El traslado a Madrid de 150 artesanos para recrear en la capital el mercadillo fue un éxito tan rotundo como agotadora su organización. Pero todavía queda agosto. Mañana se celebra una fiesta de aniversario y durante todo el mes habrá mercadillo también los domingos. Las Dalias quiere celebrar por todo lo alto este aniversario de plata.

—¿Cómo va la temporada? ¿Algún cambio respecto al año pasado?

—La gente gasta menos pero el volumen de asitencia es incluso superior al de las estadísticas habituales para estas fechas.

—¿Está preocupado?

—No, no, no. Lo que es preocupante es lo que hay fuera: gente sin trabajo, empresas que cierran... Lo que ocurre aquí es que hay que acostumbrarse a lo que hay, que es lo que vamos a tener en los próximos cuatro o cinco años. La crisis no ha acabado. Aquí somos afortunados porque, de momento, podemos mantener nuestra manera de vivir. Se vende menos porque la gente compra menos. Hay que conformarse con menos.

—¿Cómo van a celebrar el 25 aniversario?

—Llevamos celebrándolo desde el invierno. Lo primero fue irnos a Madrid, que fue un gran éxito. Después lanzamos la revista que también ha ido muy bien. Pero ahora viene lo más intenso, en el mes de agosto. Se hará mercadillo sábados y domingos también durante todo el mes. El domingo habrá una oferta musical especial e importante. El 29 de agosto vendrá Goatika, que ya actuaron y gustaron muchísimo, el 22 vendrán Statuas d Sal, el 15 habrá una gran noche de reggae y el resto de fechas se están confirmando ahora. El mercadillo del domingo se abrirá de doce del mediodía a diez de la noche. Habrá bandas tocando a partir de las 13 horas, barbacoa, paellas populares, actividades para los niños como cuentacuentos, títeres... A todo esto se suma que el mercadillo nocturno de lunes y martes está funcionando muy bien. Hay que dar más vida a los artesanos porque está claro que tenemos dos meses de temporada. Es triste pero es así.

—¿Ha notado un cambio en el cliente? ¿Predomina alguna nacionalidad?

—He notado dos cosas: muchos españoles que vienen atraídos por el evento de Madrid y una gran afluencia de holandeses. No sé lo que pasa con los holandeses en Ibiza pero está muy de moda. Hay muchas posibilidades de que Las Dalias vaya a Amsterdam este año. Ibiza está muy de moda en Holanda y me lo han dicho personalmente gente como los ex futbolistas Ronald y Frank de Boer que estuvieron aquí hace unos días. Vienen cantidad de familias holandesas.

—Hoy es una marca reconocida y un lugar de visita casi obligada, pero ¿cómo nació el mercadillo?

—Hay que remontarse a febrero de 1985. En el jardín donde estamos ahora (en el interior del local, junto al bar) se montaron cuatro o cinco puestos. La idea inicial era crear un ´mercadillo de la pulga´ un flea market de segunda mano pero aquello fue creciendo. Algunos residentes se fueron sumando para vender las cosas que hacían a mano. Eran unos 25 puestos. Pero siguió creciendo, con lo que sacamos puestos a la callecita junto a la carretera. Helga Watson Todd, que regentó la galería El Mensajero, tuvo un papel muy importante en la creación del mercadillo y en la galería. En la década de los 90 decidió abrir una zona de exposiciones, que se habilitó cerrando una terraza. Expusieron artistas muy importantes como Roger Dixon, Fulljames, Bechtold, Calbet... El mercadillo estaba en manos de los dos pero Helga se fue de Ibiza y ya me responsabilicé yo del todo. Una parte de Las Dalias era por entonces un corral con gallinas, cerdos... y un día decidí tirar la pared que dividía esta zona del jardín, con lo que me llevé la bronca descomunal de mi padre, y abrí la escalera. Todo ese espacio se dedicó a colocar puestos y luego ganamos una zona más, que es donde está la jaima. Ya no era sólo un lugar para comprar y vender. La celebración del 25 aniversario es muy importante para mi porque se ha reconocido a la familia de los artesanos como un colectivo a tener en cuenta. Exportamos el nombre de la isla fuera y mantenemos los valores de antes, al menos un poquito. Como dijo Ricardo Urgell en la dedicatoria que nos escribió en la revista, este es el último reducto de la Ibiza hippy, del color perdido por las vulgaridades del mundo.

