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Formentera: la inevitabilidad de sa Roqueta

Siguiendo los caminos inesperados de Formentera se alcanzan rincones como esta maravillosa playa orientada al levante, que irremediablemente siembra en quien la descubre la necesidad de volver

Si el agua de Illetes sobrecoge, la de sa Roqueta despierta la nostalgia de lo insuperable.

La belleza es aún más difícil de explicar que la felicidad. (Simone de Beauvoir)

Si hay un requisito inherente a Formentera es el de la exploración. La isla, a pesar de su reducido tamaño, acumula una maraña interminable de caminos, trochas, ramales y veredas. Rutas más allá de los mapas que discurren entre dunas azotadas por el cierzo, roquedales sembrados de coqueras y campos yermos definidos por retículas de piedra seca y salpicados de higueras apuntaladas con rodrigones.

Formentera impone improvisar, dejarse llevar por la tentación del desvío inesperado, aunque en ocasiones conduzca a un callejón sin salida. Solo así se alcanzan los lugares más subyugantes, aquellos que, mientras se contemplan, generan la necesidad de volver. Uno de estos enclaves es la playa de sa Roqueta, un escueto arenal constreñido por un cíngalo de arenisca.

Sa Roqueta camela a la primera ojeada, pero primero requiere ser hallada, y para ello hay que superar la tentación de seguir hacia las playas de mayor renombre que la prosiguen, como ses Illetes, Llevant o es Cavall d’en Borràs, con sus chiringuitos ilustres, y evitar el encantamiento de los estanques salineros que arrancan justo en la dirección opuesta, con su malla de espejos rosados y su espuma en la orilla. Rara vez el viajero bisoño acierta a alcanzarla, salvo si dispone de tiempo suficiente para cumplimentar antes las paradas ineludibles que establecen guías, blogs e influencers.

Al sur, los escollos de es Pujols y s’Illa de ses Parres, que apenas se asoman a la superficie del mar, y después los arenales de ses Canyes, el hotel Rocabella y los últimos retazos de la bahía de es Pujols

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Solo entonces se alcanza el abollado aparcamiento del Hotel Sa Roqueta, tan sobrio como la tierra que lo envuelve, y a continuación el esplendoroso tramo de costa que se despliega frente a su fachada, con una orilla aguamarina y un cielo opalino que provocan un inmediato parpadeo de incredulidad. Si el agua de Illetes sobrecoge, la de sa Roqueta despierta la nostalgia de lo insuperable.

No importan ni los remolinos ni las olas si el levante anda travieso, pues la transparencia y la intensidad siempre se mantienen igual de deslumbrantes. Al sur, los escollos de es Pujols y s’Illa de ses Parres, que apenas se asoman a la superficie del mar, y después los arenales de ses Canyes, el hotel Rocabella y los últimos retazos de la bahía de es Pujols. Al norte, enfilando hacia la sucesión de medias lunas que anteceden la playa de Llevant, un rocoso tramo de costa horadada que cimbra hasta el escollo del Pou de Llevant.

Formentera es isla de geografía afilada, con tramos de tierra que apenas presentan batalla al mar. Sa Roqueta fue configurada en términos semejantes por la madre naturaleza. Es el mango del sable que sustenta el afilado cayo norte. A un lado del cordón dunar, la susodicha orilla portentosa; al otro, el agua pantanosa, entre oliva y manzana, del Estany Pudent, y entre medias, mientras se columbran todas estas maravillas, una inquebrantable sensación de inevitabilidad: quien pisa esta arena y se sumerge en este mar, solo puede regresar.

Isla de kioscos y hostales

La espectacularidad de Formentera la aporta el paisaje, tan exuberante e inédito, que parece impropio de un lugar tan europeo y cercano. Tal vez por eso, Formentera, aunque cada vez menos, es también la isla de los kioscos de sardinas y tortilla, y de los hostales austeros, de cama, mesilla y nada más; ni spa, ni piscina, ni beach club, tan solo un refugio monacal donde recuperarse del agotador dolce far niente que propone la isla. Así es también el de Sa Roqueta, un edificio blanco, exento de adornos por dentro y por fuera. Sin embargo, basta con asomarse al balcón para experimentar la mayor sensación de lujo del mundo.

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