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Pou d’Albarqueta, la recompensa para el viajero errante

De capilla encalada, y con una pileta cuadrangular de arenisca y una plazoleta de piedra en forma de aleta de pez, este manantial aguarda en la vénda de Canadella, en los confines de Sant Llorenç y Sant Miquel.

El Pou d’Albarqueta. X.P.

Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso, ¡qué soledad errante hasta tu compañía! (Pablo Neruda)

Algunos enclaves de la Ibiza interior parecen concebidos para recompensar al viajero errante, aquel que transita por caminos indefinidos sin rumbo, buscando la belleza del paisaje ignoto. En esta colección de soledades pitiusas, los viejos pozos desempeñan un papel fundamental. Casi todos aguardan junto a una senda que antaño era importante precisamente por la presencia del manantial. Ahora, desde que por los grifos de las casas mana agua corriente, muchos de aquellos senderos han quedado relegados a desempeñar un papel secundario, acogiendo casi en exclusiva el tránsito de las almas que habitan en sus bifurcaciones.

Hubo un tiempo en que en Ibiza prácticamente no existían unas travesías más importantes que otras; tan solo una retícula de vías de carro sin asfaltar que enlazaban fincas y caseríos con iglesias, orillas y manantiales. Entonces tan importante era la plaza del pozo como la del templo, y en las primeras se celebraba y agradecía la vida con idéntica emoción y fervor que en las segundas.

Algunos pozos y fuentes son tan antiguos que su origen se pierde entre la niebla del tiempo y casi siempre, cuando se vislumbran en soledad, al asomarnos a la negrura de su capilla, trasmiten esta intemporalidad mística, como de vórtice que enlazara con la más arcaica versión de la Ibiza antigua. A veces quedan ocultos entre el follaje, se aferran a un muro de piedra o requieren descender hasta el interior de un torrente, pero la mayoría continúan expuestos en la ribera de los caminos.

En la urdimbre laberíntica de carreteras secundarias entre Sant Llorenç y Sant Miquel, aguarda uno de los más singulares de es Amunts, el Pou d’Albarqueta, que inmediatamente atrae la atención por la plazoleta empedrada, de forma irregular, como de aleta de pez, que precede la boca del manantial. Éste se aferra al murete que establece la frontera entre la explanada y los cultivos cercanos, que, con su tierra almagre ascienden y descienden el llano levemente inclinado con muros de piedra seca. A su vera, un olivo viejo de tronco nudoso, algunos frutales y almendros, y en segundo plano varias hileras de vides. El granate de la tierra contrasta con los pinos que coronan las colinas cercanas.

La capilla es rústica y ovalada, imperfecta y abultada, como modelada por un artesano inexperto, con un remate de sabina en la parte inferior del marco, que rompe la radical monocromía de la cal, junto a la negrura del brocal. A su lado, una pila cuadrangular, magníficamente tallada en marès, que por el exterior también ha sido encalada. En el interior del pozo, otra traviesa cubierta de cicatrices por el roce de las cuerdas, ya que al parecer ni tan siquiera dispone de polea.

Dicen que antaño se celebraba un baile el día de Santa María y que, como el pozo se sitúa en la frontera entre Sant Miquel y Sant Llorenç, en plena vénda de Canadella, los mozos de uno y otro pueblo, que acudían gallardos a exhibir su destreza ante las muchachas solteras, se peleaban por el honor de iniciar el baile. Dichas tensiones acabaron silenciando tambores, flautas y castañuelas, aunque éstos acabaron volviendo cuando el pozo fue restaurado. Encontrarlo, como ocurre en tantos lugares alejados de las rutas turísticas, siempre aporta una intensa sensación de fortuna.

Camino a Benirràs

El d’Albarqueta es uno de los pozos más singulares del norte de la isla, junto con el Pou de Labritja, en Sant Joan; la Font de Balàfia, en Sant Llorenç; la Font d’en Carreró, en Sant Miquel, y el Pou des Baladre, en Sant Vicent. Está situado en una carretera que enlaza en perpendicular las vías que unen Santa Gertrudis con Sant Llorenç y Sant Miquel con Sant Joan. A través de ella, casi en línea recta, se alcanza la playa de Benirràs. Los campesinos de los alrededores acudían a él para aprovisionarse de agua cuando sus cisternas quedaban secas, trasegando cantaros y toneles sobre carros.

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