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Arte&letras

El disco repudiado de Bowie ve la luz

Sale del baúl el álbum grabado en 2000 en el que el autor de Heroes quiso reivindicar sus inadvertidas primeras composiciones de los años 60 que fueron arrinconadas por la discográfica

Bowie en el año 2000. Jordi Bianciotto

David Bowie cumpliría 75 años este mes, el pasado día 10 fue el sexto aniversario de su muerte, y se diría que le sobrevive un aura de artista perfecto. Bien, en realidad, nunca lo fue, y Toy viene del pasado para hablarnos de un tiempo en el que se esforzó por recuperar el esplendor cuestionado a causa de sus desiguales comercialidades de los 80. Este álbum nunca figurará entre sus piezas capitales, pero testifica un momento vigorizante, tras la mayestática aparición en el Festival de Glastonbury, en 2000, y proyecta su deseo de entonces de rehabilitar un repertorio poco reconocido, el de su primera edad artística, antes de que Space oddity (1969) le pusiera en órbita.

Hace dos décadas que hablamos de Toy, porque el mismo Bowie dio pistas al respecto durante los meses de promoción de aquel álbum recogido y un poco fantasmal llamado ...hours (1999). Su idea era realzar un cancionero que en su día había ido a parar a singles incipientes, antologías y caras B. Uno de esos temas, el muy sixties Can’t help thinking about me (el primero que grabó como David Bowie, y no David Jones, en 1966), llegó a sonar en alguno de los pocos conciertos que dio para apoyar ...hours.

Tras Glastonbury, procedió a regrabar esas canciones de juventud con su banda del momento. Virgin frunció el ceño y la contrariedad llevó a Bowie cambiar de discográfica, si bien su siguiente paso fue Heathen (lanzado por Columbia-Sony Music en 2002), y Toy quedó en el cajón sine die. Hasta ahora, en que ve la luz por partida doble: también como uno de los 11 volúmenes del boxset Brilliant adventure (1992-2001).

Virgin frunció el ceño y la contrariedad llevó a Bowie cambiar de discográfica

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Toy dispensa una doble mirada hacia atrás: hacia aquel Bowie del cambio de milenio, y hacia su versión más tierna, cuando aún no había cumplido los 20 y buscaba un lugar bajo el sol del swinging London, mirándose en el espejo de The Small Faces, The Pretty Things, The Kinks y todas aquellas bandas a las que más adelante rendiría homenaje en Pin ups (1973). Se respira aquel lenguaje pop tocado por cierta inocencia, aunque corregido por una ejecución más expeditiva, con protagonismo para las guitarras de Mark Plati y un repescado Earl Slick. Lo apreciamos en el tema de arranque, I dig everything, que sacrifica el órgano original a beneficio de la electricidad guitarrera.

Pero esos temas nos hablan de un autor con recursos, dotado melodista que evocaba cierto perfume victoriano en The London boys (tema que años después versionaría Marc Almond), buscando «luces brillantes, el Soho y Wardour street», y que jugaba con la psicodelia en Karma man. Un Bowie disfrutable, aunque, después de todo, un poco anti-Bowie, ya que se citaba a sí mismo en lugar de otear nuevos territorios, algo que sí haría en su gran número final, Blackstar (2016).

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