Premi 8 de Març. ¿Es feminista?

Sí, pero no he militado nunca.

¿Desde cuándo tiene conciencia de serlo?

Lo eres. Te pasan una serie de cosas, sientes una serie de cosas y crece contigo. No me he planteado nunca serlo, tampoco no serlo. Si soy mujer tendré que ser feminista, ¿no?

Carmen Thyssen dice que no es feminista, que es femenina.

¡Por favor! Es verdad, al final lo que te he dicho antes es una tontería. Los señores de derecha están poniendo la bandera gay para no perder votos y al final son un diez o doce por ciento de la población, pero están amenazando con todo a las mujeres y si eso no les asusta para los votos es porque aún hay mujeres de ese tipo. Es tirarse piedras sobre su tejado. No por ser mujer tienes que ser feminista.

Le dan el premio como referente en la cultura. ¿Cómo lo interpreta?

Me sienta bien, muy bien. El público de Ibiza ha conocido muchas cosas por mí, autores y estilos de teatro, sobre todo los alumnos y los actores, que han sido cientos. Supongo que algo habré hecho.

¿Qué panorama teatral encontró en la isla al llegar?

Digamos que había poca cosa.

¿Llega decidida a seguir con el teatro?

No, para nada. Pensaba que esto era una etapa nueva, que dejaba todo lo que había significado Valencia, que aquí el teatro se quedaba fuera. Pero no aguanté ni un año y medio sin teatro. Monté las aulas de teatro en la escuela Blat y luego me buscó el rojerío para montar el GAT en el 75 y las clases en el 81.

¿Realmente se creyó que dejaría el teatro a un lado?

Sí. Estaba harta de Valencia. Para mí era un sitio oscuro por temas familiares y de otro tipo. La política allí me daba mucho miedo porque había mucha tortura y cosas raras. Quería escapar de todo aquello.

¿Allí hacía teatro?

Sí, empecé como actriz. Toda la gente que empieza haciendo teatro cree que quiere ser actor. Te gusta el teatro y piensas, «¿qué se hace en teatro?», se actúa. Pero me di cuenta de que no me gustaba nada. Empecé como ayudante de dirección de mi maestro, Antonio Díaz Zamora, y ya hice el cambio a la dirección. Cuando llegué aquí ya estaba dirigiendo.

¿Cómo se dio cuenta de que no quería actuar?

No me gustaba el escenario. Y que cuando eres actor ves la obra sólo desde el punto de vista de tu personaje. Cuando diriges se te abre un mundo inmenso, hermoso.

En los 60, que una mujer dirigiera...

A ver... Hoy tampoco es normal. Ahora están saliendo muchas directoras jóvenes, sobre todo catalanas. No es lo común. No lo era entonces ni lo es ahora.

¿Por qué?.

Hay pocas mujeres en la dirección, sea de lo que sea. Soy buena directora de actrices, más que de actores, por dos motivos: porque entiendo mejor los problemas de las mujeres y porque a los hombres, aún les cuesta un poco la dirección de escena. Una obra en papel es plana, cada director hace un análisis diferente y con los chicos eso me ha costado un poco más, se pierden cualidades que tienen y que no muestran porque no las dejan fluir.

Las compañías siempre tienen problemas para encontrar actores.

¡No sabes a cuántas mujeres he transformado en hombres en escena! No sé que les pasa a los hombres con el teatro. Les parece una pérdida de tiempo, sobre todo si es amateur, que ni cobran ni pagan. Algunos me han dicho que lo dejan porque se casan y van a tener hijos. Y estás viendo allí mismo a las actrices con marido, hijos, trabajo... Estos hombres vuelven cuando se separan.

Aquí no había estructura teatral, ¿cómo fueron los primeros años?

Empecé con gente que no eran actores pero que daban el perfil del personaje. Necesitaban hacerse como actores. Luego, gente de fuera del grupo empezó a pedirme clases y hubo que abrirlas. La escuela ha funcionado siempre muy bien porque una escuela de teatro no es sólo para ser actor. Hay quien quiere aprender a colocar la voz, tímidos que no se comunican, gente con problemas psicológicos... Hay una cantidad de motivos para ir a clases de interpretación. No hace falta querer actuar. Hay mucha gente que en la primera clase me dice que no hará los ejercicios de escenario porque les da vergüenza. ¡Pero a la tercera semana levantan la mano para hacerlos!.

¿Qué encuentra en el teatro?

¡Es tan grande para mí...! Es la vida entera. Los actores me dicen que ensayamos demasiado, que apenas tienen vida. Les contesto que si cuando ensayan no están vivos, para qué hacen teatro. Y en cuanto a la psicología mira todo lo que encuentras: si en una obra hay seis personajes, están las seis psicologías de los personajes y las seis de los actores.

¿En qué se fija cuando llega alguien nuevo a clase?

Las personas tienen muchas cosas y cada persona desarrolla una concreta. Mankiewicz decía que a veces la belleza es un valor dramático. Así que a veces te fijas en la belleza, en el timbre de voz, en la sensibilidad o un punto de borde. Esa gente que te mira con una cara que piensas «qué interesante...». En cada alumno ves algo.

¿Tuvo que trabajar con cuidado durante la dictadura?

Sí, e incluso después de muerto Franco. Me suprimieron páginas y páginas. En una obra, cada vez que llegaba una frase o página que el censor había suprimido, salía una niña vestida de negro con unas tijeras grandes de cartón que recorría el escenario hablando sin voz. Y los actores, igual. Pensaba «cómo venga el censor se me cae el pelo».

