Al acceder al trono, mediados del siglo XVIII, el rey Carlos III se dio cuenta de la necesidad de contar con una colección debidamente organizada de mapas y documentos que describieran con exactitud las costas de su reino, para que los buques pudieran navegar con seguridad por sus aguas.

Esta necesidad hizo que el Rey encargará al capitán de navío Vicente Tofiño de San Miguel, entonces director de la Academia de Guardias Marinas, que llevará a cabo el levantamiento de un ‘Atlas Marítimo de España’ y del correspondiente ‘Derrotero de las Costas de España’. El capitán de navío Vicente Tofiño y su equipo de oficiales llevaron a cabo en las islas de Ibiza y Formentera en 1783 unos trabajos para levantar la primera carta náutica de las Pitiusas.

«Singladura del día 8 al domingo 9 de noviembre de 1783. Seguimos al mediodía, con todo aparejo, un rizo a las gavias y en demanda de la isla de Iviza, cuya parte noroeste y el islote Bedrá teníamos a la vista. El viento era galeno macetilla y el tiempo claro y hermoso...».

Así comienza el alférez de fragata Julián Ortiz Canelas, oficial de derrota del bergantín ‘Vivo’, la descripción de la llegada a Eivissa en el diario de navegación del barco. Le seguía a poca distancia la fragata de 38 cañones ‘Santa María Magdalena’. Ambos buques se dirigían a la isla para levantar la primera carta náutica moderna de las Pitiusas. La que serviría de base a la carta «7A», que todos los aficionados al mar de nuestras islas conocen.

Un Atlas Náutico de las Costas de España

Al acceder al trono, el rey Carlos III, que venía de Nápoles imbuido del espíritu de La Ilustración, se dio cuenta de la necesidad de contar con una colección debidamente organizada de mapas y documentos que describieran con exactitud las costas de su reino, para que los buques pudieran navegar con seguridad por sus aguas. Hasta entonces, en los mapas, en no pocos casos, prevalecía el arte ornamental y la belleza de los dibujos presentes en ellos, tales como rosas de los vientos, antes que su precisión y fidelidad a la geografía.

Se dio además la situación de que en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, desde su creación se había hecho mucho énfasis en el estudio de las matemáticas, la astronomía, la geodesia y la hidrografía; de suerte que, a mediados del siglo XVIII, la Armada contaba con excelentes cartógrafos. Lo que permitió en 1770, la creación en Cádiz del Instituto Hidrográfico de la Marina, organismo responsable de la cartografía náutica en España.

Coincidió también que se había avanzado mucho en el cálculo de la longitud geográfica mediante el empleo del cronómetro marino; y que la Armada disponía de cronómetros Berthoud de última generación y del mejor material para levantar cartas náuticas: precisos sextantes, péndulo y teodolito; más aún, su vecino el rey de Francia había ordenado levantar el mapa de su país.

La suma de todas estas circunstancias facilitó que Carlos III encargará al capitán de navío Vicente Tofiño de San Miguel, entonces director de la Academia de Guardias Marinas, que llevará a cabo el levantamiento de un ‘Atlas Marítimo de España y del Derrotero de las Costas de España’.

Esa fue la razón por la que la fragata ‘Santa María Magdalena’ y el bergantín ‘Vivo’, arribaran a Ibiza el sábado día 8 de noviembre de 1783, llevando a bordo a un destacado equipo de oficiales medio marinos medio científicos. Fondearon en el antepuerto, en mitad del triángulo formado por el hotel Corso, el faro de Botafoc y la luz roja del Muro. La ‘Santa María Magdalena’ no era de las fragatas más grandes, tenía solo 41 metros de eslora y diez de manga; pero debió de llamar mucho la atención, porque arbolaba tres palos y montaba 38 cañones. Un barco enorme en comparación con los pequeños jabeques que había en la isla por aquel entonces. Más de un comerciante debió de frotarse las manos, porque alguien debería suministrar víveres frescos a las dotaciones mientras permanecieran en Ibiza.

