—No sería un héroe, pero sí un asesino. En Mallorca y Málaga dejó un reguero de sangre.

—No sé hasta qué punto lo hizo personalmente. Pero incitó muchísimo a matar a los que consideraba comunistas. Su lema era acabar con el comunismo. Recorrió todos los pueblos de Mallorca, donde hacía unos discursos en los que hablaba de la amistad entre España e Italia y del fascismo. Siempre terminaba diciendo ‘fusilad a todos los rojos’. En el frente de Porto Cristo pidió, y el propio García Ruiz lo decía, que le dejaran matar a algunos de los prisioneros. De hecho tenían órdenes de matarlos a todos. El cónsul británico Alan Hillgarth dice en dos ocasiones que dio la orden de matar a las cinco enfermeras prisioneras que no reembarcaron con los republicanos. Las llamaba ‘putas rojas’.

—Fue fascista hasta la muerte. Hasta se integró en el Movimiento Social Italiano.

—Hay un montón de páginas en Internet donde aún le veneran y le califican de héroe por lo que hizo en Mallorca. Se creen todas las mentiras que él explicaba. Incluso he recibido, hace unos años, una carta anónima muy insultante de uno de ellos escrita por un italiano que estudiaba historia en el Reino Unido. Nunca había visto una carta tan insultante ni con un italiano tan barriobajero. En Italia la Policía detuvo a un grupito que se llamaba Arconovaldo Bonaccorsi.

—Como abogado, ¿siguió dando guerra tras 1945?

—Debió hacer más o menos como antes de la guerra, cuando ponía el revólver sobre la mesa para resolver los asuntos y soltaba que ya había matado a ocho, de manera que no le venía de uno más.

—Y murió tan pancho.

—Cuando falleció, su funeral lo celebró el mismo sacerdote que le hizo de intérprete en Mallorca, el padre Julián Adrover. Hicieron tan buenas migas que incluso se lo llevó a Málaga.

—Aquellos fueron tiempos muy oscuros. Con Donald Trump no pinta mejor.

—La historia se repite. Cuando hay momentos de crisis la gente se refugia en la extrema derecha.