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Imaginario de Ibiza

La mansión rosada de Cala Salada

Más allá de su insólita ubicación a pocos metros del mar, que contradice todo sentido de la mesura, esta villa antigua llama la atención por los ángulos y taludes que forman sus muros, el contraste entre piedra y almagre, y su capacidad para fundirse con el paisaje

La villa de Cala Salada es como una escalera acoplada a la pendiente.

Hay un paisaje eterno, una geografía del alma; buscamos su contorno todas nuestras vidas. (Josephine Hart).

Hubo un tiempo en que algunos potentados llegados de fuera de la isla adquirieron magníficas propiedades junto al mar, logrando edificar auténticos palacios en enclaves inverosímiles, literalmente pegados al agua. Los ejemplos más insólitos los encontramos en algunos islotes, como las mansiones que existen en sa Ferradura del el Port de San Miquel, Tagomago y s’Espalmador, pero también en enclaves menos aislados, como los chalets situados entre Platges de Comte y sa Figuera Borda o la extensa villa de es Canaret, con su blanca torre almenada y sus jardines escalonados, soportados por muros de piedra viva que las olas salpican a la mínima marejada.

Con el paso de los años y la consiguiente masificación de Ibiza, algunos de estos enclaves, por idílica que resulte su ubicación, han perdido buena parte de su encanto por la falta de privacidad y es probable que sus propietarios hoy hubiesen escogido un acantilado solitario donde no hubiese docenas de personas curioseando en sus jardines y terrazas desde la costa. Una de estas viviendas, quizás la más original de todas por su arquitectura, se ubica en Cala Salada, aferrada al camino que desemboca en la playa, sobre el promontorio de rocas que separa la ribera principal de la pequeña Saladeta.

Villas camufladas en la floresta

Mientras la casa rosada utiliza la piedra y el almazarrón de sus muros para pasar desapercibida, el resto de viviendas de esta playa se ocultan tras la maraña de pinos. En Cala Saladeta existe otra llamativa mansión a ras de mar y tras la arboleda que corona el acantilado de los varaderos hay otras cinco o seis casas, situadas en el extremo septentrional de la urbanización de Punta Galera. 

Más allá de su ubicación ilógica y abusiva, a cinco metros del agua, la casa rosada, como muchos la conocen por el almagre de su fachada principal, constituye un sorprendente ejemplo de mimetismo y adaptación al terreno. Desde este punto de vista, sigue los principios de la villa payesa tradicional, que nunca recorta laderas sino que se aferra a ellas asentando sus módulos cúbicos a distintas alturas. La villa de Cala Salada es como una escalera acoplada a la pendiente, conformando un diseño que, a pesar de sus considerables dimensiones, se eleva mínimamente sobre el terreno. No es la única concesión a la tradición rural, pues ahí figuran también los porches sostenidos por columnas y bigas de sabina, cubiertos de cañizo; los pequeños ventanucos, que aquí sin embargo contrastan con amplios ventanales, y las aristas redondeadas de los tejados.

Contraste con los pinos

El color terroso de la casa contrasta con el verdor de los pinos que envuelven todo el entorno, pero conjunta con los tramos bermellones de los acantilados, allá donde no hay vegetación, como sobre los varaderos del lado sur, muchos de ellos medio excavados en la roca, y en el lateral de Cala Saladeta, donde el agua es tan turquesa como en Platges de Comte, salvo cuando docenas de personas chapotean en su escueta orilla, removiendo la arena y tomando mojitos de contrabando.

Gracias a las aplicaciones digitales que permiten otear a vista de pájaro, también sabemos que cuenta con una lámina de agua camuflada en la parte alta de la finca, adherida a la terraza superior. La casa también atrae la mirada por sus chaflanes, taludes y juegos de ángulos. Desde el muelle de los varaderos, por ejemplo, todo el protagonismo lo adquieren los distintos planos del muro de piedra ocre, de idéntico tono que el roquedal que ejerce como frontera entre las dos orillas, que cierra la casa por la playa. Se asemeja a la proa de los baluartes de las murallas de Dalt Vila. Y frente a ella, un jardín caótico, que evoluciona a su libre albedrío, de pitas, sabinas y matas, mientras que por encima de los tejados, desde allá donde al caminante no le alcanza la vista, se elevan varias palmeras. Como sucede en los palacios árabes, una austeridad exterior que, me atrevería a aventurar, esconde interiores espléndidos. Como la famosa casa de la cascada de Frank Lloyd Wright, pero a la ibicenca.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

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