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Arte&letras

‘La gallina ciega’, la tragedia del exilio

Renacimiento publica ‘La gallina ciega’, la crónica amarga y dura de la visión de Max Aub de la España franquista que visitó tres meses en 1969 tras treinta años de exilio

‘La gallina ciega’, la tragedia del exilio Francisco Millet Alcoba

Treinta años después de su exilio forzado en 1939, Max Aub regresó a España en 1969 para una estancia de tres meses. Acababa de terminar ‘Campo de los almendros’ con la que culminaba ‘El laberinto mágico’, la inmensa serie novelística sobre la guerra civil, un ejemplo de su magnificencia intelectual. Nada más llegar lo dejó claro: «He venido, pero no he vuelto», pues sabía que «era imposible volver» a aquella España sometida a la dictadura franquista. De esa visita surgió ‘La gallina ciega’, su epílogo literario y su libro más sombrío. Lo llamó ‘La gallina ciega’, viendo -como en el juego- a «España, con los ojos vendados, los brazos extendidos, buscando inútilmente a sus compañeros o hijos, dando manotazos al aire, perdida».

‘La gallina ciega’ es la crónica amarga y lúcida de su estancia de tres meses en España, donde Aub descubre con dolor la constatación de la memoria y el olvido de una España borrada en 1939. El contraste entre su memoria histórica y la realidad de la España franquista fue para él doloroso y brutal, más duro en realidad de lo que podía imaginar. «No era mi España», escribe. ‘La gallina ciega’ no es más que la crónica de «la tragedia del desarraigo».

La gallina ciega. Max Aub Editorial Renacimiento Precio: 37,90€

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Su visión de la sociedad española es decepcionante. Desprecia su resignación: «este es un pueblo gobernado que no protesta de serlo»; su abandono y carga contra ese pueblo de «ignorantes, de resignados y cada día mas y mas resignados».

Es un desconocido de la juventud y eso le duele y comprende que los jóvenes españoles viven ciegos a cuenta de la desmemoria impuesta por la dictadura. Arremete contra su desmemoria, sin darse cuenta de que en 1939 se impuso una ruptura y las nuevas generaciones crecieron en el silencio y la mentira. Pero le indigna esa actitud «resignada, pasiva , la crónica amarga de buena parte de esa juventud».

Aub arremete una y otra vez contra lo que juzga como la mediocridad intelectual dominante, la vileza miserable, la revisión de la historia de manera mentirosa, el cinismo de algunos dirigentes como el de Carlos Robles Piquer, entonces director general de Cultura Popular, que le dijo que no entendía cómo no dejaban entrar sus libros en España, cuando dependía de él.

En cambio Aub se explaya al recordar sus hermosos encuentros con Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, al que visita en su casa de Velintonia: «porque nunca perdimos ni perderemos a España del todo, mientras viva Vicente Aleixandre»; «es el poeta contemporáneo español que menos ha cambiado: siempre fue bueno». Más distante, aunque cortés la cita con Dámaso Alonso que no impide su admiración: «por verte vale la pena venir a Madrid y hablar contigo. No tenemos los mismos gustos, pero sí un concepto muy parecido de la vida».

Feliz cuando visita a su querido Américo Castro y admira que a sus 84 años esté con «idéntico empuje, valor, arrestos, arranque», «¿Quién sabe hoy de historia y de literatura española más que él?», y lamenta que viva olvidado de todos en su pisito de Madrid. Visita también a Gerardo Diego, «un hombre culto, bien educado, álgido. Si por él se supiese sería un gran poeta».

Conoce a Domingo Dominguín, el torero comunista «simpático hasta donde mas no se puede, amable, dispuesto a todo». Comen y van a los toros a Las Ventas. Allí conoce a Ignacio Aldecoa y a su mujer «es un gran escritor, que me gusta».

Disfruta de animadas charlas en Cadaqués con Gabriel García Márquez, «gordo, lucido, bigotudo» y afirma su idea de que «toda la literatura suramericana que ha valido políticamente su pena literaria se ha hecho en el exilio, y más aquí, en España. Cena con Ana María Matute, con la que mantuvo un largo epistolario. Visita en su casa de Valencia a su viejo amigo el poeta Juan Gil-Albert,«amable, encantador, inteligente», preso en su exilio interior.

La estancia en Valencia, la ciudad en la que creció y vivió hasta su exilio, resulta la mas emocionante. El reencuentro con su familia, el paseo por las calles de su juventud, por la que fue su casa; la visita a la Universidad donde se reencuentra con su biblioteca que le fue expoliada en 1939, los viejos amigos...

