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Los tres ciclos del autor que rechazaba la novela histórica

El escritor José Saramago, en el Pazode Mariñán, abrazado a su mujer, Pilar del Río. fran martínez

En 'José Saramago. El pájaro que pía posado en el rinoceronte', Fernando Gómez Aguilera ordena la vida literaria de Saramago en tres grandes ciclos. El primero es una etapa de formación que ha sido estudiada por Horacio Costa y comprendería desde 1947 (Terra do Pecado –La viuda, en español) hasta 1979. «Saramago es un escritor sin reconocimiento, que colabora en la prensa y aún no se ha profesionalizado. Hace una escritura realista, de corte social, en sintonía con el momento histórico-literario de su país, como muestra Claraboya (1953)». En la órbita de esa novela hay una interesante y desconocida literatura fragmentaria, escrita entre 1945 y 1953-55, sobre la que el autor aporta aquí bastante información inédita.

La segunda etapa (desde Levantado del suelo, 1980 a El Evangelio según Jesucristo, 1991) se caracteriza por el nacimiento del Saramago que encuentra su voz personal y alcanza un éxito fulgurante. «Abarca nueve títulos marcados por un realismo de puertas abiertas, desbordado por la fantasía. Saramago consolida su punto de vista y ancla su nueva poética en la oralidad y el barroquismo». Su interés temático lo centrará la relación entre ficción e historia y, de fondo, el cuestionamiento de los relatos oficiales. «No hace novela histórica, siempre lo rechazó. Lo que le interesa es alojar la novela en la historia y ver el pasado a la luz del presente», continúa.

El tercer ciclo se corresponde con su vida en Lanzarote (1993-2010) y es el que estudia a fondo en El pájaro que pía posado en el rinoceronte. Comprende algo más de veinte títulos, esto es, la mitad de su producción. «Saramago entiende que, a partir del Ensayo sobre la ceguera (1995), se ha producido una ruptura radical en su narrativa. Cierra así el gran angular de la historia para centrarse en el individuo contemporáneo, reflexionando sobre la deshumanización del presente y construyendo grandes alegorías». Ese Saramago que asume que el papel del escritor es desasosegar simplifica su estilo y abandona el escenario portugués para abordar cuestiones universales, ampliando su influencia de intelectual comprometido con su tiempo, concluye Gómez Aguilera.

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