Las dos últimas veces que Pau, un niño de Santa Getrudis, ha ayudado a su abuelo a recoger naranjas en la finca, éste le ha dado 50 euros que él ha depositado en el carrito solidario que la asociación de voluntarios Magna Pytiusa tiene en Santa Gertrudis. Un gesto que a la presidenta de la asociación, Antonia Ramón, y la empresaria Alba Pau, impulsoras de esta iniciativa puesta en marcha cuando se decretó el estado de alarma para ayudar a familias con pocos recursos, les llegó al corazón. «Me vas a hacer llorar», le dijo Alba a Pau. «Lo he hecho porque he querido. Ayudaré en todo lo que pueda y no llores, que entonces yo también lloraré», indica el preadolescente en un audio en el que confiesa que desde que comenzó la pandemia busca cosas que le hagan reír para despistarse de la situación. (Mira aquí todas las fotos)

Pau es sólo una de las muchas personas de Santa Gertrudis que se han volcado con la iniciativa, indica la empresaria poco después de recoger y repartir, con ayuda de los voluntarios Luis y Tatiana, el noveno carrito solidario. En realidad no es el noveno, ya que lo que recogen cada semana da para llenar más de uno, matizan.

La idea surgió hace dos meses cuando, coincidiendo con el decreto del estado de alarma en la asociación comenzaron a preocuparse por cómo se las apañarían algunas familias a las que ya atienden para salir adelante. «Que ahora no tengas que pagar el alquiler no sirve de nada si dentro de tres meses, sin trabajar, tienes que pagar esos meses juntos», reflexionan los voluntarios, que detallan que en esos carritos solidarios recogen lo que les entrega la gente pero también aquello que compran con las donaciones económicas que hace la gente a la asociación.

«Hay quien nos da 10 euros, 20, 50, 5... Da igual», indica la empresaria, que detalla que ese dinero y el que les ha concedido la Fundació Joan Ribas lo destinan cada semana a comprar aquellos productos necesarios que la gente no deja en los carritos: «Básicamente carne y pescado y también productos de limpieza del hogar e higiene personal». «En el caso de la Fundació Joan Ribas nos habían hecho la donación hace un tiempo, les preguntamos si la podíamos usar para esto y nos dijeron que sí», explica alba Pau, que destaca cómo algunas de las personas y comercios del pueblo se han implicado hasta el punto de colaborar todas y cada una de las semanas desde que comenzaron a recorrer Santa Gertrudis. Nieves les entrega siempre una caja de orelletes para que esas familias «tengan algo dulce en estos momentos tan complicados», los dueños de varios huertos les llevan sacos de naranjas y cajones con lechugas, cebollas, coles y también patatas, un imprescindible.

Entrega «puerta por puerta»

Entrega «puerta por puerta»

Para el carrito de esta semana un hombre de Vila que se enteró de la iniciativa les ha entregado una caja con plátanos y manzanas mientras que otra mujer les ha llevado un saco lleno de nísperos y albaricoques. «Nos gusta que haya mucha fruta y mucha verdura», comentan los voluntarios, que reparten luego personalmente, «puerta por puerta», estas donaciones entre las familias usuarias de la asociación. «En lo que les entregamos no faltan nunca leche y huevos», indican antes de señalar que generalmente se les da también una cantidad económica con la que poder comprar pan para todos durante toda la semana.

Intentan adaptar las entregas a cada una de ellas. De hecho, los productos que adquieren para completar los carritos solidarios los escogen pensando en ellas. «La asociación, cada semana, nos da una lista con las características de la familia. Si en una hay niños compramos cosas que pensamos que les puedan gustar, como salchichas, hamburguesas, alguna pizza, cereales para el desayuno... Si es para una mujer mayor, en cambio, pues le ponemos pollo ya cortado y algo para guisar», detalla la empresaria, que señala que la intención de la asociación ha sido ayudar a las familias que lo necesitan y colaborar, en lo posible, a reducir la creciente demanda de alimentos que están teniendo entidades como Cáritas. «Sabemos que no dan abasto», indican.

Desde la asociación señalan que algunos de los integrantes de las familias a las que atienden tendrían que haber comenzado a trabajar el pasado mes de abril y, al no hacerlo, «se ven, de golpe, teniendo que escoger entre pagar la luz y el agua o hacer la compra». Algunas, que ya iban justas antes de la pandemia, ahora están realmente «asfixiadas» económicamente. Todo esto se lo cuentan cuando acuden personalmente a sus casas para entregarles comida y resto de productos. Al principio, aseguran, alguna de estas familias llamó a la asociación para pedir ayuda y les confesó «que ese mismo día no habían comido porque no tenían nada».

Así, explican, en estos momentos han empezado también a tramitar la pensión no contributiva para dos mujeres que, a pesar de haberse pasado la vida trabajando no reciben nada porque nunca estuvieron aseguradas. Una de ellas sufre del corazón. La otra, explican los voluntarios, no tiene bien las piernas, indican los voluntarios durante su recorrido de cada miércoles, que les lleva a la farmacia, el estanco, el supermercado... «La gente de este pueblo es muy solidaria», indica la empresaria, que asegura que ése es un adjetivo aplicable a toda la población de la isla. «Dan mucho, pero es verdad que se lo tienes que poner muy fácil», reflexiona la empresaria, que indica que no asisten todas las semanas a las mismas familias. De hecho, en alguna ocasión les hacen entregas más cuantiosas de lo normal y les advierten de que pasarán de nuevo en dos semanas.

Pau no es el único menor implicado con las necesidades de quienes tienen menos. Un niño de apenas siete años les envió todas las monedas que contenía su hucha. «La rompió para ayudar», comenta la empresaria, emocionada, mostrando una fotografía en la que se ven todas esas monedas del tesoro infantil. «No digo el nombre porque nos dijo que quería permanecer en el anonimato», concluye, riéndose.