Las primeras cartas náuticas de las Pitiusas

El primer mapa que se conoce en el que figuran las Pitiusas se le atribuye al griego Ptolomeo (90-166 d.C.); que las nombra como Pitthiuse insule due. Más tarde, las islas aparecen en algunos portulanos. Se trataba de cartas trazadas exclusivamente para navegar saliendo de un determinado punto de partida, construidas sin tener en cuenta la latitud ni la longitud y sin ajustarse a proyección alguna. El más antiguo de los que se conservan es el portulano del cartógrafo mallorquín Gabriel Valseca de 1439, que se conserva en el Museo Marítimo de Barcelona.

Es cierto que a lo largo de los siglos se habían ido levantando mapas de las islas. Pero, a mediados del siglo XVIII, las islas no disponían de ninguna carta náutica, propiamente dicha, en la que los puntos de sus costas estuvieran perfectamente situados en latitud y longitud. Es decir, Ibiza y Formentera no tenían lo que se conocía por una carta esférica. Era necesario levantarla. Y eso era lo que iba a hacer el equipo de Vicente Tofiño.

Triangulación

Para asegurar la precisión y el éxito de la empresa, la idea era levantar la forma de la costa por triangulación. Es decir, descomponiendo la forma de la isla en una serie de triángulos dispuestos uno a continuación del otro; para a continuación calcular la medida de sus lados y la posición exacta de sus vértices. Para ello era necesario partir de un primer punto de referencia de posición perfectamente conocida sobre la esfera terrestre y de una base medida de manera exacta sobre el terreno de la isla.

Lo primero que tuvo que hacer el equipo de Tofiño fue enganchar la isla a la esfera terrestre, por latitud y longitud, por medio del punto de referencia al que denominaron «el observatorio». Los primeros días hizo mal tiempo y no pudieron trabajar; pero por fin, el día 12 de noviembre de 1783 se pudo desembarcar los instrumentos y montar el observatorio en el lado oeste de la Illa Plana. Después de muchas observaciones de satélites y estrellas, y de complicados cálculos astronómicos, consiguieron determinar que la latitud del observatorio era 38º 53’ 16» N, y su Longitud 002º 30’ 16» al Este del meridiano de Cartagena. En aquella época el meridiano de Greenwich todavía no era el origen de longitudes internacionalmente reconocido como lo es ahora.

Lo siguiente fue establecer la base de medición de distancias sobre el terreno. Para ello se sirvieron de una cadena de metal, de cien pies ingleses de longitud, que hizo las veces de cinta métrica, con la que se obtuvo una base medida de mil doscientos pies sobre la playa norte de la bahía de Eivissa, en lo que hoy es la avenida Ocho de Agosto.

A continuación, desde los extremos de esa base medida, se fueron tomando marcaciones al mástil de una bandera previamente colocada en el baluarte de Santa Tecla, junto a la Catedral. La distancia entre el observatorio y la bandera, por cálculo trigonométrico, resultó ser de 4.184,9 pies. Distancia que sirvió como base del primer triangulo en el que habían descompuesto la forma de la isla y que también permitió deducir geométricamente las coordenadas por latitud y longitud del palo de bandera calvado en el baluarte (latitud 38º 53’ 02» N, longitud 002º 29’ 19» Este de Cartagena).

Esa distancia de 4.184,9 pies, que constituyó el lado base del primer triangulo, sirvió también de partida para establecer una nueva base desde Puig d’en Valls a isla Grossa, frente al Botafoc.

Puntos de referencia

Con estas dos bases, cuyas dimensiones y posición de sus extremos eran perfectamente conocidas, era ya muy fácil dibujar nuevos triángulos tomando como vértices las torres de defensa y otros puntos remarcables de la costa sur de la isla de Eivissa y del norte de la isla de Formentera; y, mediante esos triángulos, deducir geométricamente las coordenadas por latitud y longitud de dichos puntos.

