Antes de llegar a la iglesia de Sant Mateu, llama la atención la veintena de carruajes y otros tantos animales de tiro que aguardan junto al camino. Ninguno de los carreteros recuerda una concentración tan grande para el patrón del pueblo. «Somos tantos porque ha llovido y los payeses aprovechamos para ir de fiesta ya que no podemos trabajar», bromea Pep March, el presidente de la Cooperativa Agrícola de Santa Eulària.

Los carreteros que vienen de más lejos, tras dos horas y media de camino sobre un cabriol, son dos amigos de la partió de Sant Carles y Santa Eulària: Joan Pujols, de 66 años, y Pep Mateu, el más veterano de todos con 88. «A este todavía se lo querían llevar unas hembras a una discoteca, pero no ha podido porque tenía que venir con el caballo», vacila Pujols con su vecino. En ese momento llega Luciano Blanco en otro cabriol, que destaca por su asiento con tela de camuflaje y por el burro que tira de él. «Se llama Caramelo, lo compré por 200 euros cuando tenía tres meses y ya tiene cinco años», detalla.

Mientras llegan los últimos carreteros que van a participar en el desfile que seguirá a la misa, en el porche de la iglesia los miembros de la Colla d'Aubarca son la gran atracción para la docena de turistas que aguardan con curiosidad. «Las mujeres me recuerdan a las figuras de cerámica de las tiendas, pero todavía no las he visto bailar nunca», explica Irene Fuentes, una catalana que ya había visitado Ibiza 30 años atrás.

El obispo, Vicente Juan Segura, entra en la iglesia tras la colla y da paso a la misa de fiesta. Una hora y diez minutos después sale la procesión con las imágenes religiosas. «Nos quedamos, que esto no lo volveremos a ver más», comenta un hombre a su mujer mientras se apresura hacia la comitiva con su móvil. «Pasábamos en coche y, como marido se llama Mateu, nos hemos bajado a curiosear», explica Joana, una jubilada de Palma. «Esto es más auténtico que las procesiones de Mallorca y me hacen gracia los santos, que son muy pequeñitos».

La ballada de la Colla d'Aubarca colma las expectativas de Irene Fuentes. «Me encanta cómo se mueven las mujeres, parece que van con ruedecitas en los pies», apunta. «Los hombres en cambio parece que aletean como un gallo», añade su pareja.

Muestra de 'rifacos'

Todavía se reparten las orelletes y los porrones entre los vecinos y visitantes cuando en el colindante centro social se abre la exposición de rifacos (enaguas), una novedades de este año. Dentro se encuentran dos hermanas y su prima, jordieres de Cas Margalits y Cas Moliner. «Mi consuegra es de Sant Mateu y me animó a que trajera algunos de los que he bordado», explica Esperança Marí.

Hoy en día en las exhibiciones folclóricas algunas mujeres lucen hasta una docena de rifacos, lejos de los que llevaba Margalida Serra, de 86 años, que fue vestida de pagesa hasta los 34. «Yo llevaba dos o tres bajo la falda, también el día de mi boda», recuerda. A ella le costó adaptarse a «vestir de señora, porque me sentía incómoda e iba muy recta». «Cuando me probaba la ropa y me miraba, me daban ganas de tirarla y volver a recogerme el pelo», bromea al recordarlo.