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Arte&letras - 'Blonde', el debate del momento

Una película que obliga a asumir la condición humana

Los críticos de cine Nando Salvà y Beatriz Martínez explican por qué les ha gustado y disgustado la controvertida película de Andrew Dominik

Ana de Armas como Marilyn, en ‘Blonde’.

Para reivindicar ‘Blonde’ no basta con resaltar la intrepidez con la que su director, Andrew Dominik, esquiva las manidas convenciones del género biográfico en pos de un enfoque expresionista, menos orientado a relatar unos hechos que a ilustrar un fenómeno, Marilyn Monroe, tan masivo como perturbador; ni con destacar la hipnótica fluidez con la que la película combina el color con el blanco y negro al tiempo que alterna formatos de pantalla, velocidades y grados focales con el fin de reflejar el terrorífico deterioro psicológico de su protagonista a medida que la máscara (Marilyn) va devorando el rostro (Norma Jeane); ni con admirar su ingenio a la hora de reproducir la iconografía que Monroe generó y permanece en el imaginario colectivo aunque, eso sí, convirtiéndola en significante de abuso y cosificación; ni siquiera con rendirse a la interpretación de Ana De Armas, tan precisa en su captura de la tensión entre una superficie rutilante y una interioridad quebrada, y tan elocuente acerca de la creatividad, la inteligencia y la ternura de su personaje, que asusta.

No, eso no basta. Porque no sirve para explicar por qué, mientras transita de la infancia al estrellato y del estrellato a la muerte, la Marilyn de ‘Blonde’ sufre tal sucesión de abusos, agresiones y humillaciones, tanta miseria, que Dominik ha acabado siendo ferozmente acusa do de contribuir a la explotación que pretende denunciar.

Como estrategia de defensa de su protagonista, es un método arriesgado y cuestionable; sería absurdo sostener lo contrario. Sin embargo, ver en él misoginia e intenciones depredadoras es pasar por alto la extraordinaria complejidad conceptual de la película, cuyo asunto principal no es tanto una actriz como el brutal proceso de manipulación y deformación que la imagen de esa actriz sufrió, a manos tanto de los hombres poderosos que pasaron por su vida como de los espectadores, los biógrafos y los agentes culturales que desde entonces nos hemos adjudicado la propiedad colectiva de su figura y el derecho a convertirla en un mero recipiente dentro del que depositar deseos, expectativas y fantasías. ‘Blonde’ nos confronta de forma violenta con el daño que esa rapacidad causó a su vida y a su memoria, y nos obliga a asumir nuestra responsabilidad.

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