La palabra más escuchada sobre el escenario estos tres días ha sido «gracias». Las han dado todos los artistas que han participado en el 32 Eivissa Jazz. Y todos han querido agradecer al Ayuntamiento de Ibiza que haya decidido seguir adelante con el festival este año.(Ver galería de imágenes)

Así lo explicó el líder de la Ibiza Jazz Experience, Abe Rábade, al inicio de su concierto: «Es un lujazo poder estar en Ibiza este año con lo que está pasando. Es de agradecer que el Ayuntamiento haya decidido seguir con el festival. En esta situación, tiene más peso para nosotros venir a tocar en directo para vosotros y estoy seguro de que para vosotros lo tiene poder venir aquí a escuchar música en directo».

El sector de la cultura, junto a muchos otros, es uno de los más afectados por la pandemia y el parón económico que conlleva.

Todo aquel que acudiera a una de las noches de jazz de este año se encontraría con cambios desde el primer momento, al ver el aforo reducido a 280 entradas. Al llegar a la entrada del baluarte, debían limpiarse las manos con gel hidroalcohólico. Después, encajar la cara en la silueta de una tablet que tomaba su temperatura y una voz robótica le daba o no permiso para acceder.

Sillas de dos en dos o individuales separadas metro y medio en todas direcciones y personal, mucho más que otros años, acompañando a los espectadores a sus sitios, todos numerados.

José Miguel López ha presentado el festival en vídeos grabados en su casa de Madrid, ya que al ser persona de riesgo Radio Nacional no le deja viajar.

En cuanto a las sensaciones, los músicos lo veían con extrañeza. «Ha sido muy raro todo, muy extraño», decía el saxofonista de la Big Band Nacho Marí. Su compañero trombonista Vicent Tur daba un dato que evidencia la caída de actividad: «Desde marzo este es mi quinto bolo. Normalmente, a estas alturas habría hecho más de veinte».

El batería de Chris Kase, Miguel Benito, era elocuente tras su concierto: «Es todo muy extraño. La gente separada, inmóvil, que incluso cuando aplauden lo hacen tímidamente, mirándose unos a otros. ¿Hemos perdido la alegría, o qué?», se preguntaba y añadía: «Al menos aquí estaban de dos en dos porque estuve tocando el otro día en Avilés y en un espacio enorme eran poquísima gente cada uno en una silla...».

Por parte del público, las reacciones también eran de extrañeza. La gente aplaudía y se giraba hacia atrás, como asegurándose de que no eran los únicos en hacerlo. El aforo limitado, unido al viento del baluarte y la timidez de los presentes hacía que los aplausos se perdieran en el aire, disueltos en la frialdad que exige la pandemia.