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La otra Ibiza

Catalina Torres: "Lo difícil era descubrir los patrones"

Catalina Torres Orvay se ha pasado toda la vida entre telas y puntillas. Antes de que la moda adlib tuviera nombre, ella tenía un taller que cosía para varias tiendas y diseñadoras

Catalina Torres Orvay. S. Asenjo

Con apenas 20 años, Catalina Torres Orvay combinaba las tareas en el campo en Santa Gertrudis con el dedal y la aguja. Se le daba tan bien coser que en cuanto puedo se sacó el título, con mención honorífica, de corte y confección con el sistema Martí.

Las clientas eran muchas y el trabajo, enorme. Tenía que hacer los patrones según los gustos de las clientas, explicar a las señoras que tal o cual modelo quedaría mejor, probar varias veces, llevarles a casa los vestidos, abrigos o trajes de chaqueta... Un trabajo de no parar. En una época donde apenas había tiendas de confección, la ropa a medida era la costumbre. Catalina era por aquellos años sesenta casi la ‘modista oficial de Santa Gertrudis’.

Aunque está jubilada, Catalina acude de vez en cuando al taller de Dalt Vila. | S.ASENJO

Entre telas, hilvanes y agujas, un día apareció en su vida una señora que tenía una pequeña tienda de moda ‘hipilonga’ en Ibiza. «Me hacía algunos encargos, cuando los terminaba, se los entregaba y ahí terminaba mi trabajo. Lo probé y me encantó», apunta Catalina. Lo mejor era, según recuerda, que no tenía que pasar tanto rato probando y dando explicaciones a las clientas.

Antes de que la moda Adlib tuviera nombre, esta modista ya cosía para tiendas que hoy forman parte de la historia de la moda ibicenca, como Tip-Top de Catherine Bouyssón. El trabajo era tan ingente que aquella modista de Santa Gertrudis se tuvo que trasladar a vivir a Dalt Vila. Allí contrató a varias ayudantes. «Terminaba muy rápido los encargos, a veces de un día para otro. Era joven, tenía muchas ganas de trabajar, y por supuesto de ganar dinero, así que volaba, aunque tuviera que pasarme algunas noches casi sin dormir», señala.

La confianza y amistad con Catherine Bouyssón era tan grande que incluso le firmaba cheques en blanco para que fuera a comprar telas y puntillas a Barcelona. Una temporada hizo unos monos blancos para un puesto en el mercadillo de Punta Arabí. Apenas los exhibían en el puesto, desaparecían. Se vendía todo», dice.

La fama de buena costurera se iba extendiendo y con ella los pedidos. No paraba. Además, gracias a sus conocimientos lograba convencer a las clientas sobre la manera más sencilla, rápida y económica de confeccionar las prendas. Luego, Catalina cortaba las telas y se las daba a coser a varias modistas. Sabía repartir lo que más le gustaba a cada ayudante para que les cundiera más.

Catalina, con su hija Cata Prats y el vestido icónico Adlib. S. Asenjo

Lo más difícil era sacar los patrones que escondían algunos diseños que le pedían sus clientas. «Catherine viajaba mucho y traía vestidos de muchos sitios para que le diera un aire ibicenco. A veces me tiraba unas cuantas horas para descubrir como se habían hecho», cuenta Catalina.

Uno de los vestidos más icónicos que hizo ni siquiera tenía patrón; lo confeccionó encima de la modelo con una tira bordada que rodeaba en diagonal el cuerpo. Fue un diseño que dio la vuelta al mundo, e icncluso se ha visto en la exposición sobre los 50 años de la moda Adlib.

Dora Herbst, Melania Piris y otras muchas diseñadoras fueron clientas de Catalina. El taller todavía funciona, ahora con su hija Catalina Prats al frente, quien sigue haciendo moda Adlib cincuenta años despúes, con los consejos de su madre.

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