La primera vez que se pudo escuchar en esta isla la voz de soprano de Elena Prokhorova fue en una escalera. Corría el año 2005 y la rusa, nacida en Samara, en el centro de ese vasto país y a orillas de un Volga «tan inmenso que a veces parece el mar», acababa de aterrizar en Ibiza junto a su familia en busca de trabajo. Empezó dejando como una patena casas y escaleras y ha acabado, fruto de su voz, como directora de cuatro coros de la isla, los de Sant Carles, Santa Cruz, Santa Gertrudis y Sant Llorenç, además de colaborar con Musical Danza y de dar técnica vocal y de solfeo a las monjas de clausura: «Y a una, clases de piano», apunta. Con su batuta dirige a 250 voces de toda la isla.

Elena Prokhorova, de 43 años, recuerda que Nàdia Banegas, la directora de Musical Danza, fue la primera que quedó sorprendida al oírla por el hueco de aquella escalera: «Me invitó a su academia porque me escuchó cuando cantaba mientras limpiaba el interior de un edificio».

La calidad de su voz no era casual. En los estertores de la URSS, Elena aprendió dirección, canto y solfeo en la Academia de Cultura y Arte de Samara. Esgrime orgullosa un título que la califica como «especialista en cultura y educación, dirigente de coros de aficionados, académica en especialización de trabajo cultural civilizador». Ahí es nada. Y eso que ella empezó tocando el piano a los ocho años y no abrió la boca hasta que tuvo que elegir su futuro: «Mi ilusión era ser pianista, una gran pianista, la mejor. Lo tocaba muy bien, cada día cinco horas, y sacaba muy buenas notas. Pero cuando me vi obligada a elegir la universidad, me explicaron que existían otros estudios por los que podía no solo tocar, sino también cantar. Y los escogí. Es como si una mano me dirigiera desde el cielo», explica.

Cambiar el piano (también tocó el domra -instrumento de cuerda ruso- en una orquesta de Samara) por la batuta y la voz no representó para ella ningún trauma: «Desde el primer día, al ver tantas personas juntas haciendo hasta cuatro voces, al ver que era tan bonito, me enamoré de esta profesión». Pero tras el derrumbe de la antigua URSS, con la música ya no se ganaba ni para pipas: «Esa profesión ya no daba para vivir. Entonces aprendí muy rápido todo lo referente al turismo. Había que dar de comer a mis niños». Y creó su propia agencia de viajes.

Después de aquella escalera en la que Nàdia Banegas la escuchó, fue invitada a cantar en el coro Ciutat d´Eivissa, bajo la dirección de Miguel San Miguel. En la Semana Santa de 2007 ya cantó el ´Pie Jesu´, de A. Ll. Webber, junto a Laura Torres. Las dos solas: «Tenía mucho miedo, mucho estrés. Era otro país, otro idioma, no entendía nada. Fue mi entrada en la cultura de Ibiza», rememora.

En agosto de 2008 tomó las riendas del coro de Sant Carles, al que sumó en octubre el de Santa Cruz y en noviembre el de Santa Gertrudis. En cuatro meses ya estaba al frente de tres coros de la isla, cuya dirección alternó durante un año con la fregona y el limpiacristales: «Las señoras me pedían que siguiera limpiando. Estaban muy contentas conmigo. Es que yo limpio muy bien las casas. No tengo miedo de perder ningún trabajo porque sé hacer muchas cosas».

Por ejemplo, ordeñar vacas, que fue el primer oficio que aprendió: «Mi padre era director de una fábrica de leche muy grande. Tenía unas 500 vacas. Sé todo sobre qué hay que darlas para que estén bien, sobre la calidad de la leche... Y de tanto ordeñarlas, por eso tengo tanta fuerza en las manos. Cada día, por la tarde, sacaba 24 litros de la vaca que teníamos en casa. Luego separaba la nata de la leche. Sé cómo hacer queso, mantequilla... Mis padres me prepararon para la vida».

El coro del ejército... pitiuso

La práctica totalidad de los componentes de sus coros no tienen preparación musical. No cantan como el Coro del Ejército Rojo, pero Elena presume de ellos como si lo fueran: «Tienen una profesora rusa, ¡luego claro que cantan como rusos! Incluso les he enseñado un par de canciones de mi país, ´Po donu guljajet´ y ´Tebe poem´, de Dmitry Bortnyanski. La cantan en ruso. A tres voces», recalca orgullosa. «No tengo ningún derecho de decir a nadie que no puede cantar en mi coro», indica. «La mayoría -añade-no sabe nada de música, pero aunque no esté preparado, si veo que tiene muchas ganas de cantar, le educo. No es su culpa no haber recibido esa enseñanza. Es culpa del sistema en el que ha vivido. Yo tuve más suerte pues viví en un país con un sistema comunista donde la educación era gratis. Los ricos pueden educarse, pero los pobres, aunque tengan muchas ganas, no».

De la mañana a la noche, los siete días de la semana, sin descanso, enseña música y coordina los coros: «Y cada domingo dirijo los coros de tres misas: a las 10 horas en Santa Cruz, a las 12 en Sant Carles y por la tarde en Sant Llorenç. No me deprimo porque tengo muchas cosas que hacer. He conseguido realizar en Ibiza la profesión que aprendí en Rusia hace 20 años», dice esta mujer de sonrisa fácil y contagiosa, muy alegre y optimista. Sus alumnas dicen de ella que es muy exigente, aunque extremadamente comprensiva. Vamos, que no estaría de más que alguna vez blasfemara en cirílico: «Pero no me puedo enfadar con mis alumnos, son como mis niños -alega-. A veces se asustan cuando les traigo una canción nueva. Por ejemplo, el próximo reto es la ´Missa Puerorum´, de Josef Rheinberger. Cuando me dicen, Elena, ¿por qué no cantamos esa canción a una sola voz?, les digo que si es solo a una voz, mejor me voy a mi casa a limpiar otra vez escaleras».