Nuria y Juanito vacían los restos de agua de las botellas de plástico. Mientras tanto, Inma enchufa la plancha, María Amparo prepara las etiquetas y Patricia saca las tijeras. Cada uno ocupa su puesto. «Que empiece el trabajo en cadena», bromea Marta Uriarte, directora del Centro de Día para personas con discapacidad de Formentera.

La actividad consiste en reutilizar las botellas que varios establecimientos de la isla tirarían a la basura para convertirlas en ceniceros de playa. Desde hace tres años, el Consell los reparte en sus puntos de información turística como parte de la campaña 'Formentera necesita tu lado verde', pero este verano, los mismos usuarios los distribuyen también en chiringuitos para evitar que las colillas acaben en la arena o en el mar.

«La idea es sencilla pero muy práctica», cuenta Uriarte mientras todos se ponen a trabajar, «la pusimos en marcha, por un lado para ganar visibilidad y por el otro porque el reciclaje es uno de nuestros objetivos principales. Hacen un trabajo muy productivo, beneficioso para el turismo y para la isla en general».

Lo más importante es mantener a los usuarios del centro en contacto con otras entidades de la isla, por ejemplo, con colegios, y no simplemente «trabajar por trabajar». Ahora están empezando a hacer, también con botellas, medusas gigantes para el festival sobre ecología Qué Celeste. Y con la parte restante de las botellas de los ceniceros elaboran cajas para los jabones que también preparan allí.

3.000 cada verano

Aunque su pico de producción es evidentemente en verano, la elaboración de los ceniceros es un trabajo de todo el año.Cada semana tienen reservado un día para dedicarse a ello y cada temporada reparten unos 3.000.

«Formentera necesita que seamos más limpios», asegura María Amparo, mientras pone las pegatinas en los ceniceros que han ido preparando sus compañeros. Al final, los tres seleccionados del día se van hacia la playa de Migjorn a dejar una bolsa en un bar.

«Me parece muy positivo. La gente no está concienciada de que las colillas no se degradan. Con gestos como este se demuestra que no es tan difícil que cada uno guarde la suya», opina Víctor Sánchez, encargado de un chiringuito, antes de invitarlos a todos a un refresco frente al mar.