lata la música interprete una versión de ‘Viva la vida’, de Coldplay, tan sentida que arranca las lágrimas que algunos de los adultos asistentes.

«¿Tienes pasaporte?», le espeta Chávez a Vera, una violinista de ocho años que hace unos instantes estaba sentada en la segunda fila del patio del butacas y que está ahora en el escenario, preparándose para una escala en sol mayor con el instrumento de Amara, la segundo violín. El paso previo a interpretar, con la de Cateura, el ‘New York, New York’ de Frank Sinatra. «Nos conocemos hace un minuto y ya estamos tocando juntos. Eso es lo que hace la música, comunicarnos», continúa el director antes de presentare a Bárbara, que muestra su viola. «Lo importante es que la sartén de cocinar que encontremos sea más grande que la del violín», bromea. «Y para el chelo tiene que ser aún más grande», continúa en una especie de monólogo cómico que concluye con el contrabajo de Wilson, la etiqueta de inflamable que figura en el lateral del bidón con el que se lo construyó y las advertencias sobre los productos que no se pueden llevar en los aviones. Un contrabajo que diseñó él mismo, inspirándose en su novia, cortando la lata «como una cartulina».

La orquesta interpreta el ‘Canon’ de Pachelbel, una galopera para acompañar a Victoria, una paraguaya de trece años que vive en Ibiza y que muestra el baile tradicional de su país, un tema de José Asunción Flores y el ‘Tico tico’ antes de presentar a Lissette y su flauta de tubería que tiene una llave hecha con una moneda de cinco guaranís. «Un euro son 75.000 guaranís. Una moneda de cinco guaranís no vale nada, por eso acabó en la basura, pero ahora vuelve a tener vida y un sonido mágico capaz de hacer que la persona que la tiró a la basura se arrepienta», concluye antes de tomarse un descanso e invitar al público a palpar sus instrumentos «hechos a prueba de niños traviesos».

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