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Arte&letras

El nuevo Prometeo

Prometeo visto por el pintor alemán Heinrich Fueger en 1817.

Es tanto lo que todavía no sabemos del Universo, de nuestro planeta y de nosotros mismos que, aunque la ciencia no deja de sorprendernos con sus conquistas, paradójicamente, según avanza, coloca más y más lejos el horizonte de lo que nos queda aún por descubrir. En cualquier caso, tenemos hecho un largo camino. Hemos conseguido que naves metálicas que pesan miles de toneladas floten sobre las aguas, vuelen más y mejor que las aves y sacamos las narices al espacio exterior. Recuerdo que, cuando era niño, ‘pedir la Luna’ era querer alcanzar un imposible. Hoy la Luna está a la vuelta de la esquina y pensamos en Marte. Las utopías nacen de los sueños que, si se cumplen, dan paso a sueños nuevos, a nuevas utopías.

Hubo un tiempo en que el objetivo principal de la felicidad era el bienestar y la abundancia. Hoy sabemos que los bienes materiales y las comodidades son sólo consecuencia del progreso, de manera que la ciencia ha devuelto la ambición a Prometeo: seguimos empecinados en robarle el ‘fuego’ a los dioses. Es el mismo apetito de Adán frente al árbol del Edén que había de proporcionarle la sabiduría y el poder del mismísimo Dios. Siempre ha sido así. Francis Bacon ya sustituyó la abstracción por la experimentación y pudo imaginar una Nueva Atlántida con prodigios sin cuento, que en algunos casos se han hecho realidad. El nuevo Adán también le hinca el diente a la manzana: queremos dominar tierras, mares y cielos, crear clones y vida artificial, dar un salto cualitativo y conseguir seres biónicos, sabios y resistentes. Queremos alargar la vida, una longevidad indefinida, la inmortalidad. Eso no lo hemos conseguido, pero nuestra transformación es espectacular: homo erectus, sapiens, faber, economicus, ludens, utópicus…

Nadie sabe a dónde iremos a parar. Si el gusano, que sólo es un gusano, se metamorfosea en mariposa, ¿por qué no vamos a poder nosotros transformarnos en seres angélicos o biónicos? Todavía suena en nuestro subconsciente la voz de la edénica sierpe: «¡Seréis como dioses!».

Seguiremos alumbrando utopías. Las hipótesis de los biólogos, físicos, químicos, ingenieros informáticos, genetistas, cirujanos y nanotecnólogos, son más atrevidas a cada día que pasa. La ciencia le come terreno a la fantasía. Las metas que hoy nos proponemos parecen imposibles, pero ¿qué diría un neandertal si viera un avión? Vivimos obsesionados por eliminar los adverbios de lugar y de tiempo, cualquier finisterre y condicionamiento. Primero fuimos como las arañas que se procuran alimento con el hilo que extraen de su propia sustancia. Luego fuimos como las hormigas que acumulan cuanto necesitan. Y hoy ya somos como las abejas que consiguen transustanciar la materia, convertir el néctar de las flores en elixir de vida: miel incorruptible y jalea que quintuplica la vida de la abeja reina. Si tal milagro lo hace un insecto, ¿qué no podrá hacer el hombre? Es la pregunta que se hace el nuevo Prometeo. Soñamos con dominar los meteoros y conseguir un clima a la carta, controlado como controlamos la temperatura y la humedad en una habitación. Hoy, ya aprovechamos la energía solar, potabilizamos el agua del mar y utilizamos el hidrógeno como combustible.

Es muy posible que consigamos aprovechar la energía que derrochan los volcanes, las tormentas, los huracanes y los terremotos. Con el teléfono móvil hablamos y visualizamos cualquier lugar del planeta en tiempo real. Con gafas de infrarrojos tenemos una precisa visión nocturna y ya circulan trenes sin conductor y módulos dirigidos por control remoto nos trasmiten imágenes desde Marte. Los escáneres atraviesan los cuerpos opacos y la cirugía reconstruye rostros, empalma miembros amputados, sustituye hígados, riñones y corazones. Y Mr. Google nos acercan a la Biblioteca Universal que soñaba Borges.

¿Quién puede predecir lo que conseguiremos en los próximos años? ¿Serán rodantes las aceras de las ciudades? Tendremos dormitorios antigravitatorios y frutos de árboles transgénicos? ¿Obtendremos cosechas en las praderas submarinas? ¿Estarán magnetizadas las carreteras? ¿Podremos tele-transportarnos? Puede parecer exagerado, pero hubo tiempos en los se creyó que tras las Columnas de Hércules se abría un abismo. Cuando de la piedra lanzada con una honda hemos pasado a bombas nucleares capaces de destruir mil veces el planeta, me pregunto dónde puede situar el hombre su frontera, su nueva Utopía. ¿Cuál puede ser hoy el sueño de Prometeo?

Da miedo adivinarlo. El planeta se nos queda pequeño. En esta minúscula cosmonave de la Tierra que nos mantiene rotando el sol, superpoblada, con goteras y el aire enrarecido, los humanos empezamos a manifestar síntomas claustrofóbicos. Podemos dar un gran salto, es cierto, pero podemos darlo hacia atrás. El hombre-nuevo, el hombre-mutante, el hombre sin dolor físico y sin dolor moral, puede fracasar. Podemos amanecer como la cucaracha de Kafka porque la razón también crea monstruos. Un minúsculo virus nos hace jaque y aunque creemos dominar la naturaleza, también podemos romperle al mundo las costuras y hacer que reviente como un globo de feria.

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