Cuando José Ignacio Ricarte, médico de la Unidad de Media Estancia Ca na Majora, envía peticiones de pruebas de los mayores con coronavirus que acoge este espacio al laboratorio de Microbiología siempre incluye una nota. En ella, además de «una pequeña explicación» sobre el paciente escribe un mensaje de ánimo. Lo hace pensando en su mujer, Susana Ramon, microbióloga de Can Misses, por si esa prueba le llega a ella. «Si es así, sé que eso también anima a esa otra persona», comenta Ricarte quien, junto a Ramon, forma una de las muchas parejas de sanitarios que han vivido el estado de alarma en primera línea.

«La sensación es que vas al revés que el resto de la gente», comenta la microbióloga: «No puedes teletrabajar y tienes que estar muchas horas. Cuadrar los horarios para estar con los niños, a los que no hemos querido dejar con la abuela para preservarla del contagio ha sido encaje de bolillos». Al final, sin embargo, reconoce que han llevado estas semanas «mejor» de lo que pensaban.

Ambos destacan que ese encaje de bolillos ha sido posible, en buena parte, por la disposición de los compañeros de Ramon en Microbiología, que han adaptado sus horarios para facilitar que uno de los dos pudiera estar siempre con los niños, Ángel y Eva. Sobre todo por las noches: «El mayor tiene doce años, no es cuestión de que se despierten por la noche con una pesadilla y no haya nadie». «Los compañeros nos lo han puesto fácil», continúa ella, que destaca, sin embargo, que con las clases y las extraescolares online no se pasa las tardes coche arriba y coche abajo de una a otra actividad y con la sensación constante de no llegar.

Ángel y Eva han llevado esta situación «bien», echando de menos a sus amigos, pero bien, indican sus padres, que destacan que al vivir en una zona de campo y con terreno no se han sentido tan encerrados. «Los profesores se han implicado mucho y les han enviado tareas, pero sí he echado de menos una especie de aula virtual donde los alumnos pudieran tener contacto entre ellos para no sentirse tan aislados», indica Ricarte.

El y su mujer, que se conocieron cuando cursaban primero de Medicina en Zaragoza, también lo han llevado sin mucho drama. «Emocionalmente sientes que estás haciendo algo útil», explica Ramon, que confiesa que el confinamiento le ha servido para darse cuenta de que «no hacen falta tantas cosas» como creía y también para dejar a un lado las prisas y pasar más tiempo en casa: «Antes se me caía la casa encima, con esa locura de agenda y obligaciones. Ahora he visto que no es así, que puedes quedarte en casa y no pasa nada». Han aprovechado, de hecho, para disfrutar juntos. En familia y en casa. «¿Sabes esos juegos de mesa que tienes guardados, algunos de ellos aún con el envoltorio?», pregunta retóricamente la microbióloga mientras de fondo se escucha a Chiqui, el quinto miembro de la familia. Peludo, adoptado y que los tiene a todos enamorados de él.

Eso sí, en casa intentan no hablar sobre el coronavirus. «Al ser los dos sanitarios cuesta no estar informados», comenta Ricarte, que recalca que ya pasan toda la jornada laboral centrados en la pandemia como para seguir al llegar a casa. «Igual a otra persona le puede parecer apasionante, pero en nuestro caso, no», indica. «Estoy un poco cansada. Es un tema permanente en el trabajo, en los medios...», añade la microbióloga. «Lo bueno de que los dos nos dediquemos a esto es que el otro te comprende. Las guardias, los horarios, las necesidades... No trabajas en una fábrica de chorizos y aunque acabes a las tres y media de la tarde, hay veces que son las cinco porque estás con un paciente», indica el médico, que destaca su gran aprendizaje de este confinamiento: cocinar. «He aprendido. Y lo hago bien. Preparo un puré de verduras que los niños dicen que les gusta más que el de su madre», asegura, riendo.

En casa ya tenían implantadas algunas rutinas que ahora son imprescindibles para reducir el riesgo de contagio, como dejar los zapatos fuera. Los abrazos, sin embargo, deben esperar a que se deshagan de la ropa y se duchen. Ramon asegura que en ningún momento ha tenido miedo de contagiarse y contagiar al resto de su familia, sí preocupación, pero no miedo. Por eso, explica, decidieron que los niños no tuvieran contagio con su abuela «para preservarla a ella». «No hemos tenido tanto miedo porque hemos aplicado unas medidas lógicas de prevención», apunta su marido, que confiesa que tiene ganas de recuperar las cosas que antes eran normales: ir a un restaurante, al teatro, al cine... No es lo único: «Desearía poder ir a un funeral como despedida de todas las personas que han fallecido estos días. Los atendimos tan de cerca que necesitamos un ritual que nos sirva para soltar las emociones acumuladas, llorar o, simplemente, despedirnos».