—¿En algún momento pensó en dedicarse a otra cosa? ¿Se vio obligado a continuar el negocio familiar?

—Cuando se es joven es difícil decidir y a veces se echa la vista atrás y se piensa ¿y si no hubiera tomado este camino? Yo tuve ese momento de tener que decidir y no lo olvidaré jamás en la vida. Jamás. Ahora mismo estoy muy contento de haber tomado el camino que tomé. Era de la hornada de los que íbamos al Seminario y muchos optaron por seguir estudiando. Me hubiese gustado estudiar ingeniería agrónoma y también haber hecho INEF porque era atleta. No era muy bueno, pero durante unos años me codeé con Noguera, de Unidad, o Toni Suñer, que ahora esta en el Consell, y con todos aquellos que hacíamos deporte. Fui a un campeonato de España en Zarautz y estaba loco por el atletismo. Tenía un angelito en un hombro y un demonio en el otro que me decían: deporte y estudiar o Las Dalias. Mi padre intuía algo y un día que estábamos solos me dijo: lo vas a llevar tú. Somos cuatro hermanos pero me tocaba a mi. Mi padre no anduvo con rodeos. Me soltó: ve espabilando porque vas a ser el que saque las castañas del fuego. Me lo dijo tan convencido que pensé: quizás tenga razón. Me tiré de cabeza a Las Dalias. Cometí errores. Miles. No estaba preparado. No lo estaba. Pero poco a poco todo se fue encauzando.

—¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo y lo que menos?

— [Piensa un momento] Mi trabajo me encanta. Lo que más me gusta es todo lo que he aprendido, ya que no he ido a la universidad. He aprendido muchas cosas, ha sido una escuela cada día para mi. He conocido gente de todos los lugares del mundo, que viaja con lo puesto y que te sorprende de lo mucho que sabe. He conocido a un montón de músicos. Me he sentado con Ron Wood de los Rolling Stones sin saber que era Ron Wood. De los famosos me llama la atención que se ponen una coraza. No los conoces realmente.

—¿Lo que menos?

—Que le he tenido que dedicar muchísimo tiempo. Ha sido un trabajo absorbente que me ha quitado mucho tiempo de poder disfrutar de mi familia. De lo demás no cambiaría nada. He tratado con gente de todos los países, gente que viaja con mochila... Valoro la vida desde una perspectiva como la que alcanzas al hacer el camino de Santiago. He hecho el camino cinco veces, todas con rutas diferentes, con una mochilita de siete kilos.

—¿Qué es lo que ha aprendido?

—He aprendido que la libertad tiene un precio: no saber lo que vas a tener mañana. Tú y yo tenemos un trabajo pero no somos libres. El precio que hay que pagar por la libertad es la incertidumbre. Si no la quieres vivirás más atado. Todo esto lo he aprendido aquí. Ha sido un intercambio cultural y personal continuo. Gente como Philippe, el que lee las manos, es un personaje increíble... Me encanta conocer a esta gente. Todos tienen su manera de ver el mundo y eso enriquece mucho. También he aprendido que hay que intentar ayudar siempre sin pensar en quién es quién. Aunque es imposible, me gustaría que todo el mundo pudiera vender aquí, pero los puestos son limitados. No sabes lo felices que son los artesanos cuando les das un puesto. Con qué poco son felices. Porque ese día podrán hacer ´x´ euros que le permitirán seguir viajando y pagar sus cosas.

—¿Cómo selecciona a los artesanos?

