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Esas madres capaces de dejar a sus hijos atrás

La periodista Begoña Gómez Urzáiz reúne en ‘Las abandonadoras’ las historias de mujeres célebres que dejaron a sus vástagos atrás y las de anónimas que no tuvieron más remedio que hacerlo

La periodista Begoña Gómez Urzaiz. / ARIANA DÍAZ

El chándal escolar es una señal tan reveladora del estatus como la marca de coche que conduce. Pero no solo el escudo impreso en la chaqueta da una idea del coste de la matrícula, sino que los churretones de barro en las perneras también llevan etiqueta de precio. Los y las niñas que estudian en escuelas Montessori aprenden en contacto con la naturaleza, autónomos y con libertad para mancharse. Esa suciedad ilustrada cuesta unos dos mil euros de matrícula y más de mil de cuota mensual. Privados.

Es posible que muchos de esos pagadores no sepan que la ideóloga de este método de educación alternativa tan aplaudido abandonó a su propio hijo para desarrollarlo. Maria Montessori se quedó embarazada a los 28 años estando soltera y su propia madre, Renilde Stoppani, se encargó de que ese hecho no se interpusiera en su camino profesional. No volvió a tener una relación cercana con su hijo hasta 15 años después, y durante ese lapso de tiempo cambió la historia de la pedagogía sintiéndose culpable por haber dejado de lado a su propio vástago. Después se esforzó al máximo por darle todo.

Desde la primera persona

Su historia es una de las que la periodista Begoña Gómez Urzaiz ha reunido en su libro Las abandonadoras (Destino, 2022), en el que también aparecen otros nombres célebres como Muriel Spark, Doris Lessing, Gala Dalí o Joni Mitchel. No es un tema escogido al azar o que de pronto se le haya ocurrido a la autora, sino que lleva décadas dándole vueltas. Comenzó a elaborar la lista de manera inconsciente en la adolescencia, cuando leyó que la Anna Karénina de Tòlstoi dejó al pequeño Seriozha para irse con su amante, pero ya desde niña se preguntaba dónde estaban los padres de Pippi Calzaslargas.

Una parte muy importante de su trabajo como periodista es detectar asuntos de interés. Este es uno jugoso, tanto que daba para más que un artículo. «Me apetecía explorarlo a fondo porque conectaba con muchas de mis obsesiones y de alguna manera llevaba toda la vida acumulando material para esta cosa que tardé mucho en llamar ‘libro’ porque me daba apuro», dice.

No es un ensayo escrito desde la distancia. La autora utiliza la primera persona para desarrollarlo, e intercala sus vivencias personales con los detalles de las vidas de sus ‘abandonadoras’. «Cuando hablo de mi propia experiencia no es porque crea que es especialmente interesante, sino para explicar desde dónde hablo y desde dónde miro, que me parece una manera justa de establecer un trato con el lector», aclara. Ella misma es madre de dos niños menores de diez años y tiene activada en su cabeza una especie de app que calcula el tiempo de calidad que pasa con sus hijos. Combinar una carrera profesional exitosa con una crianza aceptable a ojos de la sociedad no es tarea fácil.

Exponerse al público tampoco lo es. «Me da apuro la percepción, que todo esto se lea como: ¿y a mí qué me importa lo que tenga que decir esta persona blanca heterosexual que vive en Barcelona?», declara. Tuvo presentes las memorias de Rachel Cusk A Life’s Work: On Becoming a Mother, en cuya introducción dice: «He usado aspectos de mi vida como lienzo en el que el tema, que es la maternidad, puede ser convenientemente plasmado».

Quiénes son esas mujeres

En la troupe de Las abandonadoras caben muchos nombres, pero la autora se quedó con las que aparecen en su libro porque «entre todas cubrían una buena gama de circunstancias, y al empezar a investigar sobre ellas también fui encontrando rimas y paralelismos». Pone como ejemplo a las escritoras Mercè Rodoreda y Muriel Spark, ya que ambas se casaron con hombres a los que no querían demasiado y que eran mayores que ellas. «A las dos una guerra les quebró la juventud pero a la vez les dio la oportunidad de liberarse de sus matrimonios, las dos acabaron sin hablarse con sus hijos y las dos terminaron sus vidas en convivencia con otras mujeres, sin que se sepa muy bien cuál era la naturaleza de esas relaciones. Y las dos tenían talentos sobrenaturales para la escritura».

Tenía especial interés en contar la historia de Rodoreda «por cercanía y porque se ha escrito poco sobre su hijo Jordi y la relación entre ambos», y sentía fascinación por la relación entre Doris Lessing, su hijo Peter y Jenny Diski, su hija postiza. Pero aclara que ella no es «biógrafa, ni investigadora, ni historiadora. Tengo un respeto infinito por el trabajo académico, que no es el mío y no sería capaz de hacer porque me encanta escribir sobre 15 cosas distintas en un mes».

Se ha acercado a sus protagonistas como lectora, como persona curiosa y con un sesgo claro. De esas historias vitales solo se ha interesado por el aspecto maternal y cree que «forma parte de la normalidad que ahora seamos capaces de hacer estas lecturas, y hacerlas desde el feminismo». Supone que el motivo por el que no se ha tratado ese aspecto de sus biografías, así como el de la paternidad en los autores o personajes masculinos, es que «entronca con una concepción patriarcal de la historiografía».

Hay un capítulo del libro que rompe con el resto y da voz a mujeres que han tenido que dejar a sus hijos para irse a trabajar a otro lado del mundo. Son las abandonadoras involuntarias que nada tienen que ver con las que tienen nombres conocidos que protagonizan el resto del volumen. En este caso, Gómez Urzáiz ha dejado que sean ellas las que hablen sin intervenir en sus testimonios. Los casos le impactaron: ninguna de esas narraciones están marcadas por la ambición intelectual o la necesidad de romper con una asfixia que no fuese puramente económica. «No quiero sonar ñoña ni condescendiente, pero lloré en todas esas entrevistas. Y eso que estoy bastante curtida. A la vez, no había nada de excepcional en ellos, son casos frecuentísimos de mujeres, todas latinoamericanas, que dejaron a sus hijos atrás para trabajar aquí, en muchos casos para cuidar en España a hijos de otras personas», sostiene. «En algunos casos ahorraron lo suficiente para traerse a los hijos aquí pero no funcionó, no se adaptaron. Son historias durísimas de ruptura que tenemos asumidas como normales».

Las abandonadoras arranca con una pregunta: «¿Qué clase de madre abandona a su hijo?». Después de asomarse a las vidas de todas esas mujeres, la autora no está segura de haber sacado una conclusión limpia. La que más se acerca: «Que querer tener hijos sin convertirse en madre, con toda la expectativa de la palabra, es una aspiración común. Casi todas estamos ahí. Descontando a quienes no quieren tener hijos, claro».

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