Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

Manual de urbanidad cristiana

Confieso que siendo alumno de La Consolación, –tendría siete años-, le robé un libro a sor María del Amor Hermoso, la buena hermana que nos impartía Religión, Buenos Modales y Urbanidad. La verdad es que el tiro me salió por la culata y, como suele decirse, en el pecado tuve después la penitencia. El libro me pareció aburrido y amenazador. Al hojearlo años después, ya mayor, compruebo que su autor, a tenor de sus dicterios y recriminaciones, tuvo que ser un espécimen de mal rasque, agrio de carácter, mal pensado y un espíritu atormentado. Lo suyo, está muy claro, era espantar y fastidiar al personal.

Nuestras normas decomportamiento eranestrictas. toni catany(1967)

Cuando de tarde en tarde, cada 3 o 4 meses, llegaba al colegio de La Consolación –convento también de las agustinas-, un camión con troncos de madera para alimentar los fogones de la cocina, las sores solicitaban voluntarios en el aula de los alumnos mayores para que echáramos una mano en el trasiego que seguía a la descarga. Montada la voluntariosa cuadrilla, a pesar de que cogíamos una espuerta cada dos alumnos, a duras penas trajinábamos más de 6 o 7 maderos en cada viaje. Como lo importante para nosotros era saltarnos las clases, nos movíamos sin ninguna prisa y teníamos la ventaja añadida de que aquel trabajo nos ganaba el aprecio de sor María, la maestra. Y cuando lo acabábamos, sor Bernarda, la hermana que siempre andaba entre pucheros, nos ofrecía una taza de chocolate con picatostes. Pero voy a lo que iba. Sucedió que en uno de aquellos transportes, en un pasillo y sobre un arcón, vi un librito que por su título, ‘Tratado de Urbanidad’ me llamó la atención. Pensé que con él tendría ventaja sobre los otros alumnos y sabría con antelación lo que sor María explicaba, de manera que lo robé. Me lo metí debajo del jersey y, una vez en el aula, lo escondí en la cartera. El libro no me gustó, me pareció horrible, pero como no me atreví a devolverlo, lo escondí en el cajón donde guardaba los tebeos para que mis padres no lo vieran. Tampoco me confesé del hurto, lo que me hace pensar que desde entonces vivo en pecado mortal. En cualquier caso, “a buenas horas, mangas verdes”. La frase viene a cuento porque Mangas Verdes eran los cuadrilleros de la Santa Hermandad que vestían de verde y se encargaban de detener y encarcelar a los ladrones, pero que siempre llegaban tarde, cuando el malhechor ya se había dado a la fuga. Yo también llego tarde para sentirme culpable de lo que sólo fue una picardía. El delito ha prescrito. Y en todo caso, como conservo el librito de marras, doy aquí sus señas por si las Agustinas quieren recuperarlo. Su título es Manual de Urbanidad Cristiana, su autor el P. Gambón, S.J. y su edición, la 8ª, prueba de que entonces tuvo predicamento. Se imprimió el 1929 en Barcelona, en la imprenta de la calle Portaferrisa, 14, siendo su Editor Pontificio don Eugenio Subirana y su Censor don Joaquín Sendra Pastor.

Educación encorsetada

Dado el subtítulo que tiene, -A los alumnos de los Colegios Católicos-, es razonable que lo tuvieran las monjas. En la dedicatoria de la primera página ya nos descubre su objetivo: «A vosotros, amados alumnos, dedicamos estas enseñanzas para que encaminéis vuestras acciones y adquiráis los buenos modales que os han de conquistar fama de cultos...». Dicho esto y dado que tengo el libro en mis manos, puede resultar instructivo recoger algunos de sus consejos, no en vano constituyen un buen retrato de la encorsetada y carpetovetónica educación que recibimos y de la que, no sé cómo, salimos indemnes. La obrita contempla tres apartados, suficientemente explícitos en sus enunciados: Deberes para con Dios (en privado, en público y en el templo), Deberes para con nosotros mismos (aseo, uso discreto del vestido y compostura exterior), y Deberes con nuestros semejantes (padres, hermanos, criados, superiores, compañeros, y comportamiento en clase, en el estudio, en el recreo, en la mesa, en la calle, en las escaleras, en las visitas, en los viajes y al escribir una carta). Al albur, como se puede ver, no deja nada. Y pues no vamos a regodearnos porque cada cosa tiene su tiempo y su contexto, sólo para situarnos recojo 4 consejos que me parecen suficientes para recordar de qué mundo venimos.

Me llama la atención, por ejemplo, lo que dice del trato con los criados. El autor supone que los hay, indicio claro del público al que se dirige: «Con los criados es imprudente la franqueza y peligrosa la familiaridad. Nunca se les dejará de mirar como sirvientes y jamás se les tratará como amigos. Si malo es un amigo perverso, un criado infiel podría precipitarnos al abismo. Nunca nos permitiremos con los criados expansión alguna ni toleraremos que entren en nuestra habitación. ¡Cuántos niños han manchado su inocencia y recibido su primera lección de maldad por confiar en un criado de manera imprudente!». Y me llama asimismo la atención el capítulo que dice cómo teníamos que comportarnos en la calle y en las escaleras: «Son faltas que se han de evitar a todo trance fijar la vista en una persona determinada; sonreír de manera que pueda ofenderla, mostrar que la conversación recae sobre ella, volver la vista atrás para fijarla en alguien que acaba de pasar a nuestro lado, así como bromear y levantar la voz en son de licencia».

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