Pero el censor no iba al teatro.

No, pero hasta uno o dos años después de muerto Franco aún actuaba. No sabías qué pegas te iban a encontrar, era muy arbitrario. Recuerdo la primera obra que hice en la casa de la iglesia, creo que era 'El cornudo apaleado y contento', de Bocaccio. Estábamos ensayando, vino el censor y dijo: «¿Y esa cama?». Me pidió que buscara un sofá porque se podían hacer las mismas cosas y quedaba más decente. Quité la cama y puse el sofá. Aunque hacían las mismas cosas.

¿Cuánto trabajó con libertad?

Nunca se tiene absoluta libertad. Siempre te planteas si funcionará o si molestará. La autocensura... A veces te gusta tanto lo que quieres hacer que te da igual todo, pero siempre hay algo. Me he autocensurado muchas veces. Sientes más cabreo al autocensurarte que cuando te censuran. Te planteas qué mierda eres y por qué haces eso. Cuando te autocensuras es porque tú te escandalizas. Luego también te censuras por las actrices, que te piden no pasar de cierto punto. Tenía una actriz a la que le daba igual subirse sobre el actor y fingir un polvo pero a la que le daba mucha vergüenza dar un beso en la boca. Te ciñes a estas cosas, no es por hacérselo pasar mal.

¿Le gusta la relación con los actores?

Cuanto más madura soy como directora más me gustan los actores. Antes llevaba el cuaderno de dirección con todo apuntado: movimientos, intenciones ... Invertía más de dos horas por página. Ahora lo dejo respirar más.

¿Hay que hacer sufrir al actor?

No, una cosa es hacer sufrir al actor y otra al alumno. Hay gente que no soporta el método de trabajo de Cristina Rota, no lo aguanta. Hay que ejercitar mucho los sentimientos. Debe llegar al escenario con todo muy trabajado para que haya unos sentimientos vivos, que es lo que se pide hoy a un actor. Para eso hay que hacer mucha memoria emotiva, romperse mucho. Es el trabajo del actor, al que no es necesario hacer sufrir porque ya ha aprendido. Blanca Portillo, en la gala de los premios Max, dijo que los actores son atletas del sentimiento.

¿Usted lo pasa mal?

Sí, en muchos momentos. En la dirección, un mes antes del estreno, me pregunto por qué he escogido esta obra, este punto de vista y este reparto. Me quiero ir a mi casa. Luego estrenas y estás muy feliz, pero siempre hay un momento... También en la escuela, cuando no sabes por qué los alumnos están ahí.

¿Se puede hacer teatro sin pasión?

Pues hay mucho que sí y mucho exhibicionismo. Muchos alumnos que quieren foco. El postureo ha llegado al teatro.

¿Alguna vez ha pensado en volver a subirse a un escenario?

¡Qué va! A veces me ofrecen cosas. En la película 'La isla del holandés' tuve un papelito. El cine me gusta mucho. En teatro, no puedo estar dos horas concentrada, y, sin embargo, me puedo motivar así, pum, en un momento. Me falta concentración. En 'Las amargas lágrimas de Petra von Kant' hay una actriz que está cuatro actos en escena. La admiro por ello. Yo no podría.

¿No pensó marcharse?

Me han tirado los tejos para trabajar fuera de Eivissa, pero tienes menos libertad. Aquí elijo la obra que me gusta, desde el punto de vista que quiero y con mis actores. Siempre me ha traído más cuenta trabajar aquí.

¿Y no ha pensado en escribir?

Hago la dramaturgia de todos los textos, es algo que me atrae muchísimo. Pensaba que perdería falcultades y encontraría el tiempo, pero... Me atrae mucho, sobre todo el análisis de otras obras. Tengo la idea de una obra con Nora, de 'La casa de munecas', de Ibsen y Nina, de 'La gaviota', de Chejov, que se encuentran, pero no hallo el momento.

Cuando sea mayor.

[Ríe] ¡Claro! Estaré igual de activa, pero me quedaré ciega y no podré.

Jubilarse no se lo plantea, ¿no?

¡Qué va! Sería como si me sacaran la sangre. Seguiré siempre.

¿Qué cambios ha visto?

Muchos. Muchísimos. ¿Sabes cuándo tuve conciencia de que era ibicenca? Cuando empezó a dolerme Ibiza. Todo eran flors i violes y cuando empieza a dolerte es un signo de que eres de este sitio.

¿Y en las mujeres?

Pues muchas chicas jóvenes están ahora con novietes hispanos a los que dicen que quieren mucho aunque de vez en cuando les den un bofetón. En fin...

¿Y usted?

He trabajado mucho sobre mí tratando de erradicar el masoquismo. De jovencita te gusta sufrir. Ahora no quiero ver el dolor ni en pintura. El teatro ayuda, relativizas todo.

¿Alguna obra se le ha resistido?

No, pero 'Bodas de sangre', por su volumen de actores, no pude hacerla hasta que se dieron las condiciones. Hay obras que conoces de siempre, que no te llamaban la atención hasta que un día las abres y de repente te fascinan. Me pasó con 'La señorita Julia', de Strindberg. Están los dos temas que me interesan: la lucha de clases, con la señorita Julia humillando al criado, y la de sexos, con el criado humillando a la señorita en la cama. ¡Qué grande es eso!

¿Su vida sería una comedia, tragedia, tragicomedia, drama...?

Una vida tiene tantas facetas... Tendrían que ser diez obras, todas diferentes, sin unidad de estilo.