Diario de Ibiza

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Creencias del medio rural

He aquí un recitativo para deshacer tormentas que mezcla lo religioso y lo pagano: «Veig tres núvols a venir: / un de trons, altre de llamps, / l’altre ho és de bruxeria. / Tallat siga lo fibló / en nom de Nostro Senyor / i de la Verge Maria!»

Cruces en los muros.

En Ibiza tenemos antiquísimas costumbres y tradiciones que mezclan la religión con supersticiones y antiguas creencias. La salpassa, por ejemplo, proviene del ritual pagano salis sparsio que el cristianismo transformó en la bendición ritual que el sacerdote hace en el espacio doméstico, dejando a sus moradores un puñado de sal que colocan como protección en los rincones, sobre todo de los dormitorios. También se pintaban de añil los dinteles de ventanas y puertas, tradición que atribuye el color azul al arcángel San Miguel, guerrero espiritual que lucha contra los demonios. Sin olvidar las cruces que en las casas payesas se hacían con lechadas de cal en los muros.

Y las plantas benefactoras que se dejaban detrás de las puertas, caso del romaní que en Sant Joan y Sant Carles llaman beneit, la ruda, el fonoll, el vesc o l’herba de Sant Joan. Idéntico sentido protector tenía en la ciudad dejar en los balcones la palma bendecida del Domingo de Ramos. Y la estampa con imagen religiosa que se clavaba en la puerta de las casas. En la mía recuerdo una chapa ovalada con el ‘Corazón de Jesús’ que rezaba: «Bendita sea esta casa y quienes viven en ella». En el medio rural existía una práctica parecida, mucho más antigua y de la que apenas quedan vestigios en símbolos solares, estrellas, flores hexapétalas y enigmáticos grabados geométricos que todavía vemos en hornacinas, picaportes, aldabas, puertas, herrajes y grabados. En todos los casos tenían una misma función profiláctica y protectora frente a los malos espíritus, el rayo y las desgracias.

Cruces en los muros (Can Guimó/Sant Josep). Vicent Ribas ‘Trull’

Rolf Blakstad recoge en ‘La casa eivissenca’ curiosas simbologías paganas. Es el caso del ninxol-altar de Can Marès, en Sant Llorenç, o los frescos que vemos en las cámaras interiores de algunas fuentes, Font de Can Prats (Atzaró), Font de Can Mossson (Sant Llorenç) o la Font d’en Miquelet (Sant Mateu).

Esta compleja vivencia que mezcla la fe religiosa con creencias paganas y supersticiones era, en buena medida, fruto del miedo ante las desgracias y del temor reverencial que provocaba lo desconocido y lo que no tenía explicación. Eran aprensiones y dudas que estaban muy presentes en la oralidad de las leyendas y rondallas y para las que se buscaba protección con un sinfín de jaculatorias como las que recoge en el 4º volumen de la ‘Historia de Ibiza’ don Isidoro Macabich. No es casual que tras el capítulo que titula ‘Mots de bona cristiandat’ hable de los ‘Espíritus familiares’. Esta secuencia temática subraya precisamente la vivencia paralela que el payés tuvo durante siglos del hecho religioso y de creencias en las que, como nos dice nuestro mayor folklorista, Joan Castelló, no faltaban hadas, aparecidos, diablos, brujas y entidades fantásticas, fuesen barruguets, follets, fameliars o la extraña entidad que mentábamos con verdadero repeluzno cuando decíamos aquello de «surt Por en aquell carreró», enigmática entidad que se nos podía aparecer como espectro, trasgo, calavera, lechuza, gallo, gato negro, can o cabrón.

Explicar lo inexplicable

Algunas de aquellas oraciones casi nos enternecen ahora por su ingenuidad y su cómica previsión, caso del rezo que precedía al sueño: «Bon Jesús, a dormir em pos; / si m’adorm i no em despert, / i no pogués dir Jesús / ni de boca ni de cor, / perdonau-me, Bon Jesús, / que ho dic ara per llavors». Es cierto que estas letanías tenían una manifestación más explícita en los tiempos de nuestros mayores, pues, como he dicho, estaban muy presentes en la literatura oral de rondallas, leyendas y relatos populares que hoy nos parecen infantiles, pero que, sobre todo en el medio rural, en el aislamiento de las casas y cuando la cosmovisión que se tenía estaba cargada de misterios, eran necesarias, no en vano trataban de explicar lo inexplicable. Joan Castelló dice de aquellas relatorias que «encara que avui sa gent les conta quan les recorda amb una certa mitja riaieta, un temps feren senyar-se i tremolar an es nostres majors que les creien com a cosa certa i segura». Y Castelló tiene razón, no nos tendríamos que reír. Sobre todo, porque esta mezcla de religión y supersticiones hunde sus raíces en las entretelas más íntimas del ser humano y han existido siempre con las variantes que en cada lugar y en cada momento determinaban las circunstancias. Cabe decir, incluso, que sobreviven en nuestros días disfrazadas en el cine, en el arte, en la literatura, en la moda, en determinadas iconografías y en la euforia y mística de las masas que pueden reunir, por ejemplo, determinados eventos musicales.

Era un mundo fantástico y tenebroso en el que no faltaban conjuros, hechizos, maleficios, sortilegios, embrujamientos y maldiciones, que cada quien afrontaba como podía con amuletos, escapularios y jaculatorias protectoras como las que recopila Macabich, y que convenía decir de viva voz en todas y cada una de las acciones cotidianas, «en obrir els ulls, en alçar-se, en sentir el toc de sanctus i l’Ave María, en tocar Ànimes, en acomiadar´se per anar-se’n a jeure, en entrar i sortir del temple, abans i després de menjar, en salutacions, entrant a una casa, al sembrar, segar i recollir fruites, abans de pastar el pa, per demanar almoina i en donar-la o no donar-la, en agraïment, com a felicitació, a les matançes, per acomiadar-se, en les naixences, en les visites als malalts i bodes, per donar consol als familiars d’un difunt, en comiats i benvingudes, en lloança i agraïment, precs pels infants, oracions de confiança i conhort, d’indulgència i commiseració, desitjant algún bé o desnebint algun mal…».

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