Martín Garret es un jovencísimo ingeniero español que un día oye desde su habitación una balacera en la calle. Sale de su hotel. Estamos en el México revolucionario de Zapata y Villa. 1911. Ve tiros, observa muertes, zigzaguea, camina, evita ser herido, se asusta y asombra; entra en una cantina. Ahí cambiará su vida, su existencia, su devenir y convicciones. Garret trabaja para una compañía minera española que a causa de las algaradas, batallas, incidentes y levantamientos, cesó meses atrás su actividad. Es reclutado para la revolución. Gracias a sus conocimientos dinamiteros. Enrolado en una partida cerca de Ciudad Juárez, participa en voladuras, emboscadas y aventuras. Incluso en el robo de un banco, cuyo botín son quince mil monedas de oro de las denominadas maximilianos. Sus conocimientos sobre explosivos lo hacen imprescindible, simpático, aliado pese a español. Exótico.

La Revolución de Pérez Reverte

Pero la novela de Arturo Pérez Reverte es mucho más que la peripecia de este joven, inspirada en la historia de un amigo del bisabuelo del autor. Es una crónica del agitado México del primer tercio de siglo XX. Es la historia de esa revolución cruel e idealista que trató de dar dignidad a los pobres, a los desfavorecidos, a los olvidados frente a la oligarquía que representaba el régimen de Porfirio Díaz. Pancho Villa se mete pronto en la historia. Podemos simpatizar con su causa; no siempre con sus métodos.

Hay algo del propio Reverte también en el personaje central. Algo del Reverte de ‘Territorio Comanche’. ‘Revolución’ podría ser una tesis sobre la relación del escritor con la aventura. La novela se lee con placer, como se leen las historias de agitadas aventuras. Se estructura en capítulos a lo cinematográfico y no faltan ecos de ‘Gringo Viejo’. Podría ser un western. No se nos ahorran escenas de crueldad, mostrando a las claras, como Reverte ha venido diciendo en las entrevistas promocionales, que en las revoluciones se mata y no hay otra solución. Abundan los tiros y ahorcamientos, fusilamientos y la justicia impartida arbitrariamente. Quien haya leído la saga de Falcó también encontrará briznas de ese tipo de personajes revertianos, uno de los líderes insurrectos, por ejemplo, que mezcla despiadamiento con ternura, pragmatismo con idealismo, paternalismo y hasta cierto feminismo. La historia va trufada de algún tópico, la periodista norteamericana, el indiecito malvado, está llena de mexicanismos deliciosos, gráficos, bien colocados. Hijole. La ambientación es sugestiva y se captan muy bien los ambientes sudorosos, polvorientos, violentos en los que incluso hay tiempo para filosofar o discutir de política. Garret es (¿presa?, ¿víctima?, ¿aliado?) de esa revolución, de esa causa. A veces no parece saber por qué el destino lo ha puesto ahí. Hay en la narración aventura, heroísmo, desengaño y hasta reflexiones sobre la vida y la violencia que podrían haberse colocado también en otras obras de Pérez Reverte, como la que dedicó a la guerra civil o la que protagonizaba el Cid. Los personajes tienen claroscuros, claro, el fin justifica los medios, o no. Hay que morir o matar, dar la orden de fusilar a un hombre desarmado y a continuación ser justo en el reparto de la sopa.

Cierta melancolía

Pérez Reverte ha huido, lo hace siempre, de cualquier ideología. Prefiere mostrar. Y mostrar corazones, actitudes y corajes como el de Garret, que en esencia es un ser con contradicciones que se ve envuelto en un máster vital casi sin quererlo pero sin querer alejarse de esa aventura convulsa, de ese conocimiento de tantos y tan variados tipos humanos. Dónde va a parar poder volar la caja fuerte de un banco o camelar a una yanki o ser palmeado en la espalda por un caudillito en comparación con estar sentado en una oficina o dejar ir la vida en el pueblín del sur español donde nació. El lector no puede en cualquier caso dejar de abonarse a cierta melancolía al comprobar lo inútil de tanta sangre y tesón, polvo, sudor y lágrimas: las injusticias más de un siglo después, permanecen lacerantes en ese México de muy pobre y ultrarricos, de complejos turísticos caros y en contraste zonas asoladas por las mafias, los asesinatos y el narcotráfico. Esto vale para un sinfín de países, claro.

Tal vez un gran valor de esta historia sea mostrarnos cómo se hacían antes las revoluciones, frente al mundo de hoy no exento de guerras pero más proclive al activismo de sofá. La legión de revertianos está de enhorabuena. Aún con el sabor de la aventura vivida en ‘El italiano’, el padre de Alatriste nos convoca a una cita en México para una historia universal: los de abajo contra los de arriba y tanta y tanta gente enmedio. A tiro limpio.