El coordinador del Plan Municipal de Drogas de Vila, Iván Castro, no se anda con remilgos: «Al llegar a Ibiza, la bienvenida en el aeropuerto te la da una marca de alcohol». Y continúa: «Las propias instituciones organizan la Feria de la Cerveza, el Cañas and Roll y he visto hasta cuentacuentos con vino». Nadie le discute. Noemí, educadora social de Sant Josep, entona un mea culpa y reconoce la incongruencia del Cañas and Roll de su municipio: «Hasta hay un servicio de monitor para los niños, se trató este tema, pero es una fiesta tan popular...». También apunta a otro lado: «Es que luego esos mismos padres cuando se organiza una fiesta en los colegios montan barras». Las representantes de la Federación de Asociación de Padres de Alumnos (FAPA), impulsora de la mesa de diálogo, asienten.

Lo mismo hace Kay Silverde, técnica de Juventud del Ayuntamiento de Ibiza, que destaca que el consumo de alcohol está «normalizado»: «Los primeros que nos tenemos que aplicar el cuento somos nosotros. Organizamos algo, ponemos una barra, sin alcohol, sí, pero con cerveza».

Joan Riera, presidente de la Asociación de Restauración de la Pimeef, reconoce la responsabilidad de los empresarios. El razonamiento no puede ser más lógico: si ningún establecimiento les vende alcohol, no podrán hacer botellón. La directora insular de Igualdad, Judith Romero, recuerda que el ocio nocturno mueve la economía de la isla, por lo que es un reto, al mismo tiempo que se promociona, concienciar a los menores de que no deben beber.

Discotecas y bodegas

Discotecas y bodegas

«Los menores casi nunca van a discotecas, lo que me preocupa son las bodegas y los supermercados», apunta raudo, Ángel, policía tutor de Sant Antoni. Un poco más lento está José Luis Benítez, de la Asociación de Ocio de Ibiza, que tras lanzar una pullita -«este gobierno del Consell de Ibiza no promociona las discotecas»- asegura que estos establecimientos no dejan entrar a menores de 18 años. Eso sí, reconoce que en el caso de «las chicas» (comentario sexista que le vale una reprimenda de la presidenta de la FAPA), es complicado «porque tienen 16 años y parecen mujeres». Él mismo tiene una hija de dos años y habla el padre que lleva dentro: «Todos tenemos hijos y no queremos verlos así». El empresario desvía el debate del alcohol a otras sustancias y confiesa que no entiende cómo un adolescente se puede «meter en el cuerpo una pastilla» sin saber de qué está formada. «Pues porque la pastilla cuesta cuatro euros y un cubata, trece», le responde la representante de la conselleria balear de Salud.

Castro pone como modelo el caso islandés, donde con normativa y un toque de queda se ha reducido el consumo de sustancias entre los jóvenes de forma «brutal». José Ignacio Hernández, policía tutor de Vila, arruga el gesto. Tiene sus dudas sobre si las medidas adoptadas en aquella isla sirvan para ésta. En especial el toque de queda: «En una sociedad mediterránea la gente está en la calle». De hecho, apunta que en estos momentos los chavales no sólo salen y consumen los fines de semana, también «de lunes a viernes». El agente considera que lo que funcionaría es que a los menores no les resultara tan fácil consumir en la vía pública: «La gente no se sorprende si ve a un joven en un banco fumando maría». Ahí Joan Riera no puede contenerse: «Cuando yo era pequeño, si un vecino me veía fumando, se lo decía a mi padre». Para la delegada territorial de Educación, Margalida Ferrer, ahí está la clave: «Es que eso es muy importante. Frenar el consumo es un trabajo de toda la comunidad».

«Hoy día no vale decirles, como a nosotros, a los niños que si empiezan con un porro acabarán con la heroína», comenta Patricia, de la empresa Emergency Staff, que hace hincapié en que una administración no podrá nunca destinar a la lucha contra el consumo de alcohol la misma cantidad económica que las empresas que lo venden. «Lo que hay que hacer es apostar por algo y canalizar todos los recursos económicos y humanos, no duplicar esfuerzos», comenta la representante de la conselleria de Salud.

Elisa, educadora social de Santa Eulària, vuelve a los padres: «Es muy difícil frenar el consumo cuando los referentes están metidos en ese baile de alcohol y drogas». Habla de los casos más extremos. De los hogares más complicados. De esos en los que al despertarse por la mañana los chicos encuentran la mesita del salón «peinada de rayas». Naiara, del Plan Municipal de Drogas de Sant Antoni, afirma que muchos padres son «ajenos» a lo que hacen sus hijos mientras que una de las representantes de la FAPA recalca: «En Infantil organizas una escuela de padres y van todos porque quieren saber cómo frenar las rabietas, pero cuando en el instituto hablas de prevención del consumo de alcohol, los padres no vienen».

Carlos, otro de los policías tutores no puede contenerse. Ya pueden ellos leerles la cartilla a los menores a los que pillan bebiendo en la calle, incumpliendo las ordenanzas municipales que, «si no hay una sanción, no sirve de nada». Castro le responde. Le confiesa que, después de dos años de trabajo, en el caso de Vila, han conseguido cuadrar una ordenanza en la que se prevén sanciones. Educativas. Para los adolescentes, obviamente. Y para sus padres.