Su interés por la realidad literaria le lleva a conocer a Carlos Barrall «el pachá de los libros», a Gil de Biedma «inteligente, preciso», al poeta Ángel González, «muy desesperanzado del futuro», a Juan Benet, «inteligente sin remedio» y elogia la literatura de Cela, Sánchez Ferlosio, Aldecoa y Martín Santos.

“Ha sido adjudicado el premio de novela instituido por el semanario ‘Destino’, en memoria del que fue su secretario de redacción, el escritor Eugenio Nadal. Entre los 28 concurrentes al mismo, el jurado calificador ha elegido por tres sufragios contra dos, la novela ‘Nada’, de la señorita Carmen Laforet de Canarias”. Con este sencillo breve, ‘La Vanguardia’ anunciaba el 9 de enero de 1945 lo que fue un inesperado terremoto que inició el lento cambio de la literatura española –como española era entonces ‘La Vanguardia’, por imperativo de un franquismo que quizá nunca supo qué hacer con aquella señorita Carmen Laforet de Canarias-. Incluso hoy, en plena celebración del centenario de Carmen Laforet (1921-2004) quizá aún no sepamos muy bien quién fue aquella joven que puso patas arriba el plácido status quo de los escritores que ganaron la guerra. Porque Laforet fue una explosión, y hoy casi nos parece una leyenda, pero quizá solo era una escritora que solo quiso escribir, como una necesidad vital, y vivir su vida a su manera.

“Hemos hecho una guerra para acabar con la democracia y ahora la democracia se proclama desde un pequeño premio literario”, exclamó con enfado y rabia César González-Ruano en la Noche de Reyes de 1945 al saber que una muchacha desconocida le había arrebatado ese pequeño premio literario al que él también se había presentado. Carmen Laforet comenzó con mucho ruido una carrera literaria que hoy nos parece que nunca quiso. Su primer gran mérito fue molestar a la vieja guardia del nuevo régimen, y hacerlo además con una novela que no entendieron y que además supo encontrar un público que también necesitaba algo diferente.

‘Nada’ fue un enorme éxito popular surgido de ningún sitio, en menos de un año agotó tres ediciones, y pronto llegó al cine de la mano del prestigioso Edgar Neville. Fue su protagonista, una inquieta Conchita Montes, la que decidió llevarla a la gran pantalla, e incluso ella misma fue quien escribió el guión -Neville jamás mostró mucho interés en el proyecto-. Aquí quizá hay una clave para entender la trascendencia del relato íntimo y existencialista que es la novela de Laforet: habla de cerca a sus lectores contando la vida diaria de una muchacha, trasunto de sí misma, y logrando en el proceso una identificación y conexión casi magnética con ellas pese a ser una obra personalísima.

“Me preocupo por aquello para lo que me creo dotada: la observación, la creación de la vida. Me preocupa el vigor de los personajes y la manera de exponer los hechos para que resulten claros a la luz mía, individual y me preocupa el que estos hechos queden objetivamente expuestos para que el lector pueda juzgarlos por sí mismo e interesarse por ellos, aceptarlos o rechazarlos a su gusto. No sé si, en verdad, he logrado todo esto en el trabajo realizado desde 1944 a 1955”, explicaba en 1956 –esos fueron sus años más activos, truncados por la dedicación a su matrimonio con el crítico literario Manuel Cerezales-. Porque ‘Nada es su cumbre, y su estrella, pero Laforet nunca dejó de escribir, aunque sí espació la publicación de sus novelas, relatos y correspondencia.

¿Acaso es tan terrible ser recordado por una sola obra? “El libro de la Laforet tenía tanto encanto y era tan representativo que efectivamente no iba a ser fácil superarlo. Digamos que respiraba la temperatura gozosa de la obra única y privilegiada. Luego, ya, sólo queda el oficio”, escribió Francisco Umbral sobre la autora de ‘Nada’ a propósito de su muerte en 2004 Y no pueden ser escritores más distintos. Pero ni él pudo dejar de reconocer algunos de sus méritos: “El libro iniciaba una nueva literatura española y en cierto modo jubilaba a los autores de antes de la guerra”, aunque él también quiso ver en Laforet a una escritora paralizada que “había inaugurado demasiadas cosas, había encendido demasiadas farolas y no se sentía capaz de mantener un mito que era ya ella misma”. Ya, pero ella escribió ‘Nada’ y con ella comenzó a cambiar un país.

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