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Las ‘influencers’ que Truman Capote amó a traición

Navegó en sus yates, bebió su champán y memorizó sus intimidades. Un nuevo libro del periodista Laurence Leamer analiza el cenit y ocaso del escritor a través de las ‘socialités’ neoyorquinas, cuyos secretos aireó en ‘Plegarias atendidas’.

Eran bellas. Inteligentes. Sublimes. Y siempre acababan por aparecer en las listas de las mejor vestidas. «Hay ciertas mujeres, y unos pocos hombres también, quienes, a pesar de no haber nacido ricas, han nacido para ser ricas», reflexionó Capote en uno de los cuadernos de Plegarias atendidas. El escritor las llamaba «mis cisnes».

Lee Radzivill, mucho más hermosa e interesante que su hermana, Jacqueline Kennedy, a juicio de Capote. Pamela Churchill, la promiscua nuera del primer ministro británico, que adiestraba a sus amantes en política internacional entre doseles. C.Z. Guest, musa de Dalí y Andy Warhol. Slim Keith, que se casó con el director de cine Howard Hawks y llegó hasta el altar del brazo de Gary Cooper. La sagaz Gloria Guinness, la pluscuamperfecta Babe Paley. Marella Agnelli, la aristócrata que sí leía y opinaba que Truman Capote era un genio, al igual que él. Un nuevo libro da luz a sus vidas: Capote’s Women: A True History of Love, Betrayal, and a Swan Song for an Era (Las mujeres de Capote: una verdadera historia de amor, traición y un canto del cisne para una era), de Laurence Leamer, un periodista cuyas obras acostumbran a convertirse en bestsellers.

Esculturas vivientes

Instaladas en el dolce far niente, estas mujeres volcaron sus medios ilimitados en convertirse en una especie de escultura, una obra de arte viviente, reflexiona Leamer, trascendiendo el simple placer de no hacer nada. Sus mansiones resultaban fabulosas, así como sus armarios y ellas mismas, que concentraban sus talentos en lograr los mejores matrimonios posibles (nunca era uno) con los hombres más poderosos de su tiempo. Capote navegó en sus yates, voló en sus jets, se dejó invitar a vacaciones europeas y a flautas y flautas de champán Cristal.

Al cabo, se le ocurrió que las intimidades que le contaban esas beldades que reinaban a mediados del siglo pasado en los salones de Nueva York, verdaderas influencers, eran el material que buscaba. Pese a su precocidad como escritor (había despuntado a los 23 años con Otras voces, otros ámbitos) sentía que no había consumado su obra maestra y estaba llamado a emular a Marcel Proust, que con En busca del tiempo perdido radiografió la alta sociedad francesa de su tiempo.

Pensando en sus infelices cisnes, Truman Capote se acordó de Santa Teresa para el título: «Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas». El 5 de enero de 1966 firmó un contrato con Random House que le daba un adelanto de 250.000 dólares por la obra, que habría de entregar en dos años. Quince días después publicó A sangre fría como libro, que vendió más de 300.000 ejemplares solo en 1966. En la cima de su carrera, el escritor se entregó a una efervescente vida social, que culminó con el célebre Baile en blanco y negro: Capote puso a bailar enmascarada a la élite del mundo, 540 invitados en el Hotel Plaza. Entre ellos Nelson Rockefeller, Norman Mailer, Greta Garbo y Frank Sinatra.

De fiesta

De fiesta en fiesta, Capote seguía poniendo a prueba su legendaria memoria para los diálogos, pero Plegarias atendidas no se materializaba. La editorial aplazaba la fecha de entrega y subía el anticipo. Al final, en 1975, la revista Esquire comenzó a publicar capítulos de su obra inconclusa. El primero, Mojave, pasó desapercibido, pero el siguiente, La Côte Basque (nombre de un restaurante de Nueva York donde la jet se citaba), causó una verdadera conmoción. «Estaba viviendo en el Hotel Pierre y le pedí a la criada que me trajera la revista. Me quedé de piedra», confiesa Slim Keith en el documental The Capote Tapes (Filmin). El escritor clavaba su manera de desenvolverse, de hablar, en el personaje de Lady Coolbirth: «Era como mirarse en un espejo».

Maledicencias amplificadas

En su roman à clef, Truman Capote apenas disfrazó a los personajes de la jet neoyorquina y las maledicencias que circulaban sobre ellos, de modo que todos se reconocían. «Si tuviera tantas pollas clavadas sobre ella como las que ha tenido dentro parecería un puercoespín», habría dicho Tommy Hitchcock Jr., legendario jugador de polo, sobre Pamela Churchill. La frase hizo fortuna por bares y clubs, el escritor se apropió de ella para el capítulo Monstruos perfectos. Capote reduce a las hermanas Bouvier, Jacqueline Kennedy y Lee Radzivill, a «un par de geishas de Occidente».

