Antonio Rosselló explicó que en la isla, por la época en la que su padre trabajó en el faro, había también un ermitaño. «Sabíamos que estaba, pero nunca lo vimos», recordaba ayer. Por lo que pudo averiguar del asunto entonces, los fareros tenían alguna relación con él, que se limitaba a dejarse notas escritas. «´Señor ermitaño´, le ponían, y a continuación lo que fuera». Y el anacoreta, cuando encontraba el papel, que le dejaban en las inmediaciones del embarcadero, «lo borraba y escribía él», relató Rosselló a un público asombrado. ¿De qué vivía? «A saber», contestó, aunque en la isla abundan los conejos y se pescaban buenas piezas en sus aguas, como prueban las fotos de Toni de Can Vinyas.

Tras un temporal, los fareros salían a ver qué había arrastrado hasta las costas del islote. Esteban Costa relató que su abuelo le explicó que en ocasiones aparecieron incluso cuerpos de algún naufragio que se enterrarían sin funeral en la misma isla. El mar devuelve todo tipo de cosas, incluso una enorme viga que emplearon en la casa de su abuela se la encontraron flotando tras un temporal, explicó. Elena Ribas, informadora de la Reservas Naturales, añadió que no hace mucho apareció una viga se sabina de 10 metros de largo flotando cerca de sa Conillera.

Ninguno de los presentes recordaba que la isla viviera un naufragio en su costa, pero sí que intervinieron para ayudar alguna embarcación a la deriva. Para los fareros era una obligación humanitaria, y en ocasiones traía recompensa. Carlos Fernández, hijo de Paco des Faro recordaba que alguna vez, después de ayudar a algún navegante con problemas, aparecían a la puerta de su casa «unas botellas de champán o chocolates». Incluso una vez les cayeron en casa «dos sacos de leche en polvo».