Casa y consulta en Sant Miquel

Medico y enfermera de la unidad básica de salud de Sant Miquel. Marido y mujer en casa. Desde que comenzó la pandemia, Toni Florit y Carmen Cuadra han pasado prácticamente las 24 horas del día juntos. Ella trabajaba como enfermera gestora de casos en el centro de salud de Santa Eulària, «pero justo antes del confinamiento» volvió a Sant Miquel. Algunos días, eso sí, los han pasado separados ya que ella se quedaba a dormir en casa de su madre, con alzhéimer. «Tiene un cuidador, pero me ocupo de ella», indica. Precisamente no contagiar a su madre, «persona de riesgo», ha sido una de sus preocupaciones durante estas semanas. «Hemos vivido una situación extraña», comenta Florit quien, sin embargo, asegura que lo han llevado «bastante bien».

Mientras los dos están en la consulta su hija, que tiene doce años, se queda en casa, donde han adoptado todo tipo de medidas para minimizar el riesgo de llevarse el coronavirus de la consulta a casa. Unas medidas que se han repetido en casa de la madre de Carmen: dejar los zapatos fuera, lavarse las manos constantemente, tener un bol de agua con lejía siempre a mano...

«Tomamos las precauciones fundamentales», indica el médico, que no puede dejar de pensar qué hubiera pasado si su hija, en vez de tener doce años hubiera sido más pequeña. «Al suspenderse las clases presenciales, ella se ha quedado en casa sin problema, pero entiendo que para quienes tienen niños pequeños es un problema con una solución complicada», comenta Florit, que explica que su hija «está deseando» poder salir. «Vivimos en el campo, así que si te alejas un kilómetro de tu casa sigues estando en el campo», justifica. Los dos le han hecho ver la suerte que supone, en una situación de confinamiento, vivir en el campo frente a hacerlo en un pequeño piso en la ciudad.

El médico afirma que no ha tenido miedo de contagiarse, ya que ha «intentado» ser todo lo prudente posible en el trabajo: «He tomado las medidas básicas de protección y seguido las directrices para mantener un margen de distancia. No he tenido miedo. En el fondo pienso que si me toca, pues me tocará». En la unidad no atienden directamente a contagiados con Covid-19, pero recuerdan que éstos pueden estar asintomáticos. En el caso de Cuadra, señala que hace análisis y acude a domicilios. Además, la población de la unidad básica de Sant Miquel es muy mayor y tienen muchos usuarios considerados de riesgo. Ellos sí estaban preocupados y durante estas semanas han llegado a atender 40 llamadas diarias de pacientes. «Tratábamos de tranquilizarlos y les decíamos que si tenían alguna duda, por tonta que les pareciera, que volvieran a llamar», indica la enfermera, que, al igual que su marido, asegura que no ha tenido miedo en ningún momento.

«Me quito los miedos con meditaciones. Esto no es de ahora, sino de hace tiempo», indica Cuadra quien, sin embargo, tomó una decisión hace ya unas semanas: limitar la información sobre el coronavirus. «He sido muy selectiva, lo hago por mi salud y porque es importante para mí para poder afrontar el trabajo», indica. De hecho, en casa tampoco hablaban mucho del tema. «Es algo que tenemos ya de antes, trabajamos con los mismos pacientes y aunque estamos en el mismo centro y vivimos juntos, no hablamos de ellos», comenta.

Las medidas de protección no han limitado las muestras de cariño en su casa. Sigue habiendo abrazos y besos. «A mi hija le doy unos achuchones...», afirma, riendo, la enfermera, que matiza, sin embargo, que le han grabado a fuego lo de la higiene de manos y se pasa todo el día con el gel hidroalcohólico. Los tres están deseando que acabe el confinamiento para recuperar algunas de sus rutinas. Sobre todo las de los fines de semana. «Ir a Ibiza a dar un paseo el sábado por la tarde, cenar los tres juntos...», concluye el médico: «Se echa de menos».