Tal fue su saña al retratar a la alta sociedad de Nueva York que muchos opinaron que Plegarias atendidas, aunque impecablemente escrita, se parecía más a una columna de cotilleo que a En busca del tiempo perdido. El libro de Laurence Leamer analiza los paralelismos entre los cisnes de Capote y Lillie Mae Faulk, la madre del autor, una belleza sureña que lo dejó aparcado en Monreville (Alabama) para escalar socialmente en Nueva York. Un segundo matrimonio con el empresario José García Capote, de quien tomaría el apellido, sirvió en parte a sus propósitos. Sin embargo Capote siempre creyó que las insaciables ansias de medrar de Lillie Mae habrían influido en su suicidio en 1954. Tras su muerte, el escritor, desde niño fascinado por las mujeres hermosas y complicadas, comenzó a pergeñar la obra que airearía los secretos de los cisnes.

«¿Qué se esperaban? Soy un escritor y me sirvo de todo. ¿Es que esa gente pensaba que me tenían para entretenerlos?», se defendió Capote. Sin embargo, la clase social que le había adoptado le giró la espalda. Incapaz de acabar su obra maestra y solo, Capote apuró sus últimos días, o más bien noches, entre platós y Studio 54. Su dependencia al alcohol y los barbitúricos fue en aumento. Murió a los 59 años.

Slim Keith

Slim Keith

Slim Keith

Ingenio y piernas sin fin

Quintaesencia de la chica californiana: frescura, desparpajo y unas piernas sin fin. Flirteó con Clark Gable y Hemingway, pero se casó con Howard Hawks. Su influencia en el director de cine fue notoria. Se le debe el descubrimiento de Lauren Bacall: se fijó en ella mientras ojeaba Harper’s Bazaar y le pareció perfecta para Tener o no tener. Hawks daba tanto crédito a su mujer que confió en Bacall, por entonces una modelo de 18 años. Proyectó en la película una visión idealizada de su matrimonio y eligió a Humphrey Bogart para su alter ego. Los personajes también se llamaban entre ellos, Slim (flaca) y Steve, y competían en ingenio. En la vida real, acabó en divorcio.

Marella Agnelli

Marella Agnelli

Aristócrata

La aristocracia europea: en 1953 se casó con Gianni Agnelli, heredero del imperio Fiat. Estaba embarazada de tres meses al entrar en la capilla de Osthoffen (Estrasburgo) pero incluso así, vestida de novia por Balenciaga, parecía una modelo. Las fotografías se publicaron en Vogue. No tuvo un matrimonio feliz con Agnelli, un ‘playboy’ que pensaba que las mujeres están para ser conquistadas, no amadas. Pamela Churchill podría haber ocupado su lugar: también se quedó embarazada de Agnelli, pero a ella le propuso abortar.

Gloria Ginness

Gloria Ginness

Gloria Ginness

Nazis, realeza y banca

Sus orígenes mexicanos afilaron las malas lenguas y se especuló con que se había prostituido en bares. En realidad era hija de un periodista y una aristócrata. «Eres la más bonita de México y además eres brillante, nunca te conformes con un segundo lugar», la arengaba su madre. Gloria era una observadora tan sutil como Capote. Con 20 años se casó con Jacobus Hendrik Franciscus Scholtens, superintendente de una azucarera de Veracruz, de 47 años. Luego se convirtió en condesa Fürstenberg y alternó con la élite nazi en Berlín. Su tercer matrimonio fue con un nieto del rey Fuad I de Egipto. Al filo de los 40 y con dos hijos, conoció al banquero Loel Guinness. Y adivinen.

Babe Paley

Babe Paley

La más bella del siglo XX

Epítome de la clase, «la mujer más bella del siglo XX», como la presentaba Capote, era su ‘cisne’ más querido. Solo tenía un defecto: quería ser perfecta. Babe dormía en una habitación separada de la de su marido y se levantaba antes para maquillarse. Se casó en segundas nupcias con el fundador de la CBS, William S. Paley. La idílica imagen del matrimonio saltó por los aires después de que Capote narrase en Plegarias atendidas cómo, tras una nueva infidelidad de Bill (Dill, en la ficción), esta vez con la esposa del gobernador, tuvo que lavar las sábanas con manchas de regla «del tamaño de Brasil» de madrugada antes de que Babe Paley llegase.

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