Diario de Ibiza

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El payés pescador

En todas las calas y rincones de nuestros litorales, lo mismo en Ibiza que en Formentera, se suceden los varaderos, casetas, cobertizos o barracas que los payeses utilizaban como refugio de sus barcas. Siendo construcciones sencillas y primitivas, no dejan de ser un ejemplo extraordinario de cómo el hombre aprovecha de forma ingeniosa los materiales que le ofrece la naturaleza –maderos, ramas y piedras- para vencer las dificultades que la misma naturaleza le presenta

Cala Vedella (Sant Josep,1940). Domingo Viñets

Los varaderos sorprenden porque, a pesar de su tosca simplicidad, lejos de distorsionar su entorno, le dan sentido, lo humanizan y crean paisaje. Lugares como es Caló de Sant Agustí en Formentera y sa Caleta en Ibiza son difíciles de imaginar sin los varaderos. Pasa el tiempo y olvidamos la vida precaria que en una Ibiza preturística tenía la población que habitaba el medio rural. Quienes conocimos la isla en los años 50 vivimos una realidad muy distinta a la de hoy. Ibiza era pobre y su historia, si exceptuamos breves interludios de relativa bonanza, nos descubre, más que alegrías, carencias y calamidades. En ello tuvo mucho que ver su secular aislamiento y un minifundismo que a duras penas producía lo necesario para que una familia pudiera vivir y explica que el payés aprovechara cualquier recurso, por nimio que fuera.

El accidentado relieve de la isla, por otra parte, un continuo carrusel de colinas, justifica las escalonadas terrazas o feixes que el payés robaba al bosque en las colinas. Era lógico que, para una magra economía familiar, el mar fuera una despensa providencial que cuando era menester convertía en pescadores a nuestros payeses. Y aunque el turismo acabó después con aquella pesca necesaria que hoy es sólo afición y entretenimiento, se han preservado los varaderos que motivan estas notas de reconocimiento a su primitiva arquitectura. Cabe decir, sin embargo, que más primitivos son aún las cuevas-varadero que, como en la Cala en Baster (Formentera), el payés excavó en el marès.

Para no confundirnos, conviene advertir que, aunque una cosa es la caseta o cobertizo que da refugio a la barca y otra distinta el varadero, estructura de maderos por el que aquella se desliza, solemos llamar varadero –y así lo aceptamos aquí-, a todo el conjunto, la caseta y su bajante. Dicho esto, un primer detalle del varadero que sorprende es su adecuación al lugar. Sobre unas rocas en declive que van desde la barraca al mar y que ofrecen una leve concavidad o canalada que acoge la convexidad del casco, bajan paralelos tres troncos escuadrados, preferentemente de sabina, de manera que sobre los dos externos se apoya la obra viva de la barca, mientras que sobre el tercer madero que queda en la mediana de los otros dos y hace de ‘guía’, se desliza la quilla de la barca por una ranura que el madero central tiene en todo su recorrido. Algunos varaderos, sobre todo cuando las barcas llevan escoes, pequeñas quillas laterales, sustituyen la guía central por maderos o escalas transversales (parats) que tienen también una ranura para que resbale la quilla principal de la barca.

Falsos varaderos

A partir de aquí, por mera tracción, manual o mecánica, mediante ternals, cabestrantes, molinetes o, en su caso, con un pequeño motor, se consigue el arrastre necesario para que la barca baje al agua o suba a la barraca. Perpendiculares al mar, rectangulares y con un largo que suele estar entre 30 y 50 palmos, poco más de seis metros, las barracas más antiguas y genuinas, en vez de clavos, ajustan los maderos con horquillas, encastrados, espitxes de sabina, falcas o cuñas, y tampoco tienen puertas, dejando abiertos sus laterales porque importaba la ventilación y bastaba que un buen techado diera sombra y evitara que el sol reventara la tablas de la barca. Según pasó el tiempo, algunas casetas cerraron sus laterales y acabaron, por cuestiones de seguridad –pues en ellas tenían enseres, avíos, aparejos y redes-, colocando puerta y candado. También se dan casos en los que la naturaleza ayuda y basta techar el espacio que dejan dos paredes de roca para dar refugio a un llaüt. Y finalmente, también encontramos falsos varaderos, algunos con dos pisos, -los he visto en Porroig-, con paredes de piedra y que casi permiten hacer vida en ellos. Algunos de estos aberrantes varaderos se han derruido, pero tendrían que desaparecer los que todavía quedan.

En algunos casos, como sucede en la zona NW de la isla, entre sa Punta de sa Creu y es Cap Nunó –els Amunts, Aubarca y Corona-, las costas acantiladas obligaban a colocar los varaderos en lugares de tan difícil acceso que para quien no conocía el terreno era una temeridad bajar al mar. Es el caso, lo sé por experiencia, de los varaderos que quedan al pie de ses Balandres. Me temblaban las piernas el día que descendí el farallón con mossènyer Escandell, entonces rector de Santa Agnès de Corona. Aquello no llegaba ni a trocha de cabras. La verticalidad hacía que uno tuviera que agarrarse a cualquier cosa que encontrara, árbol o mata, seguía un tramo que hacíamos descolgándonos por una soga que tenía unos nudos para apoyar los pies y, como remate, en la parte final de la bajada, se tenía que descender por un tronco recostado precariamente en la pared del acantilado, utilizando, para apoyar los pies, los tocones de las ramas cortadas. Y allí, en un rincón paradisíaco, estaban finalmente los varaderos. Lo sorprendente es que, por donde nosotros habíamos bajado, vi subir sin esfuerzo aparente a un pescador que acarreaba sus capturas en una caja que no era pequeña. Mossènyer, después de que el hombre se cruzara con nosotros, me dijo que tenía 78 años. Casi sentí vergüenza.

Una batalla ganada

Los varaderos, —endemismo etnológico con un incuestionable valor icónico y patrimonial—, fueron reconocidos el 2002 por la Comisión Insular del Patrimonio Histórico-artístico d’Eivissa i Formentera, como ‘Bien de Interés Cultural’. Afortunadamente, porque tres años antes estuvieron a punto de desaparecer cuando el departamento de Demarcación de Costas, dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, con el pretexto de que ocupaban un espacio marítimo-terrestre, advirtió de que debían derribarse y que, en todo caso, únicamente podrían mantenerse los que obtuvieran la correspondiente concesión que suponía el pago anual de una elevada tasa. Es una batalla que ganamos.

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