Nuria Anabel ha traído en su maleta, desde Paraguay, un bikini que le regaló su madre. Es blanco con dibujos en celeste y rojo. Aún tiene la etiqueta. Se lo regaló su madre, Ada Benítez, antes de fallecer, asesinada a manos de su expareja, el 17 de septiembre de 2016. La niña, que el 21 de enero cumplirá diez años, confía en arrancarle esa etiqueta y bañarse con él en la playa. En una de las que tantas veces le habló su madre, que tenía 34 años en el momento del crimen.

Ella, aunque ya no esté, la ha traído a la isla. Ha viajado desde Paraguay acompañada de su tía, Elsi, y su marido, Blas, con los que vive en su país de origen. Llegaron hace ocho días y desde entonces no ha dejado de recibir abrazos y besos. Ha perdido la cuenta de las veces que le han dicho lo mucho que se parece a su madre. De las fotos que se han hecho con ella quienes la querían.

Fina Tur, compañera de Ada en S'Hort Nou, el pequeño supermercado de es Pratet en el que trabajaba, apenas puede dejar de llorar. Hace cuatro días que Nuria Anabel cruzó el umbral del establecimiento. Apenas hicieron falta las palabras. No se habían visto nunca en persona, pero no fueron necesarias las presentaciones. «La hemos visto de pequeña, en todos sus cumpleaños, sus vestidos... La hemos oído hablar por teléfono... Cuando entró por la puerta le dije 'tú eres Nuria', y me contestó que sí. Le dije que yo era Fina y me respondió que ya lo sabía», recuerda la joven, que apenas puede dejar de llorar. No puede evitar pensar que nunca vio, en persona, a madre e hija juntas, explica en la puerta del supermercado, donde una decena de personas se arremolinan.

La caja que se llenaba

Trabajadoras, clientas. Quieren conocer a Nuria, la niña de la que siempre les hablaba Ada y a la que, desde que asesinaron a su madre, han querido ayudar. Días después del crimen machista la gente que conocía a la dependienta empezó a entregar dinero en el supermercado para que a esa niña que había perdido a su madre no le faltara nada. Pusieron una caja que, poco a poco, se iba llenando. «La gente se portó muy bien, estábamos desbordados y empezamos a ver que teníamos un dinero que no era nuestro», comenta Fina mirando a Rafael Tur. Él les lleva el papeleo de la tienda y, al saber lo que estaba pasando, se hizo cargo de la situación de forma altruista. «Fue algo espontáneo, querían ayudar a la hija de Ada, asegurarse de que pudiera estudiar lo que quisiera», comenta antes de entregarle a la pequeña un sobre. De momento han recaudado cerca de 9.000 euros, pero la gente sigue haciendo aportaciones. Ese dinero ha servido ya para arreglar trámites y tasas de la herencia de Ada y también para que la pequeña y sus tíos hayan podido pagar los billetes a la isla, donde pasarán la Navidad en familia, con Juan, otro hermano de Ada, que vive aquí. De hecho, en este viaje la hija de Ada ha podido conocer a su prima, Nerea, que tiene tres añitos.

Rafa recuerda que en Paraguay la educación es privada. Juan señala que la escuela se paga cada mes y que él y su mujer tienen el compromiso de que su sobrina tenga una profesión. Ella lo tiene muy claro: quiere ser doctora. «Creo que ese es mi don. Me gusta mucho, juego con las muñecas a que soy doctora», explica. Sus tíos aseguran que es buena estudiante y saca buenas notas. No creen que tenga problemas para estudiar la carrera, indican mientras Ana, una de las clientas, se acerca para abrazar a la niña.

Ana fue una de las que hizo una de esas aportaciones voluntarias. «Lo de Ada fue un shock para nosotros. La queríamos mucho y la echamos de menos», indica Ana, que confiesa que el 17 de septiembre de 2016 lo tiene «siempre en la cabeza». Ana no es la única a la que le pasa esto. Fina también tiene muy presente la ausencia de Ada en su día a día. Y la violencia machista. «Lo ves en los diarios y en la televisión, pero piensas que es algo que le pasa a otra gente, no imaginas que le pueda pasar a una mujer que conoces, a la que quieres y a la que ves todos los días. Es algo que no esperas nunca», comenta. Lali Tur, también compañera de Ada en el supermercado, tiene los ojos rojos y apenas puede hablar. Ver a Nuria ha hecho que se le remueva «todo por dentro». «Es como Ada», indica. Aún hoy le cuesta creer lo que pasó aquel día. «Lo conocíamos. De hecho, la noche antes lo vimos», recuerda antes de volverse a fundir en un abrazo con la niña, que abandonará la isla con sus tíos en febrero. «Celebraremos aquí su cumpleaños», comenta Juan, hermano de Ada.

Ni él ni Elsi, su hermana, ni Blas, su cuñado, tienen palabras para agradecer la ayuda de quienes conocían a Ada. «Somos llorones, demasiado», comenta Blas, esbozando una tímida sonrisa, al darse cuenta de que a los tres se les escapan las lágrimas. «No podremos agradecérselo nunca. Ojalá Nuria llegue a ser doctora», comenta Elsi, que explica que la vida en Paraguay no es fácil, «con todo lo que hay que pagar» y que confiesa que le sorprendió «mucho» que la gente que conocía a su hermana la quisiera hasta el punto de ayudarles económicamente para darle una educación a Nuria, a la que le ha gustado tanto la isla que quiere volver. «Estar aquí y conocer a los amigos de mi madre es un sueño hecho realidad», afirma. No descarta, incluso, instalarse aquí cuando acabe la carrera de Medicina y sea cardióloga. «Podría, Nuria es española y puede venir cuando quiera», apunta el abogado, que explica que ha trabajado en este caso con el despacho de José María Costa y Julián Aguilar.

«Hemos encontrado aquí lo que Ada nos había contado. Se nota que la querían mucho, nos han recibido como a hermanos», indica Blas, que explica que enterarse del asesinato de su cuñada fue «un choque de electricidad» del que les ha costado muchísimo recuperarse. Aún no lo han hecho, indican. «De a poquito...», matiza. Nuria, con el sobre aún en la mano, contempla el enorme árbol de Navidad que preside la entrada del supermercado. Tiene muy claro qué les pedirá a los Reyes Magos o a Santa Claus: «Un maniquí anatómico, de doctora».