Así fue como se calcularon las coordenadas de la torre de defensa de sa Sal Rossa, Torre de ses Portas, Torre de Punta de la Gavina, en Formentera, y de todos los islotes de la bahía de Ibiza: es Dau Gros, es Dau Petit, Illa Negra, es Malvins, isla de ses Rates y s’Esponja.

Pero esta operación topográfica, que se había hecho con el mayor cuidado y con instrumentos de gran precisión, aun no satisfacía a Tofiño, y por ello quiso hacer otra operación, independiente de la anterior, que corroborase los cálculos trigonométricos y asegurase la exactitud de la carta náutica. Para eso, ordenó a un equipo de ocho observadores provisto de cronómetros y sextantes que se desplazara a cada uno de esos puntos y por repetidas observaciones de la altura del sol sobre el horizonte, hallara su situación por medio de cálculos astronómicos. Hecho esto, y tras efectuar la comparación de situaciones, se determinó que los errores eran mínimos y qué se podían tomar los primeros cálculos topográficos por buenos.

A partir de aquí, las distancias obtenidas sirvieron de nuevas bases para construir nuevos triángulos que tomaron por vértices otros puntos notables en la costa sur y en la costa este de la isla: Cap des Falcó, sa Punta des Jondal, Cap Negrete, es Vedrà, Cap Martinet, Cap des Llebrell, Tagomago, entre otros, lo que a su vez permitió obtener las posiciones de estos lugares por sus coordenadas de latitud y longitud sobre la esfera terrestre.

Diario de operaciones

Por su interés histórico, transcribimos literalmente lo que reflejó Tofiño en su ‘Diario de operaciones’, que se custodia en el Archivo Histórico del Cuartel General de la Armada, en Madrid:

«Se midió en la playa de la bahía una distancia de 1.200 pies ingleses, y se midieron los ángulos que formaban el baluarte de Santa Tecla (que es donde está el asta de bandera) y el observatorio (que se estableció en la Isla Plana), y dicha base desde ambos extremos, para deducir la distancia de los objetos dichos que forman la boca del puerto, y sirva esta base para otra segunda […] Desde ellas se situaron las Torres de Espalmador, de la Gavina y Punta más al NE de Formentera e igualmente que el Bedrá e Isla de Tago Mago.»

Para levantar la costa norte y oeste de la isla de Ibiza se estableció con la misma cadena una segunda base medida, de 2.072 pies de longitud, en la bahía de Sant Antoni de Portmany; para después deducir por cálculo trigonométrico otra base mayor, como se hizo en la bahía de Eivissa, y a partir de ella situar los puntos remarcables de esa costa.

En el «Bedrá»

Se definieron como extremos de esta base mayor, la «Torre de Robira» (así figura el toponímico en el ‘Diario de Operaciones y en el Derrotero de las Costas de España’, de Tofiño.) y sa Talaia de Sant Josep; y a partir de ella se situaron por latitud y longitud todos los cabos y puntos notables de estas orillas: Cap Nunó, Punta Grossa, sa Conillera, Punta Xarraca, «islote Bedrá», y resto de puntos remarcables.

Para ligar entre sí las operaciones de medición hechas en el norte de la isla con las anteriores en el sur, se emplearon como referencia los puntos comunes de ambas, tales como sa Talaia de Sant Josep, el islote de es Vedrà o el islote de Tagomago.

En cuanto a la isla de Formentera, desde la illa Plana y desde el baluarte de Santa Tecla se situaron las torres de vigilancia de s’Espalmador, de sa Sal Rossa, de la Gavina y de la Punta de sa Creu, y la punta meridional de la Mola. Así mismo, se fijó un punto de referencia en el extremo oriental de la playa de Migjorn, donde se observó la latitud de 38º 41´35», que una vez comparada con la latitud del asta de bandera del baluarte de Santa Tecla y las marcaciones que se tomaron a varios puntos de la costa sur de Ibiza, como, por ejemplo: los islotes Vedrà y Tagomago, sirvieron para determinar la situación de una isla con respecto a la otra. Tofiño lo explica así en su «Diario de operaciones»:

«Los extremos Oriental y Occidental de la Isla de Formentera están enfilados desde la mar con Tago Mago, y el punto superior del Bedrá, esto es cada uno con su correspondiente y son las enfilaciones que han dado la extensión de dicha isla en Longitud».

