Serafín Grivé ha necesitado dos semanas para acabar el belén que, como cada año, ha instalado en una sala de su casa. La sala casi entera, no una esquinita. Porque el nacimiento en cuestión, una tradición que no se salta Grivé desde la infancia, mide casi 10 metros cuadrados.

En esa superficie, alfombrada por la tierra de dos sacos grandes, ha desplegado unas 200 figuras, parte de su arsenal de personajes. Algunas tienen medio siglo de antigüedad. Otras le costaron, en su momento, un ojo de la cara (6.000 pesetas) al estar hechas con tela y cerámica.

Además hay una veintena de casas que ha construido con arcilla y sabina con sus propias manos, a tres horas de dedicación plena por unidad. Las ramitas de sabina proceden de los árboles de su finca, que pela y da forma hasta que parecen vigas.

Afirma que ha tardado «sólo dos semanas» porque tiene práctica. Porque montar ese belén no es nada sencillo: una treintena de bombillas led (con las normales corría el riesgo de recalentamiento) iluminan las casas, el portal y algunas zonas; y tres motores permiten que corra el agua por una cascada, que se cree una neblina en un safareig y que... nada más, pues el tercer motor no funciona: en principio estaba destinado a mover el agua de un canal en el que ha construido seis portals de feixes. «Que falle ese motor me duele», dice con cara de fastidio.

Coleccionista de molinillos, de cafeteras y de decenas de cosas más, este edil del PP en Sant Josep se aficionó a los belenes siendo un crío, cuando quedó fascinado por el nacimiento que creó un vecino, un militar ya retirado, de la calle Major, donde vivía.

Todo el musgo es auténtico. Lo cuida con esmero no solo en esta época, cuando lo rocía cada mañana con un espray para que esté fresco, sino también el resto del año: acabada la Navidad, tras envolver, precintar e introducir cada figurita en una caja de madera, vuelve a plantar el musgo en el jardín de su casa, que humedece en la canícula para que se conserve mejor. Usa el mismo desde hace tres años.

Como cada año, la Navidad comienza en la casa de Grivé con el encendido de luces del nacimiento, un acontecimiento al que asisten sus dos hijos y tres nietos, pero a lo largo de estas fiestas pasarán por allí decenas de sus vecinos. Para los niños tiene preparadas unas galletas; para los padres, unas herbes elaboradas por él mismo.