—Es una cuestión de material. Me he creado una coraza a mi alrededor. Hay que saber decir que no, pero con educación y elegancia. Atiendo a todo el mundo a la hora que sea pero a veces hay que decir que no. No puede venir todo el mundo a este lugar a vender y revender. El material se selecciona y lo que prima es la calidad y la artesanía. Hay gente que lleva cinco años esperando por un puesto y no entra y a lo mejor llega una persona y entra a la primera. Es así de duro, pero es así. Lo que se ha de hacer es mirar por el mercado. Claro que hay que tener en cuenta a las personas. Si un día tengo que decidir entre dos materiales igual de buenos y un candidato tiene puestos en varios mercadillos y el otro no tiene en ninguno, le daré el puesto, en igualdad de condiciones, a quien no tiene otro medio de vida. Es una regla no escrita, un criterio personal. A veces ves gente desesperada.

—¿Cree que cae bien a los artesanos de Las Dalias?

—Alguno habrá que eche chispas de mí, pero creo que son los que realmente no pertenecen a la familia de Las Dalias. Gente amargada, que no tiene buen material, a los que ya se les ha dado un toque y que quieren morir matando. Aquí entre sábados, lunes y martes somos casi 300 familias que vivimos de Las Dalias. Los otros mercados no funcionan como este y la razón es el buen hacer de todos. Insisto mucho en que hay que cuidar los puestos, cuidar el material, ser amables con el cliente, no engañar... Todo esto tiene un peso. Cuando nos fuimos a Madrid les dije que era nuestra puesta de largo, que íbamos a estar en el foco de atención y así fue. Vendieron un montón y volvimos todos muy contentos. A veces toca tomar medidas impopulares y desagradables pero hay que tomarlas.

—¿Como cual?

—Decir que no a alguien que quiere un puesto, obligar a alguien a que cambie de material porque no está al nivel, tener que controlar a la gente para que no cambie lo que vende, que copie a otro puesto, que tire por lo más comercial... Ahora ya saben que no pasamos una. Pero eso pasa muy pocas veces, la mayor parte de la gente se entiende bien. Si aquí estuvieran los que más pagan por el puesto, los amigos de mis amigos y los amigos que me manda la gente esto sería un cachondeo. Aquí se entra por méritos propios, no por ser amigo de nadie o venir recomendado por el director de Diario de Ibiza. Hay unas reglas. Todos han de cumplirlas, hasta mi mujer. Asumo que hay gente que lleva 20 años y trae lo que compra en Bali. Eso forma parte de la decoración. Pero desde hace siete años aquí no entra nadie que no tenga un producto constatado, que sea artesano. Cuando se creó el Night Market del lunes nos criticaron porque no iba a venir nadie por la noche, porque iba a joder al sábado. La vieja guardia protestó. Pero yo en mi casa hago lo que quiero y si me equivoco lo asumo. Míralo ahora, todos quieren estar en el Night Market.

—¿Cuando sale de viaje curiosea los mercadillos?

—[Risas] Sí, sí. He estado en los de Turquía, en el de Goa, que es muy bonito... Pero me sigo quedando con Las Dalias.

«Ibiza merece un turismo mejor»

—Desde un oasis como este ¿cómo ha visto el desarrollo de la isla en los últimos años?

—Lo veo mal. El camino que se cogió en su día fue el equivocado. Hay que evolucionar pero de acuerdo a lo que es la isla. He viajado por muchas islas y creo que Ibiza se debería cuidar mucho más. No promover, como se ha hecho, el turismo de baja calidad. Ibiza se merece un turismo de una calidad mejor. ¿Fiesta? Claro que sí... pero no ese desenfreno que ha monopolizado la marca de ´Ibiza´. Ves que hay intentos de arreglar la situación pero el mal ya está hecho. Estoy de acuerdo con el progreso y con las carreteras pero en la medida que la isla necesita. Nos hemos pasado.

—¿Tiene Las Dalias el relevo generacional asegurado?

—Mi hijo pequeño acaba de cumplir tres años y Sergio, el mayor, tiene ocho. Me imagino que serán ellos los que tomen esa decisión que tomé yo hace años. Las Dalias es un negocio, pero para mi es mucho más. Es un lugar en el que se funden las ilusiones de mi padre, que tiene 83 años y ahí sigue, y mis elucubraciones y fantasías. Me gustaría que viniera otra persona y lo continuara. Pero no voy a imponer nada a mis hijos. Intentaré que estudien, aunque es evidente que alguien tendrá que coger el toro por los cuernos.