El 18 de diciembre de 1783, finalizado el trabajo de campo en las islas, la fragata y el bergantín levaron anclas y pusieron rumbo a Mallorca. Quedaba plasmar el trabajo realizado sobre el papel. Es decir, dibujar la carta náutica propiamente dicha que serviría para uso de los navegantes. Se empleó una «proyección Mercator» centrada sobre el paralelo del «observatorio» de la illa Plana.

En la pared de una casa de Sant Miquel

La carta midió 82 x 52 centímetros, márgenes aparte. En febrero del siguiente año (1784), una vez finalizado el dibujo, Tofiño la remitió desde Mallorca al ministro de marina en Madrid. Allí, bajo la supervisión de un hombre de confianza de Tofiño, se grabó a punta seca la plancha de cobre que permitiría la edición en serie de la primera carta náutica de las Pitiusas. Uno de los ejemplares acabaría colgado en la pared de una casa payesa en Sant Miquel.

Tanto la colección de cartas náuticas que componían el ‘Atlas de las costas de España’ como el Derrotero, llegaron a tener tanto éxito y tanta fama que fueron traducidos al inglés y al francés. La carta fue actualizada y mejorada en 1895 por el buque planero de la Armada ‘Vulcano’. Desde entonces la carta ha sido mejorada y actualizada periódicamente de modo más o menos regular.

Interactuación con pitiusos

Como no podía ser otro modo, los hombres de Tofiño, en sus desplazamientos para llevar a cabo sus trabajos por las calas y cabos de las islas, tuvieron necesariamente que interactuar con las gentes de Ibiza. Para conocer los topónimos y los detalles de los lugares que visitaban, se veían obligados a preguntar a marineros, a pescadores y a los payeses que encontraban. Y no solo eso, sino que también comían y dormían sobre el terreno, y en más de una ocasión lo hicieron gracias a la hospitalidad de nuestras gentes; lo que les llevo a tener un gran conocimiento de la realidad y del día a día en nuestras islas, y a estrechar lazos de amistad con autoridades locales, marineros, pescadores, artesanos, clérigos, funcionarios, y gente del campo.

Y es seguro que ocurrieron montones de anécdotas y hechos curiosos, porque la visita de los buques a las islas fue recordada durante muchísimos años.

Batimetría incorporada como novedad

La verdadera novedad que Tofiño incorpora a la carta esférica de nuestras islas es la batimetría. Es decir, las líneas de sonda de la costa, que técnicamente reciben el nombre de «curvas isobáticas». Para hacerlo, necesitó de un segundo equipo de su dotación, para que mientras el primer equipo se dedicaba a calcular la latitud y longitud de los puntos de la costa para situarlos en la carta; el segundo se dedicaba a sondar los fondos con la ayuda de varios botes.

Para ello, colocaban dos teodolitos en los extremos de una base conocida, desde los cuales se marcaba al bote que iba a practicar la sonda; el cual siguiendo siempre líneas rectas, a rumbo fijo, a intervalos regulares de tiempo alzaba remos e izaba un gallardete para avisar del momento en que iba a soltar el escandallo; y cuando arriaba el gallardete, dejaba caer el escandallo al fondo; y luego al izarlo de nuevo a bordo, apuntaba las brazas y calidades del fondo.

Mientras tanto era marcado desde tierra por los que estaban en los extremos de la base. Así una y otra vez a lo largo de líneas paralelas hasta finalizar el trabajo. De este modo se levantaron las